domingo, 5 de julio de 2009

MAKE UP



Sube en la estación Rivadavia del Mitre a las 7:15. Es alta, imponente. Todo en ella dice “acá estoy”. Es alta, y usa tacos muy altos. Hay que empezar a mirarla desde abajo. Se la recorre con la vista y parece que no termina nunca. Hoy lleva botas negras de caña alta y una pollera larga que tapa la mitad de las botas. La pollera tiene personalidad, marca el paso con el ruedo y decide el quiebre de cintura oponiéndose a la cadera. En el torso, una blusa negra con encajes y transparencias. Mangas siete octavos. Pulseras. Muchas pulseras. Se agarra del asiento del tren y todos escuchan su mano. Está bronceada, muy bronceada. De su brazo izquierdo cuelga la cartera, casi un bolso. Parece el baúl de Mary Poppins. En el antebrazo lleva, doblada, su campera. Es un abrigo de pana, enorme como ella, con alamares de cuero con cordón de seda. Marrón. Tiene capucha. La capucha tiene un ribete simil piel de nutria que juega un molesto “el aire es libre” con la cabeza calva del señor que ocupa el asiento del pasillo. Estación Belgrano C.

Acomoda su espeso pelo negro y casi se hace la distraída cuando se levanta la señora de su derecha para bajar. Toma el asiento y con una suerte de grandilocuentes malabarismos acomoda los petates en su falda. Abre la cartera y saca un gran neceser de cosméticos. Tiene un espejo que resulta diminuto entre sus dedos y comienza por las pestañas. Las arquea con rimel negro, le quedan espesas, grumosas y largas. Lisandro de la Torre.

Aprovecha el cese del movimiento para repasar las pestañas inferiores. Mira a los nuevos pasajeros como si buscara a alguien, pero no lo encuentra. Con un cisne gastado y manchado aplica rubor marrón, terracota, sobre sus pómulos, mentón, nariz y frente. Aplica tal cantidad y con tal energía que puede verse el polvo en el aire. Se mira en el espejo. Está conforme. Toma un delineador de labios y agranda los suyos sustancialmente. Cambia el delineador por un lápiz labial color canela, pastoso, brillante. Lo aplica con ganas, en abundancia. Aprieta los labios con un movimiento rítmico, como si se besara a sí misma, y se mira en el espejo haciendo muecas a ambos lados. Guarda el labial, cierra el neceser y lo acomoda en su cartera. Aún con el espejo en la mano, encuentra un peine pequeño. Se mira el flequillo y pasa el peine por el borde. El peine no, el canto del peine. Como si quitara el excedente de un recipiente para que quede al ras. El canto del peine. Mueve el espejito y la cabeza mirando toda su cara por zonas.

El tren disminuye la marcha. Mira por la ventanilla. Todos sus gestos son exagerados. Cada vez que se mueve perfuma el vagón. Tiene un olor dulce, penetrante. Retiro.

Se acomoda en el asiento, como si fuera a seguir sentada. Guarda el espejo en un bolsillo de la cartera, la cuelga de su hombro, pasa el brazo izquierdo por el doblez de la campera y, antes de pararse, dispone los pliegues del pañuelo que lleva al cuello, para asegurarse de ocultar su nuez de Adán.


2 comentarios:

  1. Sinceramente yo me lo comía...digo, me tragué la imagen imponente sin darme cuenta del detalle. En mi cabeza armaste una mujer impactante.
    Me encanta cómo y también qué. Lo que haces es muy bueno...

    ResponderEliminar
  2. Muy bueno, yo me imagine una mujer con mucha clase y dinero; pero friamente dije con guita y en el subte nooo, entoces pense en una mujer que queria aparentar lo que no era y al final se encontraria con otra y debajo de toda esa produccion saldria su lado mas guarro cual camionero, pero nnnooo todas mis conclusiones no llegaron al gol por queeeee pegaron en el travesaññooooo

    ResponderEliminar

"Quien escribe es escritor sólo si ha encontrado quien lo lea."
Gracias por leer y comentar!!