miércoles, 16 de diciembre de 2009

EGRESADITO



Voy a llorar. Se acerca uno de esos momentos en los que inevitablemente, voy a llorar.

Recuerdo aún como si fuera hoy cuando te compramos tu primer uniforme. Dije “Talle 2, por favor”, y te quedaba grande.

Fuiste Solcito en marzo 2006. Casi un mes para adaptarte (o adaptarme) a la idea de que te quedabas con la seño y no en casa. La pasabas “bomba”, como te gustaba decir, pero costó el despegue. Tu seño Nayla, la seño Silvi y la seño Nancy hicieron hasta la danza de la lluvia para que dejaras de llorar. Y lo hiciste a tu tiempo, como todo, pero lo hiciste.

Con tus dos añitos hablabas como un loro, tan claro y convincente que un día dejaste estupefacta a Nayla diciendo que habías comido “uisqui” y que te lo habíamos dado con cucharita. Nos reímos mucho al aclararle que se trataba de Kiwi.

Vendiste escobillones el 25 de mayo y sigo guardando el pan rallado en el tarro que pintaste de lunares rojos con tus dedos.

Con pasitos de robot engominado despedías el año y los pañales.

Fuiste Estrellita en 2007. Unos quince días para adaptarte a la idea de que volvías al jardín. “Ya soy grande”, decías llorando en brazos de la seño Cintia que agotó su repertorio de bromas y secó tus lágrimas con un despreocupado tono y todo su amor.

Empezaste la pile y a compartir el comedor los viernes. Pusiste rulitos al negrito del 25 de mayo y fui el hazmereir de todo el jardín con tu ocurrencia de la depilación para el día de la madre. Los alfajorcitos, me los comí, pero la bandeja sigue siendo la preferida para las facturas del domingo.

Bailaste como Peter Pan saludando un 2007 muy especial, en el que tomaste un envión sorpresivo, con tu hermanito en brazos.

Fuiste Nubecita en 2008. Una semana para adaptarte a la idea de terminar las vacaciones. “A mí me gusta estar en casa”, le dijiste a la seño Marce.

Sin embargo, lo superaste tan bien, que pediste de quedarte otro día más a la tarde, al taller de cuentos. Y los últimos meses, todos los días. Salías feliz del jardín y nos hacías felices a nosotros.

Un sólo acto ese año, pero suficiente para guardar tus pasitos en la retina. Desayuno a diario con el platito blanco del día de la madre.

Como payasito naranja nos llenaste el alma y cerramos el año.

Y por unas horas más de este 2009, sos Rayito de sol. Dos días para adaptarte a la idea de un edificio nuevo y una seño conocida. Otra vez la seño Cintia llevándote de la mano y acompañándote para crecer junto a la seño Silvi.

Cuaderno de aprestamiento, cuaderno de hojas rayadas, cartuchera. Letras, números y tu “yo leo con el sonido, má”. Hermoso bailecito para el día del maestro y servilletero con tus deditos rojos que tendremos para rato.

Fue un año muy especial, no? Cuánto creciste, hijo. Nos sorprendió mucho el cambio tan grande que hiciste. Sos mi principito, el hombrecito de las preguntas difíciles, del corazón enorme. “Dibújame un cordero”, te falta pedir.

Tuve que dejar de escribir en el cuaderno y seguir en la compu porque estaba arrugando todas las hojas. Cada párrafo una lágrima. Una lágrima de emoción, de alegría por saberte feliz. Es maravilloso verte crecer, crecer con vos, aprender de vos, aprender con vos.

Tengo un nudo en la garganta, hijo. Ahora mismo te estoy viendo jugar mientras escribo, parado al lado de la mesa, la misma mesa en la que apoyaste la mano para sacarte la primera foto con uniforme. Y en esa foto, tu cabeza pasaba por abajo del vidrio. Tengo dos nudos en la garganta, Keke. Se termina una etapa, la de los juegos libres, la de las mesitas redondas, la del desayuno en la salita. Comienza otra, seguramente igual de asombrosa, pero otra.

Te quiero, hijo. Y ya no puedo escribir más. Tengo tres nudos en la garganta y una pelota en el estómago. Voy a llorar, sabelo.

sábado, 28 de noviembre de 2009

EL FUTBOL, ES OTRA COSA

Te acomodaste rápido en la silla y te dejaste la campera puesta. A mí, en cambio, me llevó tiempo deshacerme del tapado. No por torpeza, sino porque entretuve la mirada en recorrer tanto barrio y tanta cultura en el ambiente. Casi te diría que era el espacio propicio para lo que te tenía que contar.

Cosa rara la que te tenía que contar, de esas que a veces pienso, que sólo me pasan a mí. Y cuando me pasan, nadie mejor que vos para escucharlas.
- Pidamos algo y te explico –dije.

Como siempre, miramos la carta de papel marrón y elegimos cuatro o cinco variedades de picadas con cerveza, para luego ordenar un tostado con una lágrima.

Mientras el mozo tomaba el pedido y ponía la mesa, nos entretuvimos comentando los pequeños recortes culturales impresos en los individuales de papel. Necesitaba tiempo para pensar por dónde empezar.
- Te cuento? –Y abriste los ojos con aire tanguero como diciendo hace rato que callo y espero.

Y empecé a hablar pausado, impostando la voz, casi como un relator que cuenta una historia que no le pertenece.

Resulta que el martes pasado, me encontré con mi abuelo en la calle. No es raro que uno se encuentre con su abuelo, lo raro es que el mío murió hace quince años.

Primero lo miré pensando ‘qué tipo parecido al Lolo, ese’, pero inmediatamente el hombre se me acercó como si me hubiera visto ayer.
- Uy! galleguita...- me dice y me dá un beso así nomás, te digo, como si me hubiera visto ayer.

Cómo te explico que la primera reacción fue respirar para ver si me entraba aire a los pulmones o me había muerto sin querer ni avisar.

Como respirar respiraba, instintivamente y muy natural, le contesté:
- Lolo, que hacés acá? –Yo me refería a qué hacía acá, en la tierra, en la de los vivos, pero el entendió que le preguntaba qué hacía ahí, en México y Bolivar.
- Vengo a que me revisen la Spica- me dijo como si me hubiera visto ayer.

No es que quiera ser reiterativa, Mime, pero lo hacía con tal naturalidad que aún estoy sorprendida.

Hasta la ropa era como si se la hubiera puesto recién. Tenía un pantalón de franela azul, un sweater escote en V, una camisa y seguro que abajo llevaba camiseta blanca de algodón y unos CASI. Sobre el sweater, una bufanda marrón de las que usan en el campo cruzada sobre el pecho. Zapatos también marrones de pana a cuadros, de los que parecen pantuflas, pero con suela de goma.

Me dijo que vino a revisar la SPICA y me mostró la radio que traía entre las manos. Estaba como siempre. La radio también. Con la funda curtida de cuero marrón y el audífono blanco, ese auricular para un sólo oído, colgando del costado.
- Primero pensé que no tenía pilas, pero tenía -me dice- porque la radio andaba.

Parece que el abuelo quería escuchar la oral deportiva y no había partidos. No es que pretendiera escuchar a Muñoz, pero dice que terminó el clausura, escuchó los últimos partidos y los amistosos de pretemporada, pero que ahora no puede escuchar los partidos del apertura.

Si Mime, ya sé que no te interesa el fútbol, pero escuchá, esto es otra cosa.

Le dije que yo trabajaba por acá, en San Telmo y que lo acompañaba. Lo tomé del brazo y caminamos. No me mires así. Lo tomé del brazo, no era un espectro, estaba ahí, a mi lado.

Me seguís? Como no podía escuchar los partidos, pensaba que no funcionaba la radio. Pobre viejo!!!
- Mirá Lolo -le dije- tu radio no tiene problemas. No hay partidos. No hay fútbol.

Le tendrías que haber visto la cara. Se le oscureció la mirada y hasta el bigote parecía acongojado. El abuelo es un tipo de los de antes, Mime. Un básico pasional, viste? El fútbol se juega en la cancha y si lo televisan, bueno, que suerte, pero él va a la cancha. Tiene su carnet del rojo que es una libreta chiquita de dos hojas con tapitas de cuero y una foto de cuando tenía pelo. Cuando en el club hicieron los cartones plastificados, se lo mandaron, pero él siguió usando la libretita.

Se acerca el mozo con los tostados y nos mira pidiendo permiso como si estuviéramos de confesión. Te escucho decir “Gracias” y me doy cuenta de que hacía rato que no escuchaba tu voz. Pero hay más. Sigo.

Se había hecho un largo silencio y pensé que me tocaba hablar.
- No hay fútbol porque hay muchas cosas en juego. Por un lado hay clubes con muchas deudas y los jugadores no salen a la cancha. Por otro lado está el negocio de la televisación de los partidos. Parece que la AFA tenía un arreglo con TyC y se terminó el arreglo, entonces no hay quien pase los partidos por la tele. Y eso es mucha plata, abuelo.

Me volvió a mirar como si hablara en otro idioma. El segúia pensando en la cancha. Me preguntó qué tenía que ver la tele.
- Mirá galleguita, tenés que estar confundida. El fúlbo no se puede cortar, es algo que forma parte de todos. Qué hacen los jugadores si no juegan? Vos sabés lo que es ponerse la casaca para el partido? Jugar es su trabajo, pero eso es lo menos importante, sabés? Esos muchachos se juegan la sangre en cada pase, transpiran pasión, corren para la hinchada... no son actores de la tele, qué les importa si los filman o no? Mirá -me dice y traga saliva, como si se acomodara los dientes- Te acordás cuando empatamos con Talleres allá en Córdoba y ganamos el Nacional con ocho? Los muchachos trajeron la copa y vinieron a dar la vuelta a Avellaneda. Yo te llevé a la cancha conmigo. A upa te llevé.

Se me llenaron los ojos de lágrimas, nena. Cómo no me voy a acordar, hasta lo que tenía puesto me acuerdo. Pero no me miró, siguió hablando inmerso en su orgullo rojo.
- Para la gente dieron la vuelta, no para la tele. El estadio estaba lleno... no te acordás no? Una banderita te compré... con el escudo en el medio. Y vos, en brazos la movías para todos lados y cantabas DALE ROOOOOOJOOOO en la platea. Te agarrabas fuerte con un bracito sólo. Teníamos a los jugadores casi al alcance de la mano. Te parece que la tele es igual? Hacé el favor!!!

Se estaba enojando, Mime. Apretó el puño libre y se enpezó a frotar los dedos contra el pulgar como si se limpiara algo pegajoso. Te confieso que hice un largo silencio. Me estaba retando como cuando cruzaba por delante de las hamacas en el parque Lezama.

Además tenía razón. Te aburro, no? Yo sé que no te interesa el fútbol, amiga, pero esto es otra cosa, estamos hablando de valores, entendés, pasiones, sangre, amor propio. El abuelo es un básico, te dije, pero mirá que clara que la tiene.

Después del silencio, le apreté el brazo del que iba enganchada y le dije que sí, que pensaba como él, pero que lamentablemente no había fútbol por lo que yo le decía y que le fuera a pedir explicaciones a Grondona.

Para qué le habré dicho eso. Me miró con el ceño fruncido y me espetó que si yo hablaba de Julio Grondona, que cómo Don Julio iba a parar el fútbol, si él era el fútbol.
- Vos sabés de dónde es Grondona? Es de Sarandí, galleguita, sabés las veces que fuimos a la ferretería? Vos sabés lo que trabajó ese hombre? Y todo lo que hizo por Independiente? Mirá, está todo muy raro. Yo sé que las cosas van cambiando, pero me siento aturdido. En apenas unas horas y una caminata se me vinieron abajo la dignidad, el respeto, el valor de las cosas.

Caminamos unos pasos más y yo lo miraba atónita, él no levantaba la mirada del piso. Cuando alzó la cabeza, me miró y ví que tenía los ojos mojados, parecían de vidrio. Estaba triste, nena, estaba triste.

Hice un ademán como para abrazarlo y decir algo, pero se me adelantó.
- Dejá, galleguita, me debo estar poniendo viejo.

Estaba abatido. Volvió a bajar la cabeza y esta vez se concentró en la SPICA que tenía en la mano.
- Entonces vos decís que esto anda bien?
- Si, Lolo, anda perfecto, es el mundo el que anda al revés.
- Seguís yendo a la cancha, petisa?

No le contesté.
- Bueno, me vuelvo, entonces –y mientras lo decía señaló el cielo con la mano cerrada y el pulgar en alto.

Recién ahí Mime, me acordé de lo que pasaba y lo miré como si fuera un fantasma. Me apretó la mano, se dió vuelta y caminó en sentido contrario.

Se mezcló entre la gente mientras a mí me rodaba una lágrima gorda por la mejilla. Con un hilo de voz, le dije:
- Chau, abuelo. Saludos al viejo, si lo ves.

Para mi abuelo, de su galleguita. Ese abuelo de quién me acuerdo cada día, pero más, cuando gana independiente.



miércoles, 18 de noviembre de 2009

CUESTION DE NUMEROS



Cuando yo era cachorro, vivía en la galería del jardín de infantes del colegio grande, ese que está enfrente de la plaza.

Ahí escuchaba cuentos de princesas al por mayor. Y también escuchaba a las maestras decir que eran sólo cuentos.

Pero ahora que soy un perro grande, conozco a una princesa de verdad. A la princesa Josefina I, o sea, Josefina primera. Eso quiere decir que es la primera Josefina de la familia. Vive acá a la vuelta, pero debe ser princesa del reino de Numerolandia, porque siempre la escucho hablar de esas cuestiones. Se nota que tiene mucho para resolver.

El otro día pasó caminando con su mamá, la reina Mimena de la Parras, y yo escuché que le preguntaba:
- Mami... cuánto es 28
- Los años que tengo yo –contestó la reina.
- Y eso es mucho –volvió a preguntar la princesa que, por cierto, es muy preguntona.
La reina primero tosió un poco y luego dijo:
- Noooooooo –con cara de conestarespuestaessuficienteyacáseterminóeltema.

Y mientras la reina le ponía ESA cara y entrecerraba los ojos para que pareciera más real todavía, la princesa Josefina I vio una cucaracha y se bajó de la vereda. La reina inmediatamente cambió la expresión a la de mamarracho mal dibujado y le dijo cazándola por el brazo:
- Princesa Josefina, te dije 10 veces que no se camina por la calle!!!! –y cambiando el tono al de reina que no grita porque las reinas no gritan siguió- Por la calle van los autos, hija.

La princesa, más preocupada por las cuestiones del reino de Numerolandia que por el reto de la reina, le preguntó:
- Mami, 10 es menos que 28?
- Sí, Josefina
- Ah.... me lo dijiste poquitas veces, entonces...

Y no sé cómo siguió la historia, porque cruzaron de vereda.

A veces, doy vuelta a la manzana, me detengo bajo su balcón y escucho lo que hablan en su casa.
- Josefina I... juntá por favor los juguetes. Hay como 20 muñecas desparramadas por el piso.
- Mami... cuánto es 20?
- Princesa Josefina, 20 es un montón, no ves que no se puede ni caminar sin patearlas? Contemos mientras las juntás. 1... 2... 3...
- Listo, mami!!!
- Muy bien, Josefina!! Me das muchos besos?
- Sí!!! Te doy 20!!!!
- Tan poquitos, hija? Yo quiero un montón!!

Pobre princesa... tiene muchos problemas en su reino. 20 es mucho o es poquito? Y eso no es lo peor. Muchas veces, a la reina Mimena, le agarra un ataque de dulce de leche con chocolate y le dice:
- Princesa Josefina I... me querés?
- Sí, mami.
- Y hasta dónde me querés?
- Hasta el cielo y las estrellas, mami –y ahí la princesa mira hacia el cielo como diciendo “te quiero hasta lo más alto que puedo ver”.
Es en ese preciso momento cuando la reina de las Parras le dice mirando al mismo lugar:
- Y yo te quiero hasta el infinito!!

Entonces dejo de observarlas a ellas y miro para el mismo lugar y no me queda claro si el infinito es antes o después del cielo y las estrellas. Cuando hablan de cantidades sin los números, me pongo a ladrar de los nervios.

Ay! de mi princesa que no es de los cuentos! Cuántos interrogantes en Numerolandia, tan joven y teniendo que resolver cuestiones de estado.

Hoy Josefina cumple 4 años, ojalá sepa contar hasta 4. Yo hasta ahí aprendí, porque 4 son las patas que tengo y 4 los años que hace que la conozco. Y eso para mí, es mucho. Guau!

Feliz cumpleaños, Princesita!!! Sabés una cosa? Cuando yo era chiquita jugaba a llamarme como vos. Eso era porque quería ser escritora como Josephine March. Y mi papá, también me decía Josefina, a veces. Tenés un nombre muy lindo y muy querido por mí. Te deseo una vida llena de cumpleaños. De cumpleaños felices, como éste. (18-nov-09)

jueves, 12 de noviembre de 2009

LO BUENO, EN FRASCO PEQUEÑO



Se sienta siempre del lado del pasillo y busca las butacas enfrentadas. Ella ocupa un asiento y medio, casi dos. Es muy gorda. Es demasiado grande. Lleva su cabello oscuro y lacio recogido en la nuca, siempre bien peinado. Tiene la tez blanca y rubor natural en sus mejillas. Parece un dibujo de Botero. La cara regordeta, los ojos redonditos y vivaces, la boca finita, casi escondida en el mentón. La frente, ancha. Las orejas diminutas y pegadas a la cabeza. Siempre usa el mismo atuendo: pantalón de toalla amplio, polera con el cuello arrugado bajo la papada, buzo frizado, medias y zapatillas ambas exageradamente blancas. Si el pantalón es claro, el buzo es oscuro y viceversa.

Está siempre limpia. Pulcra. Tiene las manos y los pies absurdamente pequeños. Las uñas cortas y sin pintar, los dedos tan gordos que no los puede juntar.

Sentada, con las piernas abiertas, carga en su pecho una niña de meses en una rosada mochila portabebé. La acaricia incesantemente. En el estrecho espacio que queda a su izquierda, casi pegada a la ventanilla del vagón y con su manito sobre la pierna de la madre, viaja otra niña con pintor a cuadros de jardín. Tendrá unos tres años.

A la derecha, en el pasillo, pero pegado a su pierna, lleva un cochecito de paseo, tipo “paragüita”, con un niño, creo, con chupete y mucho pelo, negro, como el de su madre. Es extraordinariamente blanco y tiene los cachetitos gordos y colorados. Ojitos cerrados. Es igual a ella.

En los asientos enfrentados viajan otras dos nenas, más grandes. Van de la mano y visten guardapolvo blanco. Una de ellas, supongo que será la mayor, lleva además de su mochila escolar, el bolso del bebé, de los bebés.

Están todos acicalados y prolijos, van sentados tranquilos y se los nota bien educados. La madre tiene voz de miel, le canta al pequeño del cochecito mientras lo mece cada tanto, con el pie.

De vez en cuando se escucha por lo bajo un “Catalina, la espalda contra el asiento, por favor”, o un “Pachi, no patees a tu hermana”. Las niñas comentan sobre el paisaje o sobre algo que sucedió el día anterior en el colegio, todo en un tono tan amable que parece un párrafo de “Mujercitas”.

El tren se detiene en Belgrano, es tan gorda, que le cuesta moverse. Se para con cierta dificultad y acomoda el port-enfant en su pecho, arrastra el cochecito hasta el centro del pasillo y ubica a las niñas mayores por delante y a la pequeña al costado del paragüitas. Gira suavemente la cabeza hacia atrás y con un hilo de voz dice: “Facundo, vamos”. Y allí viene Facundo, con guardapolvo blanco, alto, delgado, mochila en la espalda y en cada mano otro niño, de unos seis años, diría que mellizos, con sendos delantales blancos y unas sonrisas de pocos dientes. Muy pulcros, muy prolijos.

Los observo con admiración y pienso: qué poco cuerpo para tanta madre.

martes, 3 de noviembre de 2009

EL AÑO DEL CANGURO



Y me olvidé el paraguas en el taxi. Llueve torrencialmente, estoy en la oficina, trajecito, tacos altos, pollerita. Una lady. Una lady sin paraguas. Y bueno. Hoy se termina el año del cangrejo. No. No es el horóscopo chino. Es un calendario animal. Propio.

Resulta que hace meses comenzaron a sucederse hechos aislados... o no tanto. Casi una conspiración con mis zapatos. Un paso para adelante, tres para atrás.

Nada de vida o muerte, sólo una progresión de nimiedades insidiosas a modo de tortura china. A saber.

Finalizando noviembre 2008, una mañana amanezco con el ojo derecho inflamado y el mismo costado de la nariz doblando su volumen. Mater Dei. Guardia. Te golpeaste? (Léase: Te pegaron?). No. Tomás alguna medicación? (Léase: Te drogás?) No. Diagnóstico: Alergia. A qué? Hay que estudiarlo.

En septiembre 2008 terminamos de arreglar la cocina. Hermosa. Hermosa lucía la ventana, vista al pulmón de manzana. Segundo piso con una luminosidad increíble. Pensamos que sería bueno poner una cortina porque tanto sol al mediodía pasaba de hermoso a molesto. Idea de septiembre. Los vecinos tuvieron una propuesta superadora en octubre. Vendieron la casa a una constructora que diseñó un hermoso edificio de 5 pisos. Ahora en mi cocina es eternamente de noche. Bueno, me ahorré el costo de la cortina y supongo que con ese dinero podremos pagar el aumento del consumo de energía eléctrica de un año. Ah! El dormitorio de los chicos también quedó en penumbras. Ni hablar de los daños causados. Con los ruidos molestos los hijos se despiertan a las 8 los sábados también, rajaduras varias, humedad en mi dormitorio que vendría a convertirse en eso que llaman medianera, polvo de ladrillo por todos lados... en fin.

Enero 2009, me levanto un día con un labio hinchado, como si me hubiera puesto botox en dosis para hipopótamo. Al Mater Dei otra vez, no. Sanatorio de la Trinidad. Te golpeaste? (Léase: Te pegaron?). No. Tomás alguna medicación? (Léase: Te drogás?) No. Diagnóstico: Es una reacción, probablemente por estrés. Te vas de vacaciones? Sí. A dónde? Merlo. Ah... San Luis... Ahí esto no te va a pasar. Loratadina. Felices vacaciones.

Merlo. Lindo, no? Hermoso. Complejito de cabañas, pileta, pajaritos, galletitas de salvado. Acomodar bolsos, ducha, cena. A dormir. Primer día: soñado paseo serrano. De regreso, ducha. Toallas limpias. Mmmm qué olor raro. Pis de gato. En la toalla. Ya comenté que soy alérgica a los gatos? Seis días con la cara hinchada. Ah... San Luis... Ahí esto no te va a pasar. Loratadina. La gerente del complejo me llenó de alfajores y disculpas. Felices Vacaciones.

De regreso al trabajo todo para atrás y no lo voy a detallar a ver si me broto.

Mi tía, que cuida a los chicos en casa, se tuvo que operar de la cadera (sí, ella también está en el año del cangrejo). Tres meses que fueron cinco haciendo malabares entre mi marido y yo para acomodar horarios, retirar a los niños del colegio y pedirle a quien sea que no haya jornada de capacitación docente.
Por supuesto, como es el año del cangrejo, también dejó de venir la señora de la limpieza. Entonces los sábados dejaron de ser de paseo para jugar en familia a “la por horas”. Los domingos quedaron cortos para visitar amigos, familia, compras, parque con los hijos y dormir hasta mediodía. Los reclamos de los allegaos han sido bienvenidos, con todo esto una echada en cara era chocolate caliente para el alma.

Pero como todo puede ser peor, vino la gripe, la A. Y agarrate, porque los pibes tuvieron un mes de vacaciones, pero los padres sólo una semana. Resumen: No vacacionamos. Yo tomé una semana, mi marido otra (diferente, por supuesto) y los quince días restantes los dibujamos teletrabajo mediante. Teletrabajo trabajando, teléfono derivado, mail que va, mail que viene y mientras tanto hacemos de mucama, de cocinera, de maestra y, con muchísimo placer, de madre y esposa.

Para hacerla corta, no menciono la úlcera de córnea de mi hijo menor, ni las conjuntivitis hemorrágicas de ambos, ni mi tema de la vesícula. No hablo de los aumentos de precios ni del gobierno porque eso lo sufrimos todos.

Promediando el año, hay atisbos de mejora... Parece que implementamos un proyecto que lleva más de cuatro años en la oficina, pero no, es una amenaza nomás. Un pasito adelante, tres para atrás. Parece que hay una oportunidad laboral, pero no, es una ilusión nomás. Un pasito adelante, tres para atrás. Parece que finalmente, después de 4 años de vivir en este depto tenemos muebles en el dormitorio, pero no, es una amenaza nomás. Un pasito adelante, tres para atrás.

Auditoría ISO 9000 en el laburo. Cuándo? 3 de noviembre. Ah... es mi cumpleaños, no lo podemos pasar de día? No. Ok.

Definitivamente no es mi peor año, me han pasado cosas peores, pero no recuerdo tal seguidilla molesta que me ha hecho sentir que caminaba para atrás todo el año.

Y es 2 de noviembre. Llueve y me olvidé el paraguas en el taxi. No importa. Hoy termina. Hoy tía volvió a estar en casa. Y eso es una gran noticia para ella y para nosotros. En octubre vi por primera vez en 30 años, algo de lo que escribo publicado. Y este año voy a ser tía otra vez.

Y bueno, a las 10:15 del 3 de noviembre empieza el año del canguro, señores. Adiós al año del cangrejo. Cuidado, eh? Voy a los saltos.

viernes, 16 de octubre de 2009

MI MADRE



Si pienso en mamá,
pienso en su vientre.
Su vientre gestante
sustento y abrigo.
Su vientre gigante,
mi alcoba, mi nido.

Si pienso en mamá,
pienso en sus labios.
Sus labios que besan,
que hablan, aconsejan
Sus labios que dicen,
que callan, que retan.

Si pienso en mamá,
pienso en sus manos.
Sus manos que acarician,
que curan, que mecen.
Sus manos que cocinan,
que consuelan, protejen.

Si pienso en mamá,
pienso en la mía.
Pienso en su vientre,
sus labios, sus manos.
Gracias por siempre
por estar a mi lado.


SI TE QUIERO ES PORQUE SOS...

Para vos, como todo


No sabía que ese momento sería un hermoso recuerdo años después.

Tengo la cálida evocación de haberte quitado los anteojos y haberte probado lentamente. Todavía guardo el sabor reciente de esos besos, de las adolescentes caricias en la madrugada. Aún siento tus temores absorbiendo mis seguridades, llevándose puesta mi hombría y destejiendo mis vanidades.

Llegaste en el momento justo. Justo cuando mi falta total de respeto por los límites se sentían en mi cuerpo. Cuando con disfraz de mujer maravilla me llevaba puesto el mundo y el mundo a mí.

Apareciste justo para recordarme quién era, para rescatar a la bohème y darle final feliz a la novela.

No pensé entonces que mi compañero de oficina sería el motor de mi vida.

Hoy tengo a mi lado un amigo, que desacomoda mis estructuras y ordena mis delirios.

Tengo a mi lado un esposo centrado, un hombre que siembra futuro, que crece y construye de mi mano.

Tengo a mi lado un padre divertido que descontrola los juegos de los hijos, un padre responsable que los educa, alimenta y proteje, y un padre orgulloso que los ama incondicionalmente y los mima hasta con la mirada.

Tengo a mi lado un compañero, que comparte mis locuras, que me envuelve con sus veleidades y venera mis libertades.

Tengo a mi lado un niño, un eterno soñador, una criatura frágil que busca abrigo en mi abrazo.

Tengo a mi lado un hombre que acaricia en privado mi piel bajo la ropa y me provoca en público sobre ella. Un hombre que revuelve mis hormonas y agita hasta concretar mis más secretas fantasías.

Tengo en vos, amor mío, exactamente lo opuesto a lo que buscaba, exactamente lo que necesitaba.

Cuando me acuerdo de aquel día, de ese amanecer entre vidrios empañados, de esa confesión tan suave, tan tierna, tan tuya, sólo se me ocurre un GRACIAS.

No sabía entonces que tenía tanto amor para darte, tan oculto, tan guardado.


jueves, 24 de septiembre de 2009

TODO POR DOS PESOS


Trabaja en el tren. Vende en el tren. Todos los días, todo el día. No es muy alta. No es petisa. Es ancha. Ancha de hombros y ancha de caderas. Tiene las piernas hinchadas, el tobillo izquierdo vendado y los empeines fuera de las alpargatas azules. Lleva una pollera también azul, una polera blanca y sweater gris de cuello redondo con botones. Usa las mangas del brazo izquierdo levantadas por encima del codo. El cabello gris muy corto, como soldado, cómodo, para no peinar. Su cabeza tiene el mismo tamaño que sus rodillas, se pierde en la anchura de los hombros. Ojos celestes. Vivaces ojos celestes, claros, como un amanecer soleado. Porta sonrisa de oreja a oreja. Toda su cara es una amable sonrisa.

Lleva colgada de su brazo descubierto una gran bolsa plástica negra, como las que se usan para residuos en los consorcios, pero con manijas. Las marcas en la piel dicen que la bolsa pesa. En su mano derecha, dos paquetes de pañuelos descartables abiertos en “v”. En la otra mano, la del brazo de la bolsa, una cajita de cartón con pastillas DRF de varios sabores.

Pasa caminando por los vagones y ofrece con suma dulzura:
- Pañuelitos descartables, 2 por 2 pesos. Pastillas DRF, del sabor que elijan, 3 por 2 pesos.

Arrastra las piernas y la bolsa. Sobrelleva en cada paso su orgullo y su bolsa. En cada estación, recarga su honra y su bolsa.

Pide permiso y vende en cada vagón, por lo menos doce paquetes de pañuelos y seis de pastillas. Pide permiso y entrega, en cada vagón veinticinco sonrisas. Todo, por dos pesos.

viernes, 14 de agosto de 2009

DOS PAJAROS DE UN TIRO



Yo pensé que me tomaba el pelo. Literalmente. Cada vez que yo decía algo en voz alta, seguía su comentario:
- Te voy a llevar a mi casa para que me apuntes. Yo tendría que contestar así.
- Ves? Así hay que ser. La piba tiene las cosas claras.

La miraba como quien ve pasar un bondi que no va a tomar y seguía mi camino. Me molestaban un poco sus frases. No. No me molestaban. O sí. Bueno, no sé. Creo que me divertía. No teníamos mucho trato, pero era casi una cómplice neuronal. Se sentaba del otro lado del piso. Del lado del jefe. Sí. Era divertido. Antes, algunas de mis ácidas palabras quedaban boyando en el éter. Ahora tenían respuesta, pero no podía descifrar si era por compinche o me burlaba en la cara.

Un día no estuvo más. Un día. Dos días. Tres días. Una semana. Y, viste, feo lo que le pasó. Así me dijeron. Feo. Está internada. Terapia. Ah, pobre. Dos semanas. Tres. Está mejor. Sí, parece que se recupera, eh?

Y se recuperó. Ahí me enteré. Un poco me enteré. Cosas que se comentan cuando todo ya pasó. Y entonces te cuentan. A medias, pero te cuentan.

Y después hubo una serie de cambios. En el trabajo. Y la pasaron de mi lado del piso. Atrás de una columna. Buena música, ponete a Clapton.
- Cruzo a comprar comida, alguien quiere algo?
- Traje de casa. Empanadas. Las hice yo. Compartimos?

Y después hubo una serie de cambios. En la vida. No sabía que fumaba. Tampoco que escribía. Sí que tenía una hija y muy linda. Le conté que escribía y me fui de vacaciones. Me fui con una amiga. No, no. Me fui con mi familia, en el auto. Pero con una amiga en el corazón.

Parece que es de toda la vida. Somos tan distintas. Somos tan parecidas. Es mi cómplice, casi mi secuaz. Mi contrapunto de escritorio y mi lectora adepta. Soy su fanática y su lectora adepta. Me lee la mente y arma frases para que las termine. Nos reímos de cosas que no causan gracia y lloramos de la risa. Caminamos. Tomamos vino por facebook y viajamos juntas en sms.

Y nos cambiaron de escritorio. Sí, otra vez. Pero ahora sin columna. Ahora nos vemos las caras. Ahora que ya no hace falta, nos vemos las caras. Buena música, ponete a La Varela. Dale. Alma de Loca.

No trabajamos juntas. Bueno, sí. Juntas físicamente. No sé ni qué hace. Pero somos amigas. El trabajo fue una excusa. O un Kinder sorpresa. Tomamos mate. No, en la oficina no. En casa o en su casa. Vamos al teatro. Hablamos por teléfono. Es rara. No, no. Mi amiga no es rara. La relación es rara porque parece que nos conocemos desde chiquitas. Es rara. Mi amiga. Mi amiga también es rara. Debe ser porque somos parecidas. Somos distintas. Por eso somos amigas. Como Thelma y Louise. Raras por distintas, no por especiales. O sí, especiales. Ezpeziales.

Ahora se va a operar. Porque es rara. No, la operación no. Mi amiga es rara. La operación es común. Estética. Creo que está cansada de que la miren como bicho raro, entonces va a hacer algo para que la miren de otra forma. O con otra forma. O con más forma. Por eso digo que es rara. Porque no es un bicho y raros somos todos. El punto es que algunos lo reconocemos y otros no. Igual, le van a quedar bien. Ahora va a ser más rara porque le ponen pero no le sacan. No, no. Del mismo lugar no. Digo que no le sacan nada de la cabeza. Entonces va a ser más rara que antes. Somos parecidas. No, no. Yo no me hice las lolas. Somos distintas. Por eso somos amigas. Como Huckleberry Finn y Tom Sawyer.

Se toma vacaciones, obvio. La voy a extrañar. No, no. A mi amiga no, si nos vamos a ver. La música, digo. La voy a extrañar. Ponete la de los viernes. No, mejor, hoy pongo yo. Buena música, pongo algo de Serrat o de Sabina. O de los dos. Dos pájaros de un tiro.

martes, 21 de julio de 2009

OTRO JULIO



Con la naturalidad que vuela un ave
hoy cuento cuatro
como si fuera ayer que entregabas la llave.
Tengo la magia de tu olor en la cocina
blues, tango, jazz
tu sencillez y entrega, mi forma de vida.

Tengo fotos, tengo muchos libros
y tu ausencia,
escolta muda de un gran vacío.
Tengo recuerdos, nostalgia silente,
mucha bronca y
mil proyectos boyando en mi mente

La niñez dulce sobre tus hombros,
mis preguntas
y todas tus respuestas, sin rezongo.
La adolescencia tenaz y rebelde,
consejero,
eterno padre, férreo, paciente.
La mujer, hembra y aún hija bravía
que te pierde
siendo madre de vientre recién nacida.

Cuatro años crueles enumero luengos,
tan amargos,
aciagos, como ningún otro momento.
Tanto tengo, tanto diste, que aunque faltes
otro julio
atesoro tu voz discurriendo como antes.



lunes, 20 de julio de 2009

FELIZ DIA DEL JUANETE


El 20 de julio de 1974 nació mi hermana. Yo tenía casi 6 años y ni idea de que alguien había despachado 1000 cartas por el mundo esperando respuesta a propósito del alunizaje.

La historia del día del amigo empezó a tener sentido para mí cuando mis compañeras del colegio se querían juntar a festejar algo el día del cumpleaños de mi hermana. Qué poco criterio, no?

Yo ya tenía mi propio festejo y a mi hermana de unos siete u ocho años preguntándose por qué todos recibían regalos si ese día era SU cumpleaños. Suerte que mi hermana es mi mejor amiga.

Pasada mi adolescencia, empecé a darme cuenta de que las fechas como el Día del Amigo que se han vuelto fechas comerciales, poco me interesaban y que el 20 de julio fuera fecha ocupada era una gran excusa para no tener que explicar a mis amigos que no me gustaba ese festejo. Amigos somos todo el año, no?

Días pasados almorzaba con una amiga –de las muy buenas- y había en el restaurante ofertas varias para este lunes. Obvio, no sólo es el día del amigo sino una gran oportunidad para levantar las ventas en épocas de la gripe porcina. Lógicamente la conversación giró entonces alrededor del tema. Ella tampoco se junta el día del amigo, pero no tiene ninguna excusa válida, pobre. Su tema es que no tiene un único grupo de amigos y que entre sí, los diferentes grupos, no se conocen y tienen poco en común.

Y no es cosa rara. No creo que haya muchos viviendo en tribus exclusivas hoy en día. Y me imaginaba un festejo saliendo con los amigos del grupo J. A los otros amigos les tocará otro año, quizás.

Entonces elegimos un restaurante en Puerto Madero, Palermo Soho, Cañitas, San Telmo... Algún lugar que tenga fácil acceso para TODOS los del grupo que no vivimos en el mismo edificio.

Cola para entrar, aún con reserva. Un metro de distancia entre los de la fila. La mitad de las mesas dentro del local. Costumbres nuevas en épocas de la Influenza A. Luego de una hora afuera, en julio, adentro aparece el fotógrafo, que nos vende la hermosa oportunidad de retratar el encuentro con amigos. Los del grupo J. Mientras tanto, mis amigos del grupo T, me mandan SMS que contesto durante la cena, y me recuerdan que ellos están cenando también y que si quiero puedo ir a tomar un café luego. También me llaman mis amigos del grupo M, llamadas que contesto entre la comida y los SMS del grupo T. Ellos se encuentran después de cenar para tomar algo. “Venite si podés”.

Mientras tanto, a cada uno de mis amigos J, les llegan SMS y llamadas igual que a mí.

Cuando me quiero acordar, viene la responsable de Relaciones Públicas del restó y nos ofrece el catálogo de obsequios para agasajarnos mutuamente en un día tan especial. Y mientras ella habla, caigo en la cuenta de que no pudimos articular conversación alguna y ya nos estamos yendo. Feliz día del amigo. Que bueno encontrarnos. A ver si lo hacemos más seguido.

Volviendo de mi escape mental a la mesa del almuerzo, la miro a mi amiga y le digo:

- Ves? Es puro comercio. La idea es llenar el restaurante, vender más pulsos en llamadas a celulares o en sms, invadir los escaparates con baratijas alusivas...
- Mmmm Uhm...
- Parecés mi psicóloga... Lo que digo es que es el día del amigo como podría haber sido el día de la luna. Igual que el día del niño. Cuando yo era chica era el primer domingo de agosto, pero parece que se vendía poco, porque no todos habían cobrado el sueldo si el primer domingo era 2 de agosto... entonces, como lo importante no son los niños, sino vender, ahora es el segundo domingo, entendés?
- Ajá
- Te voy a terminar pagando la sesión a vos... Es lo que te digo. Mirá, podríamos festejar otra cosa y vas a ver que nadie se prende, porque no vende. No te digo el día del arquero, que antes era el día que jamás iba a llegar, porque ahora que el fútbol es negocio y nada más, hasta los arqueros tienen día... Pero hagamos el “día del juanete”, por ejemplo.
- Me gusta...
- Ah... sabías alguna palabra más... Claro. Por qué los juanetes no tienen día? Mirá que los recordamos seguido, eh? Algunas personas se deben acordar más seguido de los juanetes que de los amigos. Podríamos armar carteles alusivos, con fotos de distintos tipos de juanetes... Diseñar tarjetas electrónicas y enviarlas a quienes los sufren y a los que no, para que se prevengan y no usen zapatos en punta y con taco fino...
- Seeeeee... nos hacemos unas musculosas con la inscripción “FELIZ DIA DEL JUANETE” y pasamos por las mesas para que se saquen una foto de recuerdo.
- Claro... y vamos a Recursos Humanos y les damos la idea para que pongan stickers en las computadoras y manden un mail alusivo con la frase “NO HACE FALTA QUE TE PONGAS EN LOS ZAPATOS DEL CLIENTE... SENTITE COMODO EN LOS TUYOS. FELIZ DIA DEL JUANETE”.

Lindo almuerzo. Suerte que estaba con una amiga, festejando que lo somos, como cada vez que me encuentro con alguno de mis muy buenos amigos.

A cada uno de ellos, feliz día, hoy y todo el año. Los quiero mucho. A mi amiga del almuerzo, gracias por la risa y por compartir la idea del juanete. A mi hermana y amiga, en SU día: FELIZ CUMPLEAÑOS.

domingo, 5 de julio de 2009

MAKE UP



Sube en la estación Rivadavia del Mitre a las 7:15. Es alta, imponente. Todo en ella dice “acá estoy”. Es alta, y usa tacos muy altos. Hay que empezar a mirarla desde abajo. Se la recorre con la vista y parece que no termina nunca. Hoy lleva botas negras de caña alta y una pollera larga que tapa la mitad de las botas. La pollera tiene personalidad, marca el paso con el ruedo y decide el quiebre de cintura oponiéndose a la cadera. En el torso, una blusa negra con encajes y transparencias. Mangas siete octavos. Pulseras. Muchas pulseras. Se agarra del asiento del tren y todos escuchan su mano. Está bronceada, muy bronceada. De su brazo izquierdo cuelga la cartera, casi un bolso. Parece el baúl de Mary Poppins. En el antebrazo lleva, doblada, su campera. Es un abrigo de pana, enorme como ella, con alamares de cuero con cordón de seda. Marrón. Tiene capucha. La capucha tiene un ribete simil piel de nutria que juega un molesto “el aire es libre” con la cabeza calva del señor que ocupa el asiento del pasillo. Estación Belgrano C.

Acomoda su espeso pelo negro y casi se hace la distraída cuando se levanta la señora de su derecha para bajar. Toma el asiento y con una suerte de grandilocuentes malabarismos acomoda los petates en su falda. Abre la cartera y saca un gran neceser de cosméticos. Tiene un espejo que resulta diminuto entre sus dedos y comienza por las pestañas. Las arquea con rimel negro, le quedan espesas, grumosas y largas. Lisandro de la Torre.

Aprovecha el cese del movimiento para repasar las pestañas inferiores. Mira a los nuevos pasajeros como si buscara a alguien, pero no lo encuentra. Con un cisne gastado y manchado aplica rubor marrón, terracota, sobre sus pómulos, mentón, nariz y frente. Aplica tal cantidad y con tal energía que puede verse el polvo en el aire. Se mira en el espejo. Está conforme. Toma un delineador de labios y agranda los suyos sustancialmente. Cambia el delineador por un lápiz labial color canela, pastoso, brillante. Lo aplica con ganas, en abundancia. Aprieta los labios con un movimiento rítmico, como si se besara a sí misma, y se mira en el espejo haciendo muecas a ambos lados. Guarda el labial, cierra el neceser y lo acomoda en su cartera. Aún con el espejo en la mano, encuentra un peine pequeño. Se mira el flequillo y pasa el peine por el borde. El peine no, el canto del peine. Como si quitara el excedente de un recipiente para que quede al ras. El canto del peine. Mueve el espejito y la cabeza mirando toda su cara por zonas.

El tren disminuye la marcha. Mira por la ventanilla. Todos sus gestos son exagerados. Cada vez que se mueve perfuma el vagón. Tiene un olor dulce, penetrante. Retiro.

Se acomoda en el asiento, como si fuera a seguir sentada. Guarda el espejo en un bolsillo de la cartera, la cuelga de su hombro, pasa el brazo izquierdo por el doblez de la campera y, antes de pararse, dispone los pliegues del pañuelo que lleva al cuello, para asegurarse de ocultar su nuez de Adán.


sábado, 13 de junio de 2009

VULNERABLE



Es otoño. Y no le gusta. Cada año es una experiencia dolorosa. Los días se hacen notoriamente más cortos, y no se va a acostumbrar a ello hasta que empiecen a ser más largos. El día tiene la misma cantidad de horas, explica, pero con menos sol se pueden hacer menos cosas.
En abril ya está cansada, no tiene tiempo, dice, tiene el mismo tiempo, pero en otoño no le alcanza. Es el preludio, piensa, el principio de la decadencia. Las flores se marchitan, las hojas se secan, los colores se apagan. Hace frío. Hace calor.
- En esta época una no sabe qué ponerse.

Cuando hay viento, hay ruido, pero no es el ruido del viento, son las hojas que crujen, es el sonido de la ruptura, de la vejez, de la pérdida. En las esquinas, los remolinos duelen, las veredas parecen quejarse por esa caricia áspera y urgente.
Y a ella también le duele. Está contracturada, duerme mal. En otoño duerme encogida.
- Es que hace calor para la frazada, pero con la colcha finita se ve que de madrugada siento frío.

Le duele la espalda, el cuello, la cabeza. El médico le dijo que es nervioso, que se tiene que relajar, que tome vacaciones. Cómo va a descansar con todas las responsabilidades que tiene!!!
Fue al traumatólogo. “Es postural”, le dijo, seguro que se sienta mal, tiene que estar menos frente a la computadora. Pero si es su trabajo!!!!! Ella no es profesora de gimnasia, en la oficina tiene que estar tras el escritorio.
El kinesiólogo le indicó unos ejercicios que la pueden ayudar. Rotar la cabeza hacia adelante de izquierda a derecha y luego al revés, pasando el mentón lo más cerca posible del esternón. “Si al menos fuera verano”, especula. En otoño la ropa empieza a molestar, los cuellos, las capas de ropa. Además no tiene ganas. En verano todo invita a hacer cosas nuevas, pero en otoño... De sólo pensar que tiene que hacer algo más se siente agitada.
Tiene tanto para hacer y los días ahora son tan cortos...
Varias veces tuvo taquicardias y una punzada en el pecho, un malestar raro, como si la angustia doliera.
El electro le dió bien. El cardiólogo dice que es nervioso, que respira mal porque está nerviosa y el diafragma se mueve a un ritmo inusual y que como el diafragma en definitiva es un músculo, cuando se agita, genera ácido láctico y duele, como a un deportista le duele una pierna o un brazo. Es el músculo. Le dijo que se haga tiempo para leer un buen libro.
Tiempo. Tiempo es lo que no tiene. Y cuando piensa en cómo resolver todo, se siente mal.
Qué te duele?, le preguntan. Nada le duele, o todo. Se siente agobiada. Pero ella puede, lo que pasa es que como cambiaron el horario, adelantaron la hora y el día rinde menos. Y esta humedad... Le cuesta respirar. Y viajar. En otoño la gente sale abrigada y después vuelven con las camperas en la mano. La empujan en el colectivo, en el subte.
- La gente está loca, ya no hay respeto, la gente no tiene valores, ni siquiera piden disculpas.

Cómo va a dormir relajada!! Y con esas contracturas... No encuentra posición para dormir y como no se siente bien, piensa. Piensa que no puede sentirse mal, que tiene muchas cosas que hacer y a medida que lista mentalmente sus “to do” se pasa la mano por la cara. Por el lado izquierdo de la cara. Tiene como un hormigueo en la mejilla y le late el ojo. El neurólogo le dijo que se quede tranquila, que sus reflejos están perfectos. Le hicieron un electroencefalograma y potenciales evocados porque ella insistía en que algo no estaba bien. No podía ser estrés, si ella fue siempre igual, siempre corrió de un lado para otro, si ahora se siente mal es porque algo está mal. Ella no. Algo en el cuerpo, algo que ella no controla.
La psiquiatra le recetó Rivotril.
- Te va a ayudar, es un ansiolítico liviano. El cuerpo a veces te pasa factura, viste? Lo que tenés es una crisis de ansiedad.

No entendió. Uno se pone ansioso cuando espera lograr algo y eso se demora o no llega. Eso no le pasa. Si ella consigue lo que se propone, lo que pasa es que la gente no la entiende, es que no la pueden seguir. Hay gente que pierde el tiempo y a ella no le alcanza. En otoño no le alcanza. Eso pasa. Igual tomó el Rivotril. Hasta que se le terminó la caja. No volvió a la psiquiatra. Además el
Rivotril no le hizo nada. Tenía razón, no era ansiedad.
El homeópata le explicó que a veces, se produce un desorden, un desequilibrio interno, que ella no tenía ninguna enfermedad, que eran síntomas. CLARO!!! Síntomas. Eso suena razonable. Le dio unos globulitos y le explicó que se trataba de algo lento. Que estaba seguro de que esa era su medicación, pero que quizás hubiera que ajustar la dinamización, y también le explicó que era eso. Los síntomas siguieron, pero eso eran: síntomas. Ella los controla y listo, no necesita volver al homeópata.
Y este año está peor. El otoño está peor. Los días son raros. Es junio y a veces hace tanto calor... Se toca el pecho, se ahoga con esta humedad. Debe haber baja presión, razona, y sigue. Tiene tantas cosas para hacer... Siente una ambulancia y mira por la ventana. Lindo atardecer, piensa. En otoño los paisajes tienen unos colores hermosos, mezcla de amarillos, ocres, naranjas, marrones, algunos verdes secos. Parece un cuadro de Monet. Son las cinco y parece tan tarde. Los días son tan cortos... Parece que la naturaleza le mostrara que hay cosas que no puede hacer. Por eso no le gusta el otoño. Se siente vulnerable.

jueves, 11 de junio de 2009

TRABAJO SOCIAL

I

La vi desde la esquina. Sentada en la vereda, la cabeza cubierta por un pañuelo clavaba la vista de párpados bajos en las baldosas transitadas del microcentro porteño. Ante la ejecutiva indiferencia de la city acunaba a una criatura con pañales sucios y acariciaba, entre moneda y moneda, el cabello del niño que jugaba a su lado con piedras pequeñas.

La vi desde la esquina y pensé que sería un buen punto para mi trabajo de investigación. Caminé lento, tratando de captar todos sus movimientos, sus gestos. Grabé en la retina los colores de su ropa, los agujeros de su pollera, las arrugas de la injusticia, la curvatura de sus dedos pidiendo ayuda.

Me detuve unos pasos antes de pasar por delante suyo e hice tiempo encendiendo un cigarrillo. Cada tanto, alguien desde su erguida superioridad, arrojaba dinero a su lado. Sus ojos, fijos en el dibujo de las baldosas. Antes de avanzar, busqué una moneda en el bolsillo del pantalón. Caminé hacia donde estaba sentada la mujer y al llegar a su lado me agaché y puse veinticinco centavos en su mano.

Hizo un sólo movimiento. Cerró los dedos y retuvo los míos junto con la moneda. Con la misma celeridad y automatismo que decía a otros “Dios lo bendiga”, me dijo:
- Usted me estaba mirando. No se ocupe de mí... Salve a mis hijos

Cuando me incorporé sentía que aún tenía mi mano entre sus dedos sucios, flacos y pegajosos. Sin voltear, metí las manos en los bolsillos del pantalón y froté la izquierda contra la tafeta interna. Metí las dos manos en los bolsillos. Para disimular. Para disimular el asco de los dedos cansados, firmes y amorosos de esa “madre-objeto-de-mi-trabajo-de-investigación”.

Con las palmas aún en los bolsillos y los hombros tiesos, pegados a las orejas, apreté el cigarrillo entre mis labios y aspiré hasta ver su extremo colorado y seguir con la mirada la ceniza que caía. Con la mano derecha fuera de su escondite, saqué el vicio de mi boca y caminé lento, pensando en esa mujer. Su voz caminaba por mi cabeza y enredaba mis pensamientos... “Salve a mis hijos...” Qué tenía que hacer? Sólo buscaba información para una investigación de trabajo social... “Salve a mis hijos...”

Días después volví al centro para hacer unos trámites. Fui por el mismo camino y la encontré. La vi desde la esquina. Sentada en la vereda, la cabeza cubierta por el pañuelo clavaba la vista de ojos cerrados en las baldosas de todos los días. La criatura de pañales sucios tenía su pezón derecho en la boca y el niño que jugaba con las piedras miraba la teta que tiempo atrás lo alimentara.

No me detuve esta vez antes de llegar a ella. Caminé sin vacilar e intenté copiar los inertes gestos almidonados de Corrientes y Reconquista. Pasé como apurado por su lado salteándome un paso para dejar caer una moneda en su mano desde la altura de mi cuerpo erguido. Como si fuera la sombra del anterior samaritano, seguí caminando y curvé mi boca con gesto de satisfacción. En ese momento, tres pasos más allá de la mujer, me di cuenta de que no había escuchado la voz curtida diciendo “Dios lo bendiga”. Volteé la cabeza sin cambiar la dirección del cuerpo y ella lo supo. El pañuelo floreado se irguió portando la cabeza de la mujer y los párpados pesados dejaron ver unos ojos cansados que con voz de madre me dijeron:
- Salve a mis hijos...

No pude sostener la mirada en esa escena. Busqué mis zapatos con la vista como si hubiera perdido los pies y cuando volví a mirar, me encontré con el pañuelo portacabeza que clavaba los ojos de párpados pesados en las baldosas de todos los días.

Durante las jornadas sucesivas no pude dejar de hablar sobre ella. Cuando estuve frente a la computadora busqué la ficha que había escrito días pasados y escribí la colección de comentarios recibidos:
- Sabés cuántos que hay así...
- Puta, esto duele.
- Hiciste bien, nene.... sólo podés ayudar con lo que tenés...
- Quién la mandó a venir a Buenos Aires... que se hubiera quedado en Bolivia.
- Pobre mujer... Alguien tendría que hacer algo, no?

Después, no me referí más al tema.

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II

Era miércoles. Salí de casa con el café por la mitad y paré un taxi.
- Corrientes y Reconquista, por favor...
- Ay!! la fiebre del dólar.... a esta hora todos los pasajeros me llevan para allá. Algunos hacen cola desde la madrugada...

Palabras huecas. El taxista siguió hablando como si hubiese puesto una moneda en una fonola. Lo único que alguien podía hacer en esa esquina era comprar dólares. No necesité hablar en media hora de viaje. El señor del volante preguntaba, se contestaba y daba cátedra de economía sin requerir mi intervención. De tanto en tanto estiraba el cuello, como si no llegara a mirar el espejo retrovisor, y se aseguraba de que su audiencia siguiera sentada en el asiento trasero.

Bajé semiaturdido y me acomodé en algún lugar de la placita que años atrás conociera como “la del Banco de Tokio”. Y la observé. La observé toda la mañana. Toda la tarde.

La cabeza del pañuelo hizo sombra en la vereda durante horas. Sus únicos movimientos eran acariciar al pequeño a su lado y cada tanto poner la teta en la boca del bebé de pañales sucios.

Durante varios días hice lo mismo. Sólo la observaba desde la vereda de enfrente y me preguntaba si ella sabía que yo estaba allí.

El martes llovió y estuve a punto de quedarme en casa. Pero fui. Ella también. No estaba en el mismo lugar. La encontré en la puerta del edificio de mármol negro. El pequeño techo de la vidriera principal cubría su pañuelo y a sus niños.

El miércoles no la encontré... o no fue. La esperé, caminé por Corrientes hacia arriba y hacia abajo. Desde la 9 de Julio hasta Alem. Desde Alem hasta la 9 de Julio.

El jueves no la encontré... o no fue. A quién le preguntaría por ella?

El viernes no fui. Tenía trabajo acumulado y un viaje por la tarde. Pasé el fin de semana en Bahía Blanca colaborando con la habilitación de una sala sanitaria. No sé si hice bien mi trabajo. No podía dejar de pensar en la mujer del pañuelo. Volví el miércoles. Llovía. Fui hasta el edificio de mármol negro. Pero ella no. Estaba empecinado con el tema. Adónde la iría a buscar... “Salve a mis hijos”... Esas cuatro palabras me perseguían sin descanso.

El jueves fui en subte y caminé por Corrientes desde la estación 9 de julio de la línea D. La vi desde la esquina. No tenía el pañuelo, pero era ella. Cabello negro, con canas, pero negro, casi azul. Me senté en la placita y esperé. Le compré un café lavado al chico del carrito para no perderla de vista y esperé. Todo estaba igual. Los mismos gestos, los mismos movimientos, la misma sombra de su cabeza en la vereda. No tenía el pañuelo. Cabello negro, casi azul.

A las cinco levantó a sus niños, colgó un bulto en su espalda y se fue. La seguí. Después de una hora de caminar me empezaron a doler los pies, pero tenía que seguir. Su paso era lento y constante. Los niños eran parte de su cuerpo, se movían a su ritmo y sin presentar retrasos ni manifestar cansancio, ni mostrarse caprichosos. Eran parte suya.

Se hacía de noche y seguíamos caminando. Tenía frío y hambre. Yo, ella no sé. Saqué mi atado de cigarrillos y noté que quedaban dos. Encendí uno mientras volvía a tomar cierta distancia, que había perdido por apurar el paso. No había hecho más que guardar el encendedor cuando ingresaron en un barrio de casas de ladrillos huecos, creo, y techos de chapa.

Dudé en seguirla. Finalmente lo hice. Entraron en la tercera casa. Había luz. Mientras caminaba tratando de acercarme a una ventana comencé a escuchar gritos. Había gente a mi alrededor, pero nadie me miraba.
- Otra vez la está fajando –escuché.

Rodeé la tercera vivienda, que tendría el tamaño del dormitorio de la casa grande de mi abuelo, y miré. Miré por la ventana rota.

La estaba golpeando. Le gritó. La golpeó... El chiquito que jugaba con las piedras acunaba en brazos al niño de pañales sucios y miraba con la nuca. La golpeó fuerte, y sangró. Ella quedó en el suelo. El hombre caminó hasta el otro extremo de la habitación. Miró a los niños uno en brazos de otro. Dio media vuelta y se apoyó con ambas manos sobre una improvisada mesa. Ella tosió. El miró desafiante sobre su hombro izquierdo sin mover el cuerpo. Volvió a toser. Había sangre en el piso. El niño mayor cantaba, cantaba fuerte y acunaba los pañales sucios.

Ella tosió. El arrastró su mano sobre la mesa desparramando las pocas cosas que había sobre ella. Caminó dos pasos largos y la golpeó con sus pies. Y sangró. Y él gritó. La golpeó más fuerte y su cuerpo violento sudaba. Volvió a mirar a los niños. Uno cantaba, el otro dormía en brazos del canto. El canto lloraba y aguantaba.

Con un golpe en la puerta el hombre salió de la casa y desapareció hasta su hedor. Me quedé quieto, agazapado tras la ventana, escuchando. No llegaba a ver a los niños, pero escuchaba su canto y el gemido de la mujer del pañuelo sin pañuelo, de cabello negro, casi azul. Durante un rato escuché su tos y el canto con lágrimas y dientes apretados. Agucé el oído y sólo escuché al niño llorar. Tenía frío y me dolían las rodillas.

Me incorporé sin mirar nuevamente la escena por la ventana. No sabía qué hacer. Caminé unos pasos y encendí el cigarrillo que quedaba. No sabía para dónde caminar ni con quién hablar. Estaba confundido. Tenía miedo. Pasé entre los vecinos...
- Un día la va a matar –decían. Parecía una historia habitual.

No sabía qué hacer y no hice nada. Tenía frío. Levanté el cuello de mi saco tapando la nuca y lo abotoné en el frente con la solapa cruzada. Con el cigarrillo en la boca salí del barrio. Puse las manos en los bolsillos del pantalón y con los hombros cerca de las orejas me fui.

“Salve a mis hijos”... Pensé que sería un buen título para mi monografía. Tenía frío, mucho frío. Mientras volvía a casa lloré. Tendría un buen informe. Pero ya no sería el mismo hombre de ayer. Ya no.

miércoles, 27 de mayo de 2009

FUGA DE CEREBROS


Seleccionó su ropa con cuidado y dedicación. No era una mañana más. Arregló su peinado y se maquilló algo más que lo habitual. Pensó que un poco más de perfume estaría bien y se miró en el espejo del dormitorio. Se vió espléndida, radiante.

Arregló su collar y ladeó la cabeza con una mueca para ver cómo lucía mejor. Junto a su figura se reflejó otra que se hallaba tendida en la cama como si nada pasara a su alrededor. Tuvo una sensación de disgusto que se notó en su rostro y, por un momento, pensó en cambiar de idea.

Algo confundida giró sobre sus talones y sin olvidar su cartera se despidió.
- Chau Carlos, me voy.
- Chau flaca, ya me levanto.

Mónica cerró la puerta y llamó el ascensor. Mientras esperaba lo volvió a pensar, y en su mente se dibujaron las palabras del poema. Nadie antes le había escrito. Nadie antes se había dirigido hacia ella de forma tan pura, tan sentida, tan dulce. No tenía nada qué pensar. Tomó el camino de siempre y avanzó hasta la estación del tren.

Llegó a la ventanilla y, nerviosa, aceptó.
- A las cuatro.
- Te espero en el bar.
Tomó su boleto y caminó por el andén.

No fue un día normal. A Mónica le resultaba imposible concentrarse en el trabajo. Se quedaba pensativa con las manos en el teclado de la computadora y los dedos inertes. Varias veces iba a rastrear la misma ficha en el archivo y regresaba sin haberla buscado. Atrasada, decidió no almorzar, postergó un par de reuniones y tomó mucho café. A las tres pidió permiso para retirarse. Mañana estaría mejor.

El corazón, más rápido que el reloj, fue sorprendido por una flor que brotó tras su espalda:
- Hola.

Un saludo callado, mudo, ahogado por la emoción. Ser mujer se volvía especial y maravilloso por primera vez en su vida. Esa voz era música para sus oídos desde la primera vez que le dijeron “a Retiro…. Ida y vuelta?”. El perfume de esa flor era un jardín entero, era un manjar de colores. Estar ahí, sentir así, aunque sólo fuera por un instante… Eso era vivir. Eso era ser mujer.

Ya había tomado suficiente café, no tenía sed y prefería no comer. Escuchar su voz era el mejor alimento que podía recibir. Sus ojos no hacían más que piropear el lenguaje. Embelesada, se dejó tomar la mano. Una energía diferente se reflejó en su rostro. Los dedos entrelazados tejieron una danza infinita durante horas. El poeta hablaba de ella, y en su nombre, del amor.

Salieron a caminar. Las baldosas desaparecían tras sus pasos. Sus sombras borraban el pasado dibujando el futuro. Buenos Aires les brindaba un arrullo tierno de motores apurados, un esquizofrénico ronroneo de voces en Florida. Nada era igual en esa tarde. Hasta su vida contada al oído parecía diferente. Otros ojos la escuchaban. Se sentía importante, valorada. Dejó que sus brazos la abrigaran, cerró los ojos al sol y se dejó llevar hacia un cálido sueño de seducción.

Una hora después, un frío y desentonado ring telefónico los volvió a la realidad poniendo fin a su hora de amor. Afuera, un cielo de nubes rojas y algunos minutos disponibles para combinar el próximo encuentro. Unos pasos después de Plaza San Martín los esperaba un molinete para separarlos.

- Chau princesa. Hago tiempo en Retiro y vuelvo a la boletería a recuperar las horas de hoy.

Mónica caminó por el andén sin voltear su cabeza. Hoy no le molestaba esperar otro tren para viajar sentada. No escuchaba a los vendedores ambulantes. No le preocupaba cuidar su cartera. Tenía una mirada nueva. Una vida nueva.

El reloj, más rápido que el corazón, le recordó que eran las 8. Miró por la ventanilla y, sorprendida, se dio cuenta de que tenía que bajar. Saltó del vagón y corrió hasta su casa. Su casa… su casa? Ajena a la rutina se cambió de ropa y recogió su cabello. En el reflejo del espejo vio la cama sin tender y así la dejó. No chequeó los mensajes del contestador, ni puso en marcha el lavarropas.

El ruido conocido de la llave en la cerradura la sorprendió preparando la cena. Una cena repetida. Una cena sin sabor. Una cena sin dueño. Entró y anunció su llegada con la frase de costumbre:
- Falta mucho con el morfi….?

Sin esperar respuesta apagó la radio que escuchaba su mujer y encendió el televisor.
- Media hora –contestó Mónica en voz baja.

Un silencio de ajedrez acompañaba las noticias. Ella, muy distante, distribuyó la vajilla sobre la mesa. El, como siempre, mirándola con la nuca le contó la anécdota diaria:
- No sabés con quién me encontré hoy?!!!

Y con voz indiferente al hogar comenzó un relato adolescente sobre su amigo “El Rulo”, ese que no veía desde la cena del reencuentro… la de los diez años de egresados…. Le habló de sus amigos, de los exámenes, de la elección del mejor compañero. “El Rulo” era esa clase de personaje que cualquiera quería tener cerca: buenas notas, buena “pinta”, familia acomodada…
- Tenía a todas las pibas con él…Podés creer que nunca se llevó una materia? –Puso los pies sobre otra silla- Nunca se “rateó” con nosotros… -se mordió el labio inferior y resopló como quien da por obvia una situación. Le dirigió a su esposa una mirada rápida para asegurarse de que seguía allí y continuó- Un gil, pero lo queríamos todos, che…. Mirá si será gil que tanto 10 no le sirvió para nada. En la cena esa que te digo, los únicos que íbamos a la facu éramos El Rulo y yo. El pibe es un bocho, pero en este país…..Si lo vieras…. Está igual que siempre.
- No lo conozco

Sin despegar los ojos de la pantalla del televisor y hamacándose sobre las patas traseras de su silla hizo la pregunta obligada:
- Falta mucho…?
- Estoy sirviendo –contestó ausente a la situación.

Comieron como autistas, ambos frente a la imagen de la realidad en voz de locutor. Mecánicos movimientos de brazo junto al repicar del tenedor en el plato acompañaron las repetidas noticias del canal de cable que anunciaba la investigación del día luego de la pausa comercial.
- Querés postre? Quedó flan de ayer…

Como respuesta se encogió de hombros leyendo la pantalla a cuyo pie se leía: “Exportación de cerebros".
- Mirá vos… este pibe se tiene que ir… Me querés decir qué hace “El Rulo” trabajando en la boletería del tren?

miércoles, 22 de abril de 2009

MUJER EN EL ANDEN


Está parada, apoyada en el pilar de cemento que sostiene las rejas. Tiene el rostro amarillo, la cara oblonga, los ojos pegados a la nariz delgada y larga. Las cejas, colgadas de los ojos hundidos. Lánguida, como si fuera una pintura moderna y viva de Modigliani.

Imagen gris. Zapatos negros, pantalón gris, camisa blanca, sweater gris, ojos claros, cabello gris, ese cabello que le llora la cara.

En lugar de sus labios hay una delgada línea blanca, enmarcada por dos surcos incoherentes que le aplastan el gesto. Levanta la vista y pasea la mirada, cenicienta y seca, por la vía.

Cada tanto, contiene en el pecho un suspiro apretado. Los brazos, cruzados sobre el torso, sosteniendo el olvido, o quizás el hastío. Melancólica, cobijando tal vez, el recuerdo cálido de un abrazo perdido.

Soporta la demora flexionando algo las rodillas, apoyando la cintura en la pared baja. Luego, inclinando la espalda hacia delante. Minutos más tarde, cediendo el peso de su cabeza a un lado y hacia abajo.

El aire de otoño la acompaña, la saludan las hojas secas a su paso y ella contesta apenas con una mueca. Un rictus obligado para no sentirse muerta.

El tren no llega. La espera se hace densa y le pesa. La vida le pesa.

viernes, 17 de abril de 2009

LOS POBRES


Crecí pensando que eran malos. Los veía sucios, con la ropa rota y los zapatos abiertos por el andar. Caminaba de la mano de mi madre y me dolía su apretón cuando pretendía ocultarme tras su falda si pasaban a mi lado.

Los veía sucios, con la ropa rota y los dientes vacíos por no comer. No me gustaba viajar en tren porque recibía las reprimendas de mi padre cuando los señalaba y en voz alta me quejaba por el mal olor.

Los veía sucios, con la ropa rota y las manos gastadas por tanto pedir.

Eran como yo, pero no creía parecerme a ellos. Ellos no iban a la escuela, pocas veces los veía con su mamá, no se lavaban los dientes ni se peinaban al levantarse. Yo, pretencioso, y ante la indignación de mis padres, los llamaba “los pobres”.

El negro, como le decían a mi viejo, trabajaba en la fábrica de galletitas haciendo el control de ingreso de mercaderías. Me llevaba al colegio que quedaba cerquita de la fábrica, muy temprano. Entraba a las 6 y yo hacía tiempo en la escuela mientras la celadora me servía un té.

Mi vieja trabajaba a la vuelta de casa, en la tienda. Pero quería que estudiara en capital. “Se sale mejor”, decía. Y ahí los veía, todas las mañanas en Constitución: abrían las puertas de los taxis, llevaban los bolsos ajenos al tren, pedían una moneda en el andén hasta que los veía el señor de uniforme, y salían corriendo al escuchar el silbato.

Con los años dejé de “verlos”. No se habían ido, seguían allí, el país producía grandes cantidades de ellos y, casi ocultos, se mimetizaban con el paisaje. Recuerdo la época de Malvinas. Yo estaba en la escuela secundaria y vivía la historia como si mirara una película. Gritaba “Argentina, Argentina” como si fuera un partido de fútbol. En esa época mamá llevaba bolsas de galletitas a la parroquia. “Para los soldados, padre”. Eran las que traía mi padre de la fábrica; se las daban porque se rompían o eran las de la prueba de máquina.

No me gustaba mucho la idea, porque mis desayunos y meriendas cambiaron las ricas y variadas galletitas por el monótono pan de ayer con manteca. Tenía trece años en el 82. Un día vi un informe especial sobre “los chicos de la guerra” y me acuerdo que, con vergüenza para decirlo en voz alta, pensé que “mis” galletitas las habían comido “los pobres”.

La democracia dejó de ocultar nuestras miserias y entonces empezaron a caminar a mi lado otra vez. Comencé a comprender el origen de la pobreza y a reconocer a los responsables. Me avergoncé de mis pensamientos de infancia y, con el tiempo, me dediqué a criticar a los distintos gobiernos por su falta de idoneidad al no encontrar soluciones o paliativos para la pobreza. Culpé a las instituciones intermedias, por su inoperancia. Me enojé con los organismos no gubernamentales por dedicarse únicamente al lobby con el poder. Pero me quedé en casa, trabajando para mí y para la familia que ahora formé. Me costó trabajo y no fue fácil. No es fácil, pero hablé demasiado de los otros.

Hoy viajaba en subte con mi hijo de 6 años que no logra comprender el significado de la crisis país. En la estación Callao subió un niño y comenzó a repartir estampitas entre los pasajeros junto con una fotocopia gastada que contaba un drama familiar y solicitaba ayuda. Una señora que se encontraba sentada en frente de nosotros lo llamó y le ofreció un alfajor que tenía en su cartera. El niño aceptó gustoso y agradeció. Mi hijo Mauricio vio la golosina y me pidió una. Le expliqué que no podía ser ya que no tenía dinero encima y comenzó a llorar escandalosamente dando un caprichoso espectáculo que no pasó desapercibido.

El niño que repartía estampitas lo miró durante unos segundos, se dio vuelta y avanzó hasta el otro vagón. Cuando casi lo había perdido de vista, regresó. Caminó directo hasta mi hijo y con el brazo firmemente extendido, mostró su mano abierta con el alfajor en ella.

Por mi mente desfilaron “los pobres” de mi infancia, los tirones de mano de mi madre, las reprimendas de mi padre, el informe de Malvinas, las galletitas…

Me hubiera gustado tener en ese momento la pollera de la vieja para esconderme, esta vez para ocultar mi vergüenza. Antes de que pudiera sonrojarme y responder la mirada de Mauricio que me preguntaba qué hacer con el llanto ahogado, medio incómodo, medio contento, el niño sonrió. Y sus dientes amarillos me parecieron perlas, sus mejillas me mostraron pocitos y con la voz decidida y ojos de esperanza dijo:

- Tomá… seguro que después me dan otro.

jueves, 2 de abril de 2009

A RAUL ALFONSIN


Tenía 14 años cuando mi profesora de educación cívica, alineada con la Democracia Cristiana, vió mi interés en la política y me trajo una pila de folletos doctrinarios de todos los partidos que se presentaban a las elecciones. Corría entonces el vertiginoso 83 y mi prepotente adolescencia destacó el tríptico que versaba “100 puntos para la democracia”. Ese tríptico es el primer folio de mi bibliorato de documentos políticos forrado con decenas de calcos de aquella campaña. Esos del óvalo celeste y blanco con el RA en el medio y el ‘usted sabe’ cruzado arriba a la izquierda. Esos calcos, los tuyos -lo puedo tutear hoy, no? A partir de ese momento empecé a escucharte, a seguirte, a apasionarme con tu discurso lleno de esperanzas, esa arenga cargada de emociones y propuestas. Lejos de la perorata demagógica, tu proclama gestaba contenidos en mi vida.

Como tantos otros, me sentí movilizada luego de aquél acto multitudinario en el obelisco, inolvidable para mis ojos que aún llevan en la retina la 9 de julio cubierta por banderas. El escrutinio lo seguí en hojas cuadriculadas en las que anotamos con papá los resultados mesa a mesa durante toda la noche y la madrugada. Qué alegría ese triunfo!! El de la gente, el de la democracia, más allá de las ideologías. Pasarán los años y cada vez que vea la imagen aérea de Plaza de Mayo durante tu discurso en el cabildo con los papeles volando sobre tantas cabezas pegadas como si fueran miles de palomas de la paz, voy a llorar.

Ese día me hice Alfonsinista. Sí, ya sé… “Sigan a las ideas, no a las personas”, por favor, Raúl, no me lo digas más… es que sos la representación de las ideas que quiero seguir. Sí, sos, no me equivoqué. Es por eso de trascender. Hay gente que se muere y otra que trasciende.

Me gustaba hacer saber que era radical repitiendo tu característico saludo, el de las manos entrelazadas sobre el hombro y agitando suavemente el gesto cual abrazo dedicado a todos y cada uno de los que te seguíamos. Me gustaba bromear para identificarme entre mis amigos con tu frase de las movilizaciones “un médico a la derecha, por favor”.

Mirá qué frase!!! Siempre te escuché el ‘por favor’, hasta eso me estremecía. El político en el estrado no tan preocupado por su imagen como por los demás. Siempre tuve la sensación de que eras un tipo agradecido, tan respetuoso, tan confiable. Eso es, uno se sentía seguro en tus filas. Si hasta te ocupabas del médico.

Terminando mi secundaria y con los 18 cumplidos me afilié al partido. UCR – Movimiento de Renovación y Cambio – Junta Coordinadora Nacional. Me dieron una cintita roja y blanca. La tengo aún. Después vino la facultad y la Franja Morada. El Bastión. Si, de ahí soy, de Económicas.

Cuántas cosas que pasaron en ese tiempo. Vos no sabés, claro, nunca tuvimos ocasión de conversar, por eso te escribo. Me cambió la cabeza, bah, la vida me cambió. Ahora no te escuchaba solamente, te leía. Libros, artículos, documentos. Los del presidente que eras, los de Raúl R. Alfonsín, los de Alfonso Carrido Lura… Todos vos. Todos generando el compromiso, inyectando la militancia como forma de vida. Y así conocí al político, al presidente, al hombre.

Conocí al campechano de pueblo, materialmente desinteresado, decente, auténtico. Al hombre de traje, formal y elegante para la ceremonia, al de camisa arremangada y las manos prestas para encarar la más dura de las labores. Conocí al gallego empecinado y testarudo, auténtico, apasionado e intenso. Conocí al político coherente, digno hasta en la renuncia, vehemente y entusiasta.

Es así, Raúl. Crecí con tu enseñanza de la lealtad, del trabajo duro, de la justicia, de la libertad.

Vivimos épocas duras también, no te voy a contar a vos, no? Las pascuas del 87, en la plaza con mi familia, y los levantamientos del 88, en el rectorado de la UBA. Y más allá de lo que diga la historia de esos hechos para mí van a quedar grabados como una gesta democrática. Nada de oportunismos, nos dijiste en un plenario, todo lo realizado fue al servicio de las libertades y de la convivencia democrática… o algo así, pero con esa esencia. Estaba en los 100 puntos, los del tríptico, te los leo? Ah, claro, te acordás. Disculpame. Se cumplieron muchos. Alguien se acordará de este folleto además de vos y yo?

Nunca me voy a olvidar de esos años, Raúl. Los años del NUNCA MAS, de la defensa a ultranza de los derechos humanos, del fin de la impunidad, del juicio a las juntas, del restablecimiento de las instituciones. Nos libraste para siempre del horror, ya nunca más tendremos miedo de caminar. Nos libraste del olvido, de la desmemoria colectiva que periódicamente el autoritarismo se afanaba por sembrar entre la gente.

Qué apostolado el tuyo, Raúl! Te escribo esto y me siento avergonzada, siento la urgente necesidad de pedirte perdón. Perdón por la cobardía de abandonar la militancia activa. No, no dejé de ser radical. Pero después de los desacuerdos con la Alianza me enojé, creo que me enojé conmigo, pero me enojé y me fui con mi militancia a cuestas. La llevo a todas partes, la vivo, pero ya no participo como antes. Esta misma sensación tuve durante aquél discurso grabado que escuchamos en el Luna Park por los 25 años de la democracia. Ya estabas mal, no?

El legado final nos dejaste en esas palabras. El llamado al diálogo nacional, la construcción permanente. Recuerdo que cuando era chica mis abuelos, los tíos de mis padres, los vecinos hablaban de sus ideologías como “anti”… Eran anti-peronistas, anti-comunistas, anti-radicales… Ahora son socialistas, radicales, peronistas, independientes… Desterraste el odio, uniste a la gente en un abrazo civil. Desde la campaña del 83 hasta ayer. En lugar de terminar cantando una marcha partidaria, los actos terminaban con el preámbulo. Todos nos lo aprendimos de memoria. Te quedaste unido a la institucionalidad para siempre, al respeto ciudadano. Y es por eso que hoy te están despidiendo tantos. No son todos radicales, pero todos son ciudadanos. Argentinos y de otros países. Los spots de TN lo dicen clarito “TODOS TE RESPETAMOS”.

Aún suenan en mis oídos los versos de aquéllas épocas fervorosas, los cantos de cada movilización “somos la vida, somos la paz”. Y así es, la de mis abuelos y quizás la de mis padres fue la generación del odio, la intemperancia, y la que vos marcaste la generación de la vida, la de la paz.

Siempre odié las despedidas y esta se me está haciendo de chicle. Es que tengo que despedir al maestro, a mi mentor, al líder, al guía.

Veo nublado, Raúl. Ya no puedo escribir. Hago un poco de fuerza para que no se me note la pena honda y renuevo mi compromiso. Acá, en este momento, para que realmente logremos que con la democracia se coma, se cure y se eduque. Por la construcción continua, para el partido, para el país.

Me desbordan los ojos, ya no puedo disimular más la tristeza. Detesto este momento. Tengo la boca salada, el corazón acelerado y las manos trémulas. Me despido, Presidente. Rapidito.

Un abrazo militante a mi más querido correligionario. Gracias, Raúl. Y HASTA SIEMPRE!!!

miércoles, 25 de marzo de 2009

MORBIDOS


Salió de su casa con la cabeza baja, en la mano derecha una bolsa blanca de supermercado con el ‘taper’ del almuerzo, la mano izquierda en el bolsillo del pantalón ajustado marcando el slip. El paso, apresurado. Sus ojos perversos miraban velozmente hacia un lado y otro. Estaba perturbado. Hacía tiempo que los vecinos le hacían preguntas que le incomodaba contestar.


Cruzó la avenida. Paró en el kiosco y compró.


- Dame… No sé… Cualquier cosa. Necesito monedas.

Trémula e intencionalmente sus dedos húmedos acariciaron la incómoda palma que entregaba un peso cincuenta de vuelto.

Subió al colectivo. Casi una hora y media hasta llegar a la oficina para que los pensamientos lo atormenten.

Augusto ya está grande. Ya no quiere que el tío Carlos lo lleve al baño. Es sólo que le gustaba recordar. Tampoco le gustaba que mamá lo tocara. O sí. El nunca le haría daño a Augusto. Tampoco a los otros niños.

Se paró y dejó pasar al asiento de la ventanilla a la morocha de pantalón blanco. Cuando sacaba boleto percibió que no llevaba ropa interior. Se reclinó contra el respaldo del asiento vencido y acomodó el ‘taper’ sobre sus piernas. Se quedó dormido. El perfume de esa piel joven alteraba su sueño. Recordaba su niñez. Su madre saliendo del baño, húmeda, suave, oliendo a flores…

Bajó mareado. Su mano derecha meciendo la bolsa, la izquierda en el bolsillo del pantalón acomodando lateralmente su incipiente erección.

Estuvo bastante callado por la mañana. El sonido del teclado era el único signo vital en su escritorio. Teléfono. Se acomodó en la silla. Se sonrió de costado y se le avivó la mirada. Su calva sudaba.

- Hola- susurró sin abrir la boca.

Con el auricular sostenido con el hombro y una actitud ganadora que no armonizaba con él, miraba lascivamente a su compañera del escritorio contiguo. Ella se sentía incómoda. La desnudaba con la mirada. En los susurros deslizaba preguntas.

- …te sacaste toda la ropa?
- …estás mojadita?

Sus pocas experiencias sexuales habían sido con hombres, pero no podía evitar excitarse con las mujeres. Las miraba profundo e invariablemente veía a su madre despojada, envuelta en su bata de satén abierta tocando el piano.

Suelen molestarlo en la oficina. Le gastan pesadas bromas sobre su soltería y la convivencia con su madre, infieren que lo llama varias veces al día y que le prepara el ‘taper’ a diario.

Catalina es de las más atrevidas. Le divierte decir que detrás de ese tipo mal vestido y solterón se esconde un asesino serial.

Ya era tarde y estaba sólo en el piso. Otra vez el silencio invitaba al tormento de sus recuerdos de la infancia. Las noches que tenía que hacer compañía a mamá en la cama grande… Las visitas que encontraba al regresar de la escuela… Las botellas de licor vacías…

Se empezó a sentir mal. Hiperventilaba. Rítmicamente deslizaba su silla con rueditas hacia atrás y hacia delante. Decidió ir hasta el archivo. Le vendría bien caminar. Llegó con las manos cargadas de papeles y abrió la puerta empujándola con el hombro.

Se sobresaltó. Pensó que estaría sólo. Catalina también.

- Nene! –gritó soltando la abrochadora que cayó estruendosamente al piso- Me asustaste!

Luego se rió. Se rió nerviosa. Se rió fuerte. Muy fuerte. Y se agachó a recoger la abrochadora.

La risa, la risa nerviosa, la risa fuerte se metió en sus ojos y con furia contenida de años partió un pisapapeles en la cabeza de Catalina.

Carlos respiró hondo. El ruido a huesos rotos y el río de sangre invadieron su interior como si una enorme paz se apoderara de su ser.

Tomó el colectivo de regreso y descansó. Casi una hora y media descansó. La noche le caía bien.

Entró en la casa y la atmósfera nauseabunda lo acogió. Recordó cuántas veces su madre le había dicho que hubiese querido tener una niña.

Repitió la rutina. Pero hoy estaba tranquilo. No encendió las luces de la sala. Se puso la peluca y se sentó en el piso. Al lado de la mecedora. Acarició la pierna de su madre muerta. Aún quedaba algo de carne adherida a sus huesos.

- Mami, soy Carla. Se me hizo tarde, pero no te preocupes. Hoy no tengo hambre.


martes, 24 de marzo de 2009

MEMORIA

Para tus pocos años, Ezekiel. Por la memoria del horror. Con el compromiso con la educación, para contar con generaciones pensantes. Con el poder de la libertad. NUNCA MAS.


Me preguntaste esta mañana:


- Mami… por qué no voy al jardín hoy?
- Porque es feriado -te respondí.
- Es día de fiesta? Hay una fiesta en el jardín?
- No, amor… Hoy conmemoramos algo muy feo que pasó en el país, es decir, nos acordamos de eso que pasó para que no pase nunca más.

Y ahí mismo, me dí cuenta de que tu enorme cabecita de 5 años seguiría preguntando. Y qué te digo ahora, pensé.

Yo tenía apenas dos años más que vos cuando apenas comenzadas las clases, nos llevaron a otra escuela a un “acto”. Fuimos todos con nuestros guardapolvos blancos al colegio grande que está en frente de la plaza Alsina, en Avellaneda.

Hacía frío y yo llevaba mi campera roja. Entramos al salón de actos y sobre el escenario había unos cuantos hombres vestidos con ropa militar. Uno de ellos, canoso, con anteojos oscuros que en ningún momento se quitó, comenzó a caminar, siempre con las manos cruzadas en su espalda, por el entablonado y a hablar mirando siempre sus pasos y, cada tanto, a nosotros.

No recuerdo lo que decía, pero en un momento dejó de andar, extendió su brazo y me señaló. “A ver, vos… Subí”. Miré para todos lados como quien espera que sea otro el señalado. Una maestra me vino a buscar y me hizo subir al escenario.

- Te gusta tu campera?
- Sí –contesté asustada.
- Dámela

Y se la tuve que dar. Cuando la tuvo en sus manos me miró y me dijo que ahora la campera ya no era mía sino de todos. Y que la podría usar solo cuando él, que supuestamente daba las órdenes, quisiera.

Me miró fijo, esperó que me pusiera a llorar y entonces levantó la campera en alto como si fuera un trofeo y gritando se dirigió a todos:

- Les gustaría que eso fuera así? Pregunté si les gustaría!!!!! No? Bueno… ESO ES EL COMUNISMO!!!!!!

Me devolvió la campera y una maestra me ayudó a bajar. Llegué a casa llorando y asustada. Papá me explicó, como pudo, que eso no era el comunismo. Pobre viejo!!!!! Días después dejé, muy a su pesar, la escuela pública.

Ese fue mi primer contacto con lo que fue la época más oscura de nuestra historia, hijo. Cómo te explico todo lo que vino después? Cómo te digo lo que era vivir con miedo? Cómo te hablo de los secuestros, de las torturas? Cómo te puedo hacer entender que hubo gente que se tuvo que ir del país? Cómo te expreso el horror de los niños robados, del cambio de identidad? Cómo te cuento, hijo?

Tu vocecita interrumpió el devenir de mis cavilaciones…

- Mamiiiii, te estoy hablando… qué fue eso feo que pasó?
- Vení hijo, sentate a upa…

Te sentaste de costado, pasaste tu brazo derecho por mi espalda y me miraste como esperando un cuento.

- Lo que pasó, Keke, es que teníamos una presidente, una que había sido elegida por la gente. Pero unos intolerantes, decidieron que no les gustaba esa presidente ni otras cosas que pasaban en el país y pensaron que podían arreglarlo dándole órdenes a la gente. Además, no se podían discutir esas órdenes y las decisiones las tomaban unas pocas personas sin que el resto del país pudiera opinar.
- Y si uno no quería “hacer esas órdenes”? Imaginemos que una persona pensara diferente…
- Eso fue de lo más feo que nos pasó, hijo. No se podía pensar diferente. Si no se obedecían esas órdenes, hacían cosas feas, como pegarle a las personas, por ejemplo. Esa situación siguió durante un montón de años, hasta que un día, la gente no aguantó más y juntando fuerza hicieron que otra vez pudiéramos elegir un presidente. Uno que nos guste a todos, a la mayoría, y que tome las decisiones consultando con todos los habitantes del país.
- Y si un día ese presidente no nos gusta más? Otra vez viene alguien a dar órdenes?
- No, hijo. Cuando un presidente no hace lo que el pueblo quiere se elige a otro. Por eso hoy es feriado, para que no nos olvidemos de lo que sufrimos como país, para que siempre conservemos nuestra democracia.
- Qué es la democracia, mami??
- Esto, hijo. Esto es la democracia, que puedas pensar por vos mismo, que no tengas miedo de pensar en nada, que vos me preguntes y yo te pueda contestar.

martes, 17 de marzo de 2009

PRIMER MUNDO

Escrito en Octubre y publicado en Noviembre 2002.

Esquina. Una más de Buenos Aires. Barrio, uno más de los porteños. Bocinas, voces, pasos. Ciudad, caos, urbe. Subte. Gente apurada.

Esquina. Ochava.

“- Se lustra, Don?”

Temprano, Huguito –Botines, para la barra- prepara su cajón y medio dormido sale, torpe, sin desayunar. Corre el tren que no pagará para llegar a tiempo a la primera salida del gusano subterráneo.

Botines, ensortijado pelo claro, pesados y grandes ojos caramelo. Botines, doce años de cansancio que trabajan para mamá y un hermanito enfermo.

“-Se lustra, Don?”

Esquina. Día tras día. Hora tras hora. Siempre la misma frase, con lluvia, con sol, con frío, con calor.

Botines aprende de la vida, sabe del país y del mundo lo que le cuenta Puchito, el canillita de media cuadra. No son amigos, pero comparten la calle y para ellos es como la sangre. Cuidarse de la jungla de cemento no es fácil.

Su abuelo le enseñó el oficio. Pomada, cepillos y algunos trapos naranjas hicieron el resto. Aprendió a juntar monedas antes que a hablar. Y mientras faltaba a la escuela tomaba lecciones de hambre y soledad.

La inundación se llevó a su maestro y le dejó a Botines la esquina. Con sus pocos enormes años comenzó a vocear y lustrar. Se tiñó sus manitas de negro y su cara se tiznó. Sus rulos se amedrentaron y sus ojos se almendraron de dolor.

Esquina. Ochava.

Pasaron los años y la esquina se volvió demasiado grande. Ensancharon la avenida. Hay más autos, más gente, más apuro.

En el tren ya no se viaja gratis. Y don Ramón, que le regalaba el sandwich de mediodía, cerró el almacén.

Muy difícil sobrevivir. Ya no hay mamá y el hermanito se curó y creció.

Esquina. Ochava. Ya no hay lustrabotas. Ya nadie sabe de él. Pero los que no estamos demasiado apurados, al pasar por sus baldosas todavía escuchamos:

“-Se lustra, Don?”

martes, 10 de marzo de 2009

EL PINITO DE LA TIA

Un cuentito de la familia para Luchi



La tía tiene un balcón en su casa. Y en el balcón tiene un pinito. Ella me contó que lo tiene desde hace tiempo, desde antes de que yo naciera.

Cuando voy de visita lo miro y, si nadie me ve, lo toco. Un día me pinché con una ramita y lloré mucho, pensé que era un árbol malo. La tía me dijo que los árboles no son malos, pero que tienen ramas con espinas para defenderse de los bichitos y que ese pinito me quería mucho porque me estaba viendo crecer. La miré durante un rato, porque no entendí. Cómo me veía crecer? A dónde tenía los ojos?

Un día salí al balcón de la tía y ví que el pinito estaba distinto. Tenía adornos, luces, cintas… Parecía que estaba de fiesta. Me contaron que sí que era tiempo de celebración, porque se acercaba Navidad. Y ese día pasó algo muy lindo, me alzaron para que pudiera poner un adorno en la punta del árbol. Ahora parece más alto… O yo más pequeño.

Después vinieron unos días en los que salíamos con bufanda a pasear y no me dejaban ir al balcón. Extrañaba ver al pinito. Estaría sin hojas como los árboles de la calle? El tío dijo que no, que a los pinitos nunca se les caen las hojas.

El sábado pasado fuimos de visita con mamá y papá a casa de los tíos y como hacía calor salí con mis primos a jugar al balcón. Busqué con los ojos el pinito y cuando lo encontré me pareció enorme. Fui corriendo a buscar a la tía para contarle. Pero ella me explicó que no, que el que estaba enorme era yo. Me hizo parar al lado de la maceta y le dijo algo al arbolito. Se lo dijo despacito, para que yo no escuche. Pero yo escuché… Le dijo que se agache un poquito para que pueda acariciar suavecito su ramita más alta. Y la pude tocar!!!! Ahora entendí, el pinito me está mirando crecer, pero no tiene ojos, me mira con amor.