martes, 16 de noviembre de 2010

GRACIAS POR LA X


Hace unos días tuve un encuentro casual con un conocido del mundo laboral. Digamos que este señor es uno de esos tipos con estrella que, laburando poco pero haciendo que se vea mucho ese poco, se supo rodear de gente influyente, que le permitió ir creciendo. En todos los trabajos que le conocí, siempre estuvo dos “ravioles” más abajo en el organigrama que esos seres influyentes de los que se rodea. O sea que juega de alcahuete y recomendador de turno. Es un perejil bien rodeado e influyente. Hacía unos meses que no lo veía y me sorprendió tropezar con él en territorio ajeno. Nos saludamos e intercambiamos preguntas de rigor y cortesía sobre la familia y el trabajo. Sobre este último punto me dijo que estaba con proyectos nuevos y viendo la posibilidad de crecer.
Tuve un Déjà vu.
Seguimos conversando y se preocupó por mi trabajo, como si yo le hubiera manifestado disconformidad por mi presente. Sacó a relucir sus influencias y me hizo una oferta laboral que, por supuesto, se encargó de disfrazar de irresistible: “Viste que yo conozco a Pirulo, de Pirulín Pirulero S. A., está en plan de expansión y siempre está con estos temas. Vos sos muy buena en eso, tenés experiencia, tu curriculum le va a encantar, hay posibilidades ciertas de crecimiento, hay buena guita, bla bla bla… Si querés yo hablo por vos, siempre suma recomendar buenos profesionales…” Gesticulaba muy contento por mi promisorio futuro y mientras yo me preguntaba en qué momento le había dicho que buscaba trabajo comienza a decir cosas entre líneas: “Seguramente no vas a tener problemas, hay que “ma-ne-jar” un temita de números, “viste?”… Las presentaciones con accionistas e inversionistas tienen que “dar bien”, me entendés, no?... Pero vos sos una mina piola, hay que decir lo que conviene decir…”
Paramnesia. Ya había enfrentado otras veces estas situaciones. Jefes. Amigos. Profesores. Hasta algún que otro familiar me habían mirado socarrones tratando de explicarme cómo era una buena forma de crecer y sin que se los pidiera mostrarme cuán equivocada estaba y cuán “piola” podía ser.
Me sentí atrapada en el eterno retorno y se notó, porque me miró y me dijo: “Parecés confundida… che, vamos… vos sabés de números”
Si, claro, le contesté. Tengo un buen manejo de los números. Desde chica mi padre se ocupaba de plantear enigmas matemáticos durante los almuerzos y cenas para que los disipara mentalmente. Me recibí en Ciencias Económicas, formo parte de un par de selectos grupos con los que jugamos a desafiar nuestra capacidad resolviendo acertijos lógicos. Recuerdo la tabla del 3 y conozco la relevancia del 7 en el universo. Leí todos los libros de Paenza y soluciono cualquier SUDOKU en tiempo record. Sí, claro que sé de números.
Sé que mi abuelo viajó 37 días en la bodega de un barco para llegar a la Argentina comiendo cada 3 días y llegó con hambre atrasada para dedicar más de 50 años a transmitir honestidad a quienes sembró en este país. Sé que 30 de esos años los dedicó a pelear contra los sindicalistas siendo delegado de la fábrica. Sé que no le alcanzaba su salario para remedios e hizo 18 días de cola para conseguir Penicilina de manos de Evita para salvar a su hermana y no pudo. Pero nunca aceptó el dinero ni las armas que le ofrecieron en el sindicato.
Sé que mi vieja, para darnos de comer y mandarnos al colegio, cuando no había laburo empeñó y perdió un anillo de oro con 8 pequeños rubíes incrustados, uno por cada año de novia, 10 esclavas de oro, un par de aros también de oro, recuerdo de sus 15 años y el medallón de su abuela.
Sé que cuando la empresa de mi viejo quebró durante el famoso Rodrigazo y sus 2 socios huyeron, papá vendió hasta el auto a la mitad de su valor para pagar hasta el último peso de indemnización a sus empleados realizando todos los aportes jubilatorios correspondientes.
Ves que sé de números? Sé que pertenezco a ese porcentaje de idiotas que no dibujan informes. Sé que puedo contar valores, pero no acciones del mercado, eh? Valores de formación. De esos que, seguramente, no me permitirán tener tus influencias, pero sí dormir tranquila y mirar a mis hijos a los ojos sin tener que bajar la mirada.
Cuando mi viejo no tenía laburo, tuvo la ocasión y el tiempo de ayudar a más de un vecino con la instalación eléctrica de su casa. Gratis, obvio. Y ese valor se llama solidaridad.
Y cuando tenía trabajo y llegaba tarde a casa, se iba al club del barrio a armar una sociedad de lectura y biblioteca para sacar a los pibes de la calle. Gratis, obvio. Y ese valor se llama altruismo.
Y en ocasión del despido de compañeros de trabajo, tomó una fábrica aún a costa del escrache y la persecución ideológica. Sin pretender ningún puesto político, obvio. Y ese valor se llama fraternidad.
Y cuando en mi colegio no se respetaban los actos patrios, enfrentó al Director puesto por la dictadura en pro de nuestra historia y nuestros próceres. Y me cambió de colegio, obvio. Y eso se llama defensa de los valores nacionales.
Ves que no tengo problemas con los números? Mirá todos los valores que puedo contar. Vos decís que soy una mina piola… Que soy una mina salta a la vista. Gracias pá, por la X de tu cromosoma 23. Lo de piola…

miércoles, 10 de noviembre de 2010

AGUA












Corre.
Lenta, cantarina,
entre pedregullos,
en medio de hierbas,
cuesta abajo en la colina.

Fluye.
Noble, cristalina,
bañando los yuyos,
mojando la siembra,
sorteando huellas de la vida.

Yace.
Quieta en la orilla,
añorando su arrullo,
abrazada a las piedras,
inmersa en la noche. Dormida.