jueves, 24 de septiembre de 2009

TODO POR DOS PESOS


Trabaja en el tren. Vende en el tren. Todos los días, todo el día. No es muy alta. No es petisa. Es ancha. Ancha de hombros y ancha de caderas. Tiene las piernas hinchadas, el tobillo izquierdo vendado y los empeines fuera de las alpargatas azules. Lleva una pollera también azul, una polera blanca y sweater gris de cuello redondo con botones. Usa las mangas del brazo izquierdo levantadas por encima del codo. El cabello gris muy corto, como soldado, cómodo, para no peinar. Su cabeza tiene el mismo tamaño que sus rodillas, se pierde en la anchura de los hombros. Ojos celestes. Vivaces ojos celestes, claros, como un amanecer soleado. Porta sonrisa de oreja a oreja. Toda su cara es una amable sonrisa.

Lleva colgada de su brazo descubierto una gran bolsa plástica negra, como las que se usan para residuos en los consorcios, pero con manijas. Las marcas en la piel dicen que la bolsa pesa. En su mano derecha, dos paquetes de pañuelos descartables abiertos en “v”. En la otra mano, la del brazo de la bolsa, una cajita de cartón con pastillas DRF de varios sabores.

Pasa caminando por los vagones y ofrece con suma dulzura:
- Pañuelitos descartables, 2 por 2 pesos. Pastillas DRF, del sabor que elijan, 3 por 2 pesos.

Arrastra las piernas y la bolsa. Sobrelleva en cada paso su orgullo y su bolsa. En cada estación, recarga su honra y su bolsa.

Pide permiso y vende en cada vagón, por lo menos doce paquetes de pañuelos y seis de pastillas. Pide permiso y entrega, en cada vagón veinticinco sonrisas. Todo, por dos pesos.