miércoles, 16 de diciembre de 2009

EGRESADITO



Voy a llorar. Se acerca uno de esos momentos en los que inevitablemente, voy a llorar.

Recuerdo aún como si fuera hoy cuando te compramos tu primer uniforme. Dije “Talle 2, por favor”, y te quedaba grande.

Fuiste Solcito en marzo 2006. Casi un mes para adaptarte (o adaptarme) a la idea de que te quedabas con la seño y no en casa. La pasabas “bomba”, como te gustaba decir, pero costó el despegue. Tu seño Nayla, la seño Silvi y la seño Nancy hicieron hasta la danza de la lluvia para que dejaras de llorar. Y lo hiciste a tu tiempo, como todo, pero lo hiciste.

Con tus dos añitos hablabas como un loro, tan claro y convincente que un día dejaste estupefacta a Nayla diciendo que habías comido “uisqui” y que te lo habíamos dado con cucharita. Nos reímos mucho al aclararle que se trataba de Kiwi.

Vendiste escobillones el 25 de mayo y sigo guardando el pan rallado en el tarro que pintaste de lunares rojos con tus dedos.

Con pasitos de robot engominado despedías el año y los pañales.

Fuiste Estrellita en 2007. Unos quince días para adaptarte a la idea de que volvías al jardín. “Ya soy grande”, decías llorando en brazos de la seño Cintia que agotó su repertorio de bromas y secó tus lágrimas con un despreocupado tono y todo su amor.

Empezaste la pile y a compartir el comedor los viernes. Pusiste rulitos al negrito del 25 de mayo y fui el hazmereir de todo el jardín con tu ocurrencia de la depilación para el día de la madre. Los alfajorcitos, me los comí, pero la bandeja sigue siendo la preferida para las facturas del domingo.

Bailaste como Peter Pan saludando un 2007 muy especial, en el que tomaste un envión sorpresivo, con tu hermanito en brazos.

Fuiste Nubecita en 2008. Una semana para adaptarte a la idea de terminar las vacaciones. “A mí me gusta estar en casa”, le dijiste a la seño Marce.

Sin embargo, lo superaste tan bien, que pediste de quedarte otro día más a la tarde, al taller de cuentos. Y los últimos meses, todos los días. Salías feliz del jardín y nos hacías felices a nosotros.

Un sólo acto ese año, pero suficiente para guardar tus pasitos en la retina. Desayuno a diario con el platito blanco del día de la madre.

Como payasito naranja nos llenaste el alma y cerramos el año.

Y por unas horas más de este 2009, sos Rayito de sol. Dos días para adaptarte a la idea de un edificio nuevo y una seño conocida. Otra vez la seño Cintia llevándote de la mano y acompañándote para crecer junto a la seño Silvi.

Cuaderno de aprestamiento, cuaderno de hojas rayadas, cartuchera. Letras, números y tu “yo leo con el sonido, má”. Hermoso bailecito para el día del maestro y servilletero con tus deditos rojos que tendremos para rato.

Fue un año muy especial, no? Cuánto creciste, hijo. Nos sorprendió mucho el cambio tan grande que hiciste. Sos mi principito, el hombrecito de las preguntas difíciles, del corazón enorme. “Dibújame un cordero”, te falta pedir.

Tuve que dejar de escribir en el cuaderno y seguir en la compu porque estaba arrugando todas las hojas. Cada párrafo una lágrima. Una lágrima de emoción, de alegría por saberte feliz. Es maravilloso verte crecer, crecer con vos, aprender de vos, aprender con vos.

Tengo un nudo en la garganta, hijo. Ahora mismo te estoy viendo jugar mientras escribo, parado al lado de la mesa, la misma mesa en la que apoyaste la mano para sacarte la primera foto con uniforme. Y en esa foto, tu cabeza pasaba por abajo del vidrio. Tengo dos nudos en la garganta, Keke. Se termina una etapa, la de los juegos libres, la de las mesitas redondas, la del desayuno en la salita. Comienza otra, seguramente igual de asombrosa, pero otra.

Te quiero, hijo. Y ya no puedo escribir más. Tengo tres nudos en la garganta y una pelota en el estómago. Voy a llorar, sabelo.