martes, 21 de julio de 2009

OTRO JULIO



Con la naturalidad que vuela un ave
hoy cuento cuatro
como si fuera ayer que entregabas la llave.
Tengo la magia de tu olor en la cocina
blues, tango, jazz
tu sencillez y entrega, mi forma de vida.

Tengo fotos, tengo muchos libros
y tu ausencia,
escolta muda de un gran vacío.
Tengo recuerdos, nostalgia silente,
mucha bronca y
mil proyectos boyando en mi mente

La niñez dulce sobre tus hombros,
mis preguntas
y todas tus respuestas, sin rezongo.
La adolescencia tenaz y rebelde,
consejero,
eterno padre, férreo, paciente.
La mujer, hembra y aún hija bravía
que te pierde
siendo madre de vientre recién nacida.

Cuatro años crueles enumero luengos,
tan amargos,
aciagos, como ningún otro momento.
Tanto tengo, tanto diste, que aunque faltes
otro julio
atesoro tu voz discurriendo como antes.



lunes, 20 de julio de 2009

FELIZ DIA DEL JUANETE


El 20 de julio de 1974 nació mi hermana. Yo tenía casi 6 años y ni idea de que alguien había despachado 1000 cartas por el mundo esperando respuesta a propósito del alunizaje.

La historia del día del amigo empezó a tener sentido para mí cuando mis compañeras del colegio se querían juntar a festejar algo el día del cumpleaños de mi hermana. Qué poco criterio, no?

Yo ya tenía mi propio festejo y a mi hermana de unos siete u ocho años preguntándose por qué todos recibían regalos si ese día era SU cumpleaños. Suerte que mi hermana es mi mejor amiga.

Pasada mi adolescencia, empecé a darme cuenta de que las fechas como el Día del Amigo que se han vuelto fechas comerciales, poco me interesaban y que el 20 de julio fuera fecha ocupada era una gran excusa para no tener que explicar a mis amigos que no me gustaba ese festejo. Amigos somos todo el año, no?

Días pasados almorzaba con una amiga –de las muy buenas- y había en el restaurante ofertas varias para este lunes. Obvio, no sólo es el día del amigo sino una gran oportunidad para levantar las ventas en épocas de la gripe porcina. Lógicamente la conversación giró entonces alrededor del tema. Ella tampoco se junta el día del amigo, pero no tiene ninguna excusa válida, pobre. Su tema es que no tiene un único grupo de amigos y que entre sí, los diferentes grupos, no se conocen y tienen poco en común.

Y no es cosa rara. No creo que haya muchos viviendo en tribus exclusivas hoy en día. Y me imaginaba un festejo saliendo con los amigos del grupo J. A los otros amigos les tocará otro año, quizás.

Entonces elegimos un restaurante en Puerto Madero, Palermo Soho, Cañitas, San Telmo... Algún lugar que tenga fácil acceso para TODOS los del grupo que no vivimos en el mismo edificio.

Cola para entrar, aún con reserva. Un metro de distancia entre los de la fila. La mitad de las mesas dentro del local. Costumbres nuevas en épocas de la Influenza A. Luego de una hora afuera, en julio, adentro aparece el fotógrafo, que nos vende la hermosa oportunidad de retratar el encuentro con amigos. Los del grupo J. Mientras tanto, mis amigos del grupo T, me mandan SMS que contesto durante la cena, y me recuerdan que ellos están cenando también y que si quiero puedo ir a tomar un café luego. También me llaman mis amigos del grupo M, llamadas que contesto entre la comida y los SMS del grupo T. Ellos se encuentran después de cenar para tomar algo. “Venite si podés”.

Mientras tanto, a cada uno de mis amigos J, les llegan SMS y llamadas igual que a mí.

Cuando me quiero acordar, viene la responsable de Relaciones Públicas del restó y nos ofrece el catálogo de obsequios para agasajarnos mutuamente en un día tan especial. Y mientras ella habla, caigo en la cuenta de que no pudimos articular conversación alguna y ya nos estamos yendo. Feliz día del amigo. Que bueno encontrarnos. A ver si lo hacemos más seguido.

Volviendo de mi escape mental a la mesa del almuerzo, la miro a mi amiga y le digo:

- Ves? Es puro comercio. La idea es llenar el restaurante, vender más pulsos en llamadas a celulares o en sms, invadir los escaparates con baratijas alusivas...
- Mmmm Uhm...
- Parecés mi psicóloga... Lo que digo es que es el día del amigo como podría haber sido el día de la luna. Igual que el día del niño. Cuando yo era chica era el primer domingo de agosto, pero parece que se vendía poco, porque no todos habían cobrado el sueldo si el primer domingo era 2 de agosto... entonces, como lo importante no son los niños, sino vender, ahora es el segundo domingo, entendés?
- Ajá
- Te voy a terminar pagando la sesión a vos... Es lo que te digo. Mirá, podríamos festejar otra cosa y vas a ver que nadie se prende, porque no vende. No te digo el día del arquero, que antes era el día que jamás iba a llegar, porque ahora que el fútbol es negocio y nada más, hasta los arqueros tienen día... Pero hagamos el “día del juanete”, por ejemplo.
- Me gusta...
- Ah... sabías alguna palabra más... Claro. Por qué los juanetes no tienen día? Mirá que los recordamos seguido, eh? Algunas personas se deben acordar más seguido de los juanetes que de los amigos. Podríamos armar carteles alusivos, con fotos de distintos tipos de juanetes... Diseñar tarjetas electrónicas y enviarlas a quienes los sufren y a los que no, para que se prevengan y no usen zapatos en punta y con taco fino...
- Seeeeee... nos hacemos unas musculosas con la inscripción “FELIZ DIA DEL JUANETE” y pasamos por las mesas para que se saquen una foto de recuerdo.
- Claro... y vamos a Recursos Humanos y les damos la idea para que pongan stickers en las computadoras y manden un mail alusivo con la frase “NO HACE FALTA QUE TE PONGAS EN LOS ZAPATOS DEL CLIENTE... SENTITE COMODO EN LOS TUYOS. FELIZ DIA DEL JUANETE”.

Lindo almuerzo. Suerte que estaba con una amiga, festejando que lo somos, como cada vez que me encuentro con alguno de mis muy buenos amigos.

A cada uno de ellos, feliz día, hoy y todo el año. Los quiero mucho. A mi amiga del almuerzo, gracias por la risa y por compartir la idea del juanete. A mi hermana y amiga, en SU día: FELIZ CUMPLEAÑOS.

domingo, 5 de julio de 2009

MAKE UP



Sube en la estación Rivadavia del Mitre a las 7:15. Es alta, imponente. Todo en ella dice “acá estoy”. Es alta, y usa tacos muy altos. Hay que empezar a mirarla desde abajo. Se la recorre con la vista y parece que no termina nunca. Hoy lleva botas negras de caña alta y una pollera larga que tapa la mitad de las botas. La pollera tiene personalidad, marca el paso con el ruedo y decide el quiebre de cintura oponiéndose a la cadera. En el torso, una blusa negra con encajes y transparencias. Mangas siete octavos. Pulseras. Muchas pulseras. Se agarra del asiento del tren y todos escuchan su mano. Está bronceada, muy bronceada. De su brazo izquierdo cuelga la cartera, casi un bolso. Parece el baúl de Mary Poppins. En el antebrazo lleva, doblada, su campera. Es un abrigo de pana, enorme como ella, con alamares de cuero con cordón de seda. Marrón. Tiene capucha. La capucha tiene un ribete simil piel de nutria que juega un molesto “el aire es libre” con la cabeza calva del señor que ocupa el asiento del pasillo. Estación Belgrano C.

Acomoda su espeso pelo negro y casi se hace la distraída cuando se levanta la señora de su derecha para bajar. Toma el asiento y con una suerte de grandilocuentes malabarismos acomoda los petates en su falda. Abre la cartera y saca un gran neceser de cosméticos. Tiene un espejo que resulta diminuto entre sus dedos y comienza por las pestañas. Las arquea con rimel negro, le quedan espesas, grumosas y largas. Lisandro de la Torre.

Aprovecha el cese del movimiento para repasar las pestañas inferiores. Mira a los nuevos pasajeros como si buscara a alguien, pero no lo encuentra. Con un cisne gastado y manchado aplica rubor marrón, terracota, sobre sus pómulos, mentón, nariz y frente. Aplica tal cantidad y con tal energía que puede verse el polvo en el aire. Se mira en el espejo. Está conforme. Toma un delineador de labios y agranda los suyos sustancialmente. Cambia el delineador por un lápiz labial color canela, pastoso, brillante. Lo aplica con ganas, en abundancia. Aprieta los labios con un movimiento rítmico, como si se besara a sí misma, y se mira en el espejo haciendo muecas a ambos lados. Guarda el labial, cierra el neceser y lo acomoda en su cartera. Aún con el espejo en la mano, encuentra un peine pequeño. Se mira el flequillo y pasa el peine por el borde. El peine no, el canto del peine. Como si quitara el excedente de un recipiente para que quede al ras. El canto del peine. Mueve el espejito y la cabeza mirando toda su cara por zonas.

El tren disminuye la marcha. Mira por la ventanilla. Todos sus gestos son exagerados. Cada vez que se mueve perfuma el vagón. Tiene un olor dulce, penetrante. Retiro.

Se acomoda en el asiento, como si fuera a seguir sentada. Guarda el espejo en un bolsillo de la cartera, la cuelga de su hombro, pasa el brazo izquierdo por el doblez de la campera y, antes de pararse, dispone los pliegues del pañuelo que lleva al cuello, para asegurarse de ocultar su nuez de Adán.