sábado, 31 de diciembre de 2011

BRINDIS 2012

Se va terminando el año, se nos escurre el pasado y parece que no nos alcanzan las manos para atrapar el 2012. Hace como una semana que venimos chocando copas en nombre del futuro y se acerca el momento del adiós por el año que se va. Un año que, en lo personal no fue de lo mejor, pero que me dejó muchas enseñanzas, alegrías y amor recibido.
Como todos los años, levanto mi copa entonces por este 2011 que termina.
Brindo por la ciudad libre de humo, porque otros distritos se sumen y por los que dejaron de fumar este año. Brindo por los precios reacomodados para que ahora que están cómodos se duerman una linda siesta. Brindo por todas las sensaciones, la de inflación, la de inseguridad, la de pobreza, para que realmente sólo eso sean. Brindo por la salud de las economías, la de Grecia, la de USA y sobre todo, la mía.
Brindo por las vacaciones pasadas, por Potrerillos, por el país hermoso que tenemos, por su gente y por el milagro de madrugada.
Brindo por todos los habitantes de la tierra, que ya somos siete mil millones, para que la cuidemos, para que seamos responsables y las tragedias como la de Japón no nos encuentren donando los cubitos del freezer para enfriar Fukushima.
Brindo por el fin de la violencia. Por el cese definitivo de la actividad armada de la ETA y porque ya no existan locos sueltos como el de Noruega. Brindo por el ocaso de las dictaduras, por la calma del mundo árabe, por la paz y democracia para países como Libia tras la muerte de los tiranos.
Brindo también, ya que estamos con el terror en la mano, por la condena de Astiz y otros tantos. Por la justicia. Por el NUNCA MAS. Y, con permiso, por Raúl Alfonsín, para darle las gracias, porque no estaríamos brindando hoy por esta condena si no hubiera tenido él el coraje.
Brindo por la memoria de Argentino Luna, del Chango Farías Gómez y de Facundo Cabral. Por la de Amy Winehouse, Liz Taylor y Peter Falk. Por la de Hugo Midón, David Viñas, Ernesto Sábato y Osvaldo Miranda. Por la de Sai Baba. Por la de Steve Jobs. Por la de doña Tota. Y brindo por la de tres mujeres que dejaron su huella: Patricia Miccio, la gran Florentina y la eterna María Elena. Y también por Tomás, Candela, Gastón y Micaela, para que se termine la violencia infantil y la de género.
Brindo por la felicidad, por los diez años de nuestra libreta roja, por los diez de la de mi hernana y por haber sido testigo de la de Mimena María. Brindo por el añito de Juli y por la llegada de Uma. Por los abrazos de Pedro, por los dientes de Lucho, por las palabras de Alejo por el exitoso primer año de María Luz.
Brindo por las primarias, por las elecciones, por las segundas vueltas y para que las próximas nos encuentren con los rulos hechos y sin tragar sapos colorados. Brindo porque ya nadie tenga asco de ninguna mitad, porque se respeten las decisiones de las mayorías, porque trabajemos para ser alternativa.
Brindo por el auto nuevo y por el baño que sigue viejo, por el estante que finalmente pusimos en el comedor, por las sillas para el escritorio y por el sillón que no nos abandonó.
Brindo por las cataratas, por la maravilla de su existencia, por el reconocimiento y porque son nuestras. Brindo por el sur, para que recupere su esplendor, para que resurja de las cenizas. Brindo por su gente y por que tengan fuerza para salir adelante.
Brindo por Ezekiel, para que crecer no le borre las ilusiones y que sepa que Papá Noel existe si vive en nuestros corazones. Brindo por Joakim, por su energía, por su desenfado, por que siga haciéndome reir todos los días.
Brindo por La Legión, aunque la Davis se nos niegue. Brindo por el Rojo, aunque sea Ramón quien dirige. Brindo para agradecerle el gesto a Menotti, porque creo que todo vuelve y brindo por Grondona, porque creo que todo pasa (él también). Brindo por River para que vuelva a la A o por asistencia psicológica para los tres hombres que tengo acá. Por Boca, aunque sea campeón no brindo, como se podrán imaginar.
Brindo por Mente Literata que no deja de sorprenderme, por los más de 850 seguidores que cosechó Ella&Mi, por las lágrimas vertidas cuando lo dejamos de escribir, y por el alma de loca que he puesto en el nuevo blog que está por venir.
Brindo porque el 54% no sea la suma del poder público, porque el congreso no se transforme en un servicio express de leyes, porque tengamos grandeza para ‘construir con’ en lugar de ‘destruir por’.
Y ahora sí, brindo por el 2012. Porque nos reciba ricos o subsidiados. Brindo por los proyectos, por los sueños, por las utopías.
Brindo por los quince de María Luz, por el colegio nuevo de Josefina, por la carrera de Cé. Por el jardín de Juli y por tener acciones de Elite para fin de año cuando Joako termine preescolar.
Brindo por la salud de todos, en particular por la de los niños, por la de mis seres queridos y por la de Cerati, para que vuelva y por la del flaco, para que no se vaya. Especialmente, brindo por la salud de nuestra presidente y por la salud mental de nuestro vice, para que no enloquezca.
Brindo, como siempre, por el Rojo, por ahuyentar el fantasma del promedio y por la nueva dirigencia. Brindo por la selección y por los goles de Messi, que ya van a venir. O no.
Brindo por Ari, por sus nuevos proyectos, por sus viejos anhelos. Porque nos amemos tanto como siempre, porque compartamos las horas hasta el último suspiro. Brindo y le agradezco la familia que tenemos, las cenas, los sueños y los mensajitos de texto.
Brindo por los amigos, por los de siempre, por los nuevos, por los que nos sostienen, por los que nos ayudan, por los que nos escuchan, por los de Facebook, por los de Twitter… (ah! Nooo!!! Twitter no tengo).
Brindo por la nueva era, sea o no la de acuario, que sea la de la razón, la de estar juntos pero no amontonados, la de entendernos y apoyarnos unos a otros, la de zanjar las diferencias, la de escuchar, la de crecer, la de iluminar, la de la paz.
Brindo por mí, por vos, por nosotros. Por los que ya no están pero estarán siempre.

CHIN CHIN

viernes, 21 de octubre de 2011

AVE FENIX

Soñé que no había nada. No había árboles, ni flores, ni pájaros, ni hombres. Soñé un paraje hueco, sin casas, sin puentes, sin negocios, sin calles. Soñé un paisaje desierto, sin arena, sin ríos, sin montañas, sin bosques. Era un tiempo detenido, un tiempo no transcurrido, incumplido, sin tardes ni tempranos; mediaba un silencio absoluto, sin voces, sin eufonías, sin ruidos, sin eco.
No existía calibre ni medición alguna, no descubrí termómetro, ni un metro, ni escuadra, ni reloj.
Me encontraba en una grieta onírica con total ausencia de amor, de miedo, de valor, de frustración. Estaba rodeada del exilio absoluto de toda presencia. Y sin embargo estaba ahí, bebiendo soledad, una soledad patética e insana. Me sentía condenada a deambular sin criterio, sin sentido. SOLA. Sin nadie. Sin nada. No podía morir ni vivir, no había aire ni sepultura, no hallé infierno ni cielo.
Miraba a mi alrededor y ni siquiera podía saber si estaba mirando. Estaba ahí, pero no tenía la seguridad de estarlo. Era como si hubiera huido de mí, no poseía dolor, ni fatiga, ni hambre, ni tristeza.
Quería recordar o saber y no percibí memoria, ni añoranzas, ni sapiencias, ni cultura. Estaba ontológicamente vacía. Tuve la intención de desesperar y no pude, privada de enojo e impaciencia sólo quedaba estar. O no. Ser. O no.
Soñaba que estaba atrapada en mi misma cuando desperté. Desperté empapada, fría y serena. Desnuda, con el cabello suelto y muy largo. Desperté sentada sobre el cesped con una palita de jardín en una mano y una semilla en la otra. La hierba estaba húmeda y muy verde. Sentí el sol en la piel, sentí el fuego en la sangre. Miré hacia el horizonte justo a la hora de la alborada. Justo en el momento ideal para renacer.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

ESE DIA

Para vos, Keke.
Dibujo de Ezekiel
Porque me lo pediste y
porque amás la primavera
igual que yo.

Hay un día
en el que los colores
brillan,
en el que las plantas
brotan,
en el que los pájaros
cantan.

Hay un día
en el que el sol
festeja,
en el que las nubes
duermen,
en el que el viento
susurra.

Hay un día
en el que los niños
ríen,
en el que la esperanza
nace,
en el que los sueños
se cumplen.

Hay un día
en el que todo, todo
comienza.

Ese día, es PRIMAVERA.

domingo, 18 de septiembre de 2011

AGUA II


Agua mansa,
agua espejo,
gracia y esquicio
del orbe finito.
Flores, árboles, aves,
pinturas ondeadas
en la superficie llana
de tu inmanencia.
Agua calma,
agua guarida,
cobijo de la luna
y remotas estrellas.
El sol y las nubes
juegan íntimamente
para recibir seducidos
el fulgor que les dedicas.
Agua discreta,
agua amiga,
arca sensata
de sueños y anhelos.
Versos, lágrimas y gozo
he dejado en tu orilla,
sabés mis secretos
y en mudo silencio
me das tu consejo.

Agua mansa,
agua espejo
de mi alma.

miércoles, 24 de agosto de 2011

JUNTOS A LA PAR

Anoche me quedé dormida con mi mano sobre la tuya, como tantas otras veces. Y mientras me dormía pensaba o sentía (o quizás ambas cosas a la vez), que ya no me acuerdo de ese tiempo en el que no te conocía, que pasaron no sé cuántas cosas desde que el YO se hizo NOSOTROS. Pensaba en los treinta y siete metros cuadrados que se hicieron sesenta y cuatro porque de dos pasamos a ser cuatro y en el auto verde en el que no hubieran entrado las bicis. Me acordaba de los amigos que nos hacen el aguante, de la familia que nos sostiene, de los que ya no están y nos hacen falta. Pensaba en que decidimos empezar justo cuando en el país parecía que todo se terminaba. Y que apostamos acá.
Sentía entonces, que no fueron en vano los sueños en los que nos embarcamos, las utopías por las que aún luchamos.
Y también me venían a la mente fotos viejas en las que yo corría sola de un lado a otro tratando de atrapar pedacitos de vida que se me iban escapando en la corrida.
Pero gracias a vos, hace hoy diez años que camino lento. Camino lento porque voy a tu lado, porque prolongo así el momento, el instante mágico de cada paso, la sorpresa cotidiana de construir futuro. Porque disfruto de la bella policromía de amarnos, de la sutileza de entendernos sin hablar, del calor de tu piel en la mía y de la certeza de envejecer en tu compañía.


lunes, 25 de julio de 2011

ENTELEQUIA

Hace frío. El tren va repleto de gente. Los vidrios de las ventanas están helados. Tratando de mantener el equilibrio, voy parada justo en medio de dos asientos enfrentados. A medida que avanzamos, distraigo la monotonía del andar buscando formas en la escarcha de los vidrios. De repente creo ver un unicornio en el hielo y se me escapa una sonrisa al recordar una anécdota que compartimos con mi amiga. La señora que está sentada del lado de la ventana me mira y no sé por qué, desaparece inmediatamente la hilaridad de mi rostro. Rápidamente ella quita los ojos de mi y pasa a mirarse sus propias manos.
Es una anciana. Tiene la cara llena de arrugas, como si fuera un pergamino. Sus ojos pequeñitos, se ocultan bajo amplios y pesados párpados. La nariz, grande y huesuda. La boca, recta, enmarcada por dos grandes pliegues de sus mejillas. Parece llevar la expresión entre paréntesis. Su mentón redondeado está hundido en el centro y a su derecha se destaca un lunar negro con vellosidades blancas. Sus cejas también son canas y espesas. Lleva el cabello como melena, lleno de rulos y teñido en color caoba, muy oscuro. Es diminuta y sentada un tanto encorvada, aparenta serlo aún más.
Viste un antiguo y deslucido sacón de paño azul, que debe haber sido muy elegante en su época. Lo acompaña con un pañuelo búlgaro de seda también azul. Su falda es recta, larga y negra. Tiene las piernas muy juntas, diría que va apretando las rodillas y los tobillos a la vez. Sus deteriorados zapatos negros, abotinados, con cordones, me resultan graciosos. Son como ratones. Entre los pies sostiene el paraguas. Un paraguas largo con empuñadura de madera tallada sobre el que apoya ambas manos. Sus manos van cubiertas por unos hermosos, finísimos y gastados guantes de carpincho. En su regazo descansa una ajada cartera negra de cuero craquelado y de correa corta. Todo su atuendo habla de un tiempo que social y económicamente la bendijo. Ella tiene aún parte de ese tiempo en su traza.
Me dispongo a volver a mi juego con la escarcha cuando noto que intenta levantarse haciendo fuerza contra su paraguas. Un señor que está sentado a su izquierda la toma del brazo con intención de ayudarla.
- No me toque –espeta con firmeza.
- Disculpe, abuela… quería ayud…
Y antes de que pueda terminar la frase recibe un paraguazo en la cabeza.
La mujer que está parada a mi izquierda no entiende lo que pasa y se adelanta para colaborar y recibir de parte de la anciana, un lindo correctivo en la frente con la empuñadura tallada.
- Acaso me ven en silla de ruedas? Bah… Bah… Hagan lugar…
A paraguazos se abre paso hasta la puerta del vagón y nos deja a todos atónitos. Entre el murmullo general distingo algunos ‘que vieja loca’ y un par de ‘viejos son los trapos’. La busco por la ventanilla y la veo a través de mis siluetas de escarcha, casi como una entelequia. Camina con muchísima dificultad en el andén. Lleva la cabeza erguida y la mirada lejana como si evocara una gallardía que ya no le es propia.

sábado, 9 de julio de 2011

ALGO PARA RECORDAR

Para vos, Pachu.
Por todo, pero esencialmente,
por ser mi hermana.


Si viviera, hoy mi papá estaría cumpliendo setenta y tres años. Era su costumbre al terminar cada año, mirar el calendario del año siguiente, buscar el mes de julio y decir: “Uy! Miren… cae feriado mi cumpleaños…” Y reíamos todos. Así era él. Un tipo simple, amante de la diversión, la cocina y el arte, con valores de hierro, con su familia como pilar fundamental y con un humor impecable.

Durante cinco años he recordado su ausencia a diario con énfasis en el aniversario de su muerte. Pero últimamente he estado pensando que lo mejor que hizo mi viejo fue nacer. No quiero acordarme más del día en que falleció. Ojalá dentro de unos años la mire a mi hermana y le pregunte sinceramente: “Che… qué día murió papi?”.

Así entonces, en homenaje a su estilo de vida, lo que sigue es algo que escribió papá hace muchos años, con su delicado humor, cuando yo era chica y mi hermana recién aprendía a caminar. Es largo, pero vale la pena. Textual, con su firma, respetando negritas, puntos y comas, de la pluma de mi padre, el hombre más cabal que he conocido.



LA MALDAD DE LOS OBJETOS INANIMADOS


En el mes de mayo de 1974, un apacible y nublado día sábado, por la tarde, había decidido limpiar las guías de una puerta balcón vidriada, de 2 x 2 m. Para realizar esta tarea, retiré las dos hojas del marco y las apoyé contra la pared, inclinadas a ambos lados de la puerta.
Luego, con un pincel comencé, por el extremo derecho, a limpiar las guías.
Cuando estaba llegando al extremo izquierdo, observé, por el rabillo del ojo, que la puerta que estaba apoyada a mi derecha, a una distancia de alrededor de 2,5 m, había retirado su parte superior de la pared y se había colocado en posición vertical.
Ante el peligro que significaba la caída de la puerta, tensé los músculos de mis piernas y luego salté. Pero, cuando estaba a punto de sujetar la puerta con mis manos, vi que la misma se arrojaba al piso y que el vidrio se hacía añicos.
Fue evidente que la puerta había procedido a romperse con premeditación y alevosía, con la intención aviesa de producirme un perjuicio material y económico.
Material porque esa noche llovió y entró agua en la casa y económico porque hubo que reemplazar el vidrio.
Esta experiencia me llevó a estudiar la conducta de los objetos inanimados, determinar que tienen maldad y clasificarlos en cinco categorías.

LA CATEGORÍA 1 (los traviesos) se subdivide en dos: los que se hacen invisibles y los que se esconden.
LOS QUE SE HACEN INVISIBLES, tienen la capacidad de desaparecer y reaparecer del lugar. Ejemplo: estamos escribiendo con una lapicera en nuestro escritorio, suena el teléfono, dejamos la lapicera sobre aquel y atendemos la llamada, conversamos, cortamos, vamos a tomar la lapicera para continuar con nuestra tarea, pero no está.
Revisamos sobre los papeles, miramos en los cajones, verificamos si se ha caído al suelo, preguntamos a los que nos rodean, si alguno ha tomado la lapicera y después de perder algunos minutos, vemos que la lapicera se encuentra en el mismo lugar donde la habíamos depositado y que durante este tiempo se había hecho invisible (es una travesura, pero perjudicial ya que produce una demora en nuestro trabajo)
LOS QUE SE ESCONDEN, tienen la capacidad de desaparecer del lugar en que los dejamos y reaparecer un tiempo después, pero en otro lugar.
Ejemplo: estamos solos en nuestra casa, reparando algún artefacto eléctrico con un destornillador, sobre una mesa. Abandonamos el lugar por alguna causa y cuando regresamos el destornillador ha desaparecido.
Buscamos y rebuscamos sin encontrarlo hasta darnos por vencidos y tomamos otro destornillador para finalizar la tarea.
Tiempo después, encontramos el destornillador encima de una repisa que está muy distante del lugar en que nos encontrábamos trabajando y a la cual no nos acercamos en ningún momento.
LA CATEGORIA 2 (los mortificantes) se subdividen en tres categorías: los que se descomponen, los que fallan y los que tienen problemas posiblemente sexuales.
LOS QUE SE DESCOMPONEN, son objetos que dejan de funcionar en el momento en que son más necesarios.
Ejemplo: las gomas de un automóvil nunca se desinflan frente e una gomería sino lejos de ellas, cuando llueve, de noche y del lado alejado al cordón de la acera, para que los otros autos nos salpiquen al pasar.
LOS QUE FALLAN, son objetos que dejan de funcionar por un tiempo, suficiente como para producirnos un perjuicio.
Ejemplos: luces del automóvil durante un control policial de tránsito (pasado el control vuelven a funcionar sin que podamos encontrar la causa de la falla anterior), escobillas limpiaparabrisas en un día de lluvia torrencial. Cuando finaliza la lluvia los limpiaparabrisas, vuelven a funcionar.
LOS QUE TIENEN PROBLEMAS SEXUALES: son objetos que tienen problemas característicos de su sexo.
Ejemplos: las computadoras que al ser femeninas tienen “esos días” en que nos vuelven locos, perdiendo archivos, imprimiendo defectuosamente, etc. Estos problemas, tengo entendido, no los tienen en España, ya que allí, estos artefactos, se denominan ordenadores, o sea que son masculinos. Pero como son objetos inanimados, suelen tener problemas en “momentos muy importantes” lo que demuestra que la maldad de estos objetos es elevada ya que se los considera inteligentes.
LA CATEGORÍA 3 (los dañinos) son los que dejan de funcionar y no pueden repararse.
Ejemplos: se produce un corte de energía eléctrica. Ante la emergencia, para alumbrarnos usamos velas, fósforos, faroles a gas, antorchas, etc. hasta que un día, haciendo compras en un supermercado, vemos una hermosa linterna de 4 elementos (pilas), foco ajustable, cromada, con imán para fijarla a la puerta de la heladera, etc.
La compramos, la llevamos a nuestra casa y la guardamos en un cajón a la espera de una emergencia y cuando esta se produce, seis meses después, tomamos la linterna y al intentar encenderla comprobamos que no funciona. Se reventaron las pilas, se sulfataron los contactos, se oxidó el interruptor y no se puede reparar. Lo mismo sucede con los encendedores de cigarrillos de los automóviles, que al tiempo de comprar el mismo dejan de funcionar y no pueden ser reparados.
LA CATEGORIA 4 (los traumatizados) se subdividen en dos subcategorías: los olvidadizos y los que se suicidan.
LOS OLVIDADIZOS, son objetos, de un nivel intelectual superior que se olvidan de las cosas que les decimos.
Ejemplos: las computadoras que pierden la información que nosotros estamos seguros de haber grabado reiteradas veces. Otro tanto sucede con los cajeros automáticos, que se olvidan de nuestro código y no reconocen la tarjeta.
LOS QUE SE SUICIDAN, son objetos que producen su autodestrucción.
Ejemplo: estamos solos en nuestra casa, mirando televisión y tomando un whisky en un vaso de cristal. Suena el teléfono en una habitación vecina. Dejamos el vaso sobre una mesa ratona, razonablemente distanciado del borde de la misma. Mientras estamos hablando escuchamos un ruido en el living y al regresar al mismo, nos encontramos con que el vaso se ha arrojado al vacío, estrellándose contra el piso y haciéndose añicos.

LA CATEGORIA 5 (los violentos) se subdividen en dos subcategorías: los que atacan a las personas y los que atacan a otros bienes.

LOS QUE ATACAN A LAS PERSONAS, son objetos cuya maldad hace que agredan a los seres humanos.
Ejemplos: estamos cortando carne, queso o frutas con un cuchillo o papel con un “cuter” y de repente, el cortante se desvía el camino indicado por nuestra mano y nos produce un corte mas o menos grave de acuerdo al su nivel de agresividad. Lo mismo sucede con martillos, cuando estamos introduciendo un clavo y al intentar golpear la cabeza del mismo, el martillo se desvía y nos golpea la mano, lastimándonos. Otro ejemplo habitual y contundente es el de las mesas ratonas, que se mueven repentinamente, cruzándose en nuestro camino, haciéndonos golpear las piernas.
LOS QUE ATACAN A OTROS BIENES, son objetos cuya maldad hace que se autoproduzcan daños que  a su vez provocan reacciones que dañan a otros objetos.
Ejemplo: estamos circulando con nuestro automóvil y repentinamente se rompe el sistema de freno y al querer detenernos en un semáforo el coche no frena  y embestimos a otro automóvil detenido, con los daños correspondientes en ambos vehículos. (esto suele suceder generalmente cuando por descuido u olvido no hemos renovado la póliza de seguro del automóvil)
NOTA: en esta categoría nos encontramos con ejemplos de maldad suprema en el caso de cables de alta tensión, instalados incorrectamente, que se cortan y caen sobre cables telefónicos (también instalados incorrectamente) lo que produce: destrucción de la línea telefónica, de la central y el aparato telefónico y en casos extremos el ataque a seres humanos produciendo la electrocución de los mismos al atender el teléfono.

Esta clasificación con los ejemplos correspondiente, nos hacen comprender que los objetos inanimados, tienen maldad y que la misma varía de acuerdo al tipo de objeto y a las circunstancias.

                                        
                                             EL FAMOSO CACHO

jueves, 30 de junio de 2011

BIENVENIDA, WELCOME, BEM-VINDA

En correo central bajan muchas personas y suben otras tantas. Hacia el interior del colectivo se produce siempre un revuelo entre quienes intentan descender y quienes pretenden algún asiento que queda vacío. Pero hoy fue diferente. Desde el fondo, sentada a la derecha del lado de la ventanilla puedo ver que el revuelo es otro. Pensé rápida y erróneamente que podía tratarse de un carterista.
La gente se corría hacia atrás y no llegaba a distinguir qué pasaba. Un par de paradas más adelante advierto que en el centro del colectivo, a la altura de la puerta con rampa para piso bajo, se hace un claro. Un incómodo claro. Entonces la veo.
Tiene mi altura y la mitad de mis años. Su abundante cabellera rufa, sucia y apelmazada la lleva recogida con un jirón de tela negro. Viste una pollera corta de jean gastada y dos buzos superpuestos. El de abajo parece rosa y el de arriba gris, pero están tan percudidos, que no puedo asegurar que así sea. Sobre ellos tiene un saco de lana, tejido, verde oscuro. Lo lleva abierto. Es largo, le tapa las rodillas. Con dos vueltas sobre el cuello, tiene una bufanda, también tejida, pringosa, como si se hubiera limpiado restos de comida con ella. En los pies, unas zapatillas francamente roñosas, con los cordones desatados y desflecados. Medias tipo can-can, llenas de agujeros, verdes. Creo. Mitones negros en las manos.
Se mueve mucho. Va sujeta de los pasamanos superiores y cambia constantemente de manija. La gente acompaña cada movimiento suyo con ajetreos de huida. Confieso que me intriga la situación. Observo sin disimulo, a veces, estirando el cuello y moviendo la cabeza para lograr una mejor perspectiva. Ahora le veo bien la cara. Es bonita y desaliñada. Sobre su rostro blanco y redondo cuelgan algunos mechones que se escapan de la tira negra que los sujeta. Tiene las mejillas encendidas, arrebatadas. Su nariz pequeña, como dibujo de cuento infantil, conserva mucosidad notoriamente pegada. Los labios están destrozados, llenos de cicatrices y costras de alguna pústula seca. La frente y el mentón, ennegrecidos.
A medida que va subiendo gente, ella se corre hacia el fondo y las personas se apartan. Algunos ponen mala cara, otros se fastidian, otros entierran la cabeza en los cuellos de sus abrigos. Todos rehúyen. No hay dudas de que la evitan.
Ahora la tengo más cerca. Pone sus manos sobre los respaldos de dos asientos y se mueve a un lado y a otro cortejando el andar del transporte. Por momentos se refriega un brazo violentamente. Instantes después se rasca la cabeza en forma frenética. Una señora toma a su hija del brazo y sin tapujos la retira del lugar. “– No ves que tiene piojos?”
Se acerca ahora a la puerta trasera, justo delante de mí. Levanta el brazo para tocar el timbre y luego de una arcada inevitable, abro la ventanilla para no vomitar. Un tufo fétido y pestilente invadió el ambiente. En la piel tiene escaras, incrustaciones de mugre, lesiones por el abandono. Intento sonreír o, al menos, neutralizar el asco segura de no estar consiguiéndolo.
En Retiro se baja y permanece en la parada. Me quedo contemplándola por la ventanilla mientras se acomoda en uno de los laterales del refugio de la estación que tiene un cartel de propaganda política. Se apoya sobre la izquierda, donde hay una foto y a su derecha puedo leer en grandes letras negras “VOS SOS BIENVENIDA”.

viernes, 13 de mayo de 2011

LA HIJA DE LA INDIA

Plegaria de la India Tehuelche
de Nicolás Isidro Bardas
Jardín Botánico Carlos Thays, Palermo
Malén es hija de la india. La india trabajó en la estancia desde muy joven. Tuvo cinco hijos varones que, a medida que fueron creciendo, se marcharon a trabajar en la tierra. El día que Inacayal, el menor de ellos, cumplió trece años, nació Malen y murió la india. El indio le construyó una madre de arcilla a Malén para que velara sus sueños y se fue con Inacayal tierra adentro, hacia el Chaltén.
La india había sido muy querida en la estancia, y los patrones buenos tomaron a Malen y la llevaron al casco principal. Al cuidado de las dos cocineras, Malén creció con el aroma de la leche con vainilla y con la bondad del pan, con la fortaleza que da el puchero del blanco y la calidez del horno de barro, con las caricias de cuatro manos de mujer y las historias de la india que escuchaba mirando a la madre de arcilla.
Cuando cumplió diez años, la patrona buena la fue a ver con una cachorrita en brazos. Le dijo que había nacido con una pata mala y que no servía para las labores con los animales. Le dio un beso a Malen y se despidió. Sus hijos la llevaban a Río Gallegos a que ‘muriera más cómoda porque estaba muy vieja ya para estar en la estancia’. Malen llamó Wuim a la perra y la apretó fuerte contra su pecho. Por la tarde, cuando fueron a contarle que los patrones buenos habían muerto en un accidente, la encontraron en la misma posición. Wuim es suave y color canela. Tiene la pureza de un alma virgen y la alegría de una vida incipiente. En los ojos, la tristeza de la soledad y el ruego de afecto.
Los tres hijos de los patrones buenos se hicieron cargo de la hacienda y todo cambió. Los patrones malos trasladaron a Malen al corral de los indios porque ‘ya estaba grandecita y hacían falta mujeres para atender a la peonada’. Los indios colgaron un quillango y aislaron un lugar para la niña. Armaron una cama de pasto seco, sobre una roca le pusieron a la madre de arcilla y repararon un viejo canasto para Wuim. En el invierno Malén tejió gruesas mantas para todos y se amigó con la escarcha.
Empezó a trabajar entre peones y guanacos, entre arrieros y ovejas. Pasó de la leche con vainilla y pan caliente al agua estancada y el estiércol. El viento cruel y violento forjó su carácter y el frío sureño se instaló en sus huesos. Wuim es su refugio y su memoria de otro tiempo, la espera cada noche temprana echada en la entrada del corral. Si pudiera correr andaría a su lado de luna a luna. Malén amanece antes que el sol para preparar el mate y traer el pan para los hombres, limpiar los corrales y recoger los deshechos de los excesos de la noche anterior. Aprendió a comer entre tareas, de a poco y a la carrera, a ampollar los pies y dejar la piel en las botas de cuero crudo, a cuartear las manos y sangrar los labios, a curtir la piel y domar el ánimo.
Se hizo mujer a los golpes y supo que no era bueno serlo entre tanto hombre señero que aplaca su soledad y las inclemencias con aguardiente.
Apenas su cuerpo dibujó la primera curva, sus pechos supieron del fervor de la mano del blanco rudo y cerril. Y tiempo después hubo un hombre que le hizo palpar las diferencias entre varón y mujer. Y otro día, otro le hizo sentir su virilidad, recia y erecta. Después vinieron otros días y otros hombres. La primera vez lloró de miedo. La segunda, de impotencia. Y las otras veces ya no lloró. En las tardes oscuras del confín de la tierra, vuelve sola al corral, arrastrando su miseria, con los ojos gachos para no encontrarse con la mirada de la madre de arcilla. Así se acuesta en su cama de paja seca. Wuim se acerca y cura con saliva las heridas de sus manos, lame sus pechos y obtiene miel de su sexo mientras Malen sueña en tehuelche con poder volver a llorar.

domingo, 1 de mayo de 2011

Libros de grandes

Mi papá tenía una biblioteca escondida. Un archivo, en realidad. Era un techo falso en su taller-escritorio. Ahí tenía diarios de fechas críticas, como la llegada del hombre a la luna o el fin de la segunda guerra mundial. Pero también tenía revistas “prohibidas”: alguna “Primera plana”, un par de “Todo es historia”, varias “Humor” y hasta una que otra “Extra”. Y también estaban los libros, los que se salvaron de la parrillada del '77. Esos libros que tenían olor a clandestinos, eran como un tesoro para el viejo y una tentación para mí. Estaban atrás de todo. Atrás de las revistas, que estaban tras los diarios que estaban luego de las latas viejas de pintura. Nada había que me llamara más la atención que esos ejemplares forrados con papel de diario sin imprimir, papel de bobina. El viejo, como para disuadir mis intentos frecuentes de acceder a ellos decía que eran “libros de grandes”. Y, como nunca me mintió, con el tiempo descubrí que era cierto, eran libros de grandes escritores.
Cuando Alfonsín pronunció la célebre “vayan sacándole el polvo a las urnas”, papá desempolvó las latas de pintura y abrió un caminito hacia los libros que entonces se veían con sólo alzar la vista.
Así, con trece o catorce años accedí a “Sobre héroes y tumbas”. Fue el primer “libro de grandes” que leí en mi vida. Era un volumen de hojas gastadas y dobladas, cocido, con las tapas castigadas. Confieso que no lo entendí en lo más mínimo, pero me gustaba leerlo una y otra vez. Supongo que porque trata sobre una trágica historia de amor , o porque había algo velado en eso de los héroes y nuestra historia, o porque Barracas era casi lo único que conocía a esa edad además de Avellaneda.
Tanto hablé en los recreos sobre esa novela que las compañeras del colegio me lo regalaron para mi cumpleaños de 15, nuevito, con las tapas impecables, las hojas pegadas al lomo y sin olor a historia. Fue también el primer y único libro que tuvimos en nuestras bibliotecas tanto el viejo como yo. Los demás, los compartíamos.
Cuando logré comprender esa novela, compré “El túnel” y después, papá me prestó “Abaddón…”, que ya no estaba escondido ni tenía las tapas forradas.
Ya no tengo a papá a mi lado, pero tengo toda su obra en mi hermana y en mí misma. Hoy he llorado mucho al saber que usted tampoco estará más entre nosotros, pero fui hasta la biblioteca y ahí está mi “Sobre héroes…” el de las hojas pegadas y las tapas impecables, que ya tienen un poco de olor a historia.

Gracias, Don Sábato.
Gracias por su obra literaria, por su vida, por su honestidad extrema. Gracias por todo lo que aprendí al leerlo y escucharlo. Gracias por el Nunca Más. Gracias, Maestro. Buen viaje.

domingo, 24 de abril de 2011

AMEN

No la vi subir. Cuando levanté la mirada ya estaba ahí. Es alta y corpulenta. Me hace evocar a una mujerona alemana o rusa de la época de la segunda guerra. Tiene el cabello teñido, me parece demasiado oscuro para ser su color natural. Lo lleva muy corto y desprolijo, como si se lo hubieran desmechado con los dientes en un ataque de furia. Un gesto adusto, severo, se dibuja sobre su tez gris sin maquillaje, como si hubiera sumergido la cara en un pote con cenizas. Las orejas descubiertas, grandes, desproporcionadas, son como manijas. En cada lóbulo, un aro redondo color peltre incrustado en la perforación. Ridículos, como si le quedaran chicos, o como si los tuviera puestos desde el día que nació. Los labios, también grises, están ajados, arrugados cual si se los hubieran abollado. Le crecen pelos blancos en el mentón, un mentón amplio, ancho, abultado, tan carnoso que contrasta considerablemente con el aspecto huesudo del resto de su cara en la que se esconden pequeños e insignificantes ojos cuyo color no llego a apreciar.
Viste un traje de franela gris, demasiado grueso para esta época del año. Lleva el saco sin abrochar y le queda corto de mangas. De cada brazo asoman los puños de la camisa marrón chocolate que usa abotonada hasta el cuello y por adentro de la pollera. La falda es recta y larga, varios centímetros por debajo de la rodilla y el tajo del ruedo está cocido. En los pies, unos batallados mocasines negros. En el brazo izquierdo, sobre el pliegue del codo, cuelga una cartera marrón, de tira corta, sin cierre, de esas que usaba mi abuela en la época de Evita, que abrían y cerraban como una bisagra y hacían “clic” al presionar una parte con otra. Sus manos son enormes, toscas, diría que inadecuadas para cualquier tipo de caricia. Quizás sean la parte más sobresaliente de su cuerpo. No tiene anillos y las uñas están limpias y cortísimas. En la mano derecha lleva una especie de collar con cuentas. Si no fuera porque no le veo la cruz, diría que es un rosario, o un denario. Como sea, la proporción entre el collar y sus dedos hinchados es absurda. Va pasando las cuentas una a una entre su pulgar e índice y, a la vez, mueve los grises labios rotos a velocidad inusitada pero sin emitir sonido alguno.
Cada tanto, levanta la cabeza y la gira espasmódicamente a un lado y a otro como si buscara algo o a alguien.
En la estación Lisandro de la Torre, el señor que se encuentra sentado enfrente mío se levanta y, antes de que pueda abandonar el asiento, la mujerona comienza a abrirse paso a codazos y empujones hacia el centro del vagón. Varios se quejan de pisotones y se escuchan reclamos por sus modos.
Como si no escuchara nada, se sienta justo delante de mí. Pone la cartera sobre su falda, guarda el collar-rosario y saca un viejo y pequeño libro con tapas de cuero negro y con el mismo movimiento de sus labios, dejando escapar un siseo inaudible, comienza a leer.
Antes de llegar a Retiro, el tren se detiene y por altavoz indican que la formación quedará detenida durante una hora en adhesión a un reclamo gremial. Entre todos los pasajeros circulan comentarios de incertidumbre y bronca.
Yo no puedo sacar los ojos de encima a la mujer de gris. Desde que escuchó el aviso ha quedado en la misma posición, con el libro abierto sobre su regazo y la mirada puesta en él. Sólo dejó de mover los labios. Transcurridos uno o dos minutos, levantó la cabeza y achinó los ojitos. Dirigió la mirada hacia el centro del vagón, como quien quiere hablar a todos y a nadie a la vez y con un vozarrón tanguero, áspero y grueso dijo: “SON TODOS UNOS HIJOS DE REMILPUTA. VAGOS DE MIERDA. OJALA LES DIBUJEN EL ORTO A BALAZOS. QUE LOS ENCIERREN A TODOS Y LES DEN DE ALMUERZO LO QUE CAGUEN EN LA CENA. A VER SI ASI LES 'VUELVEN' LAS GANAS DE TRABAJAR. VAGOS. VAGOS DE MIERDA. MIERDA. MIERDA.”
Cerró el libro con un golpe seco que aún retumba en mis oídos. Acarició la cruz dorada de la tapa, se persignó y dijo Amén.

domingo, 17 de abril de 2011

PRISIONEROS

Hacer el amor en horarios desacostumbrados siempre le daba seguridad. Un extraño placer que no tenía que ver con lo sexual sino con el tener al otro con ella, fuera de planes, sentía confianza en sí misma, un orgasmo de garantías. Salió del baño envuelta en su bata blanca, con la toalla en la cabeza y el rostro arrebatado por el calor de la ducha. En su cuarto, sentado en el borde de la cama, moviendo las piernas incesantemente estaba su novio, con su celular en la mano. El cuerpo de Marcos parecía enajenado y sus ojos confundidos. Sin embargo, con un tono muy sereno le dijo que había vibrado el celular y le preguntó: “quién es Pablo?”. Virginia le respondió: “No sé”.

Y la verdad es que no sabía. Marcos se levantó y, con el semblante oscurecido caminó hasta la puerta del cuarto. Antes de salir, dudó. Luego se dio vuelta y antes de seguir caminando arrojó el celular sobre la cama. En medio de un extraño silencio Virginia tomó el teléfono para comprobar que tenía un mensaje de texto que decía “No te pude ubicar. Llamame cuando puedas. Pablo”.

No conocía el número. No lo tenía en la agenda tampoco. No conocía a ningún Pablo. Se sintió perturbada, desconcertada. Sacó la toalla de su cabeza y desenredó el cabello. Marcos encendió el televisor y eso, mínimamente, la tranquilizó. No se había ido, estaba en el living. Aliviada pero aún presa de un amargo desconcierto, se sentó en la esquina del colchón y comenzó a ir hacia atrás y hacia delante tontamente con las flechas del móvil. Se hallaba atacada, invadida. Su estructura de seguridad tambaleaba. Quien era ese Pablo que aparecía virtualmente y desacomodaba su acomodada vida? Lo más probable era que se tratara de un mensaje equivocado. Pero no lo iba a contestar para avisar. Si Marcos la veía escribiendo se iba a enojar. No quería verlo disgustado sin motivo. Y si el tal Pablo insistía? Y si volvía a enviar un sms? Peor aún… y si llamaba? Cavilando prendió el secador de pelo.

Marcos subió considerablemente el volumen del televisor, como para no escuchar ni siquiera sus propios pensamientos que lo atormentaban. Quién era ese Pablo que aparecía virtualmente y desacomodaba su acomodada vida? Probablemente se haya equivocado de número. Pero no se lo iba a decir a Virginia. No le iba a dar la oportunidad de excusarse de esa forma. Ahora su cuerpo estaba quieto, inerme, pero su interior no. El la ama y sabe que es correspondido, pero no puede evitar pensar en la posibilidad que otro intente, por lo menos, acercarse a Virginia. Hundido en el sillón, los ojos fijos en la pantalla sin mirar, la respiración pausada y la mente agitada, no podía evitar que su imaginación le prodigara una tras otra instancias desagradables. Y si él es un idiota? Si es un “cornudo”? Vaya a saber con quién almuerza o con quién viaja cuando regresa del trabajo… Debería pasarla a buscar por la oficina a diario. Y si alguno de sus amigos la vió? Se deben estar riendo todos de él. Un “cornudo”… Pensaba y sus manos se iban crispando. Transpiraba por todos los poros de su piel. El ruido del secador de pelo lo aturdía. Se estaba secando el pelo o hacía ruido para hablar con Pablo? Se levantó como expulsado del sillón e irrumpió en el dormitorio. Virginia secaba su cabello y el celular seguía sobre la cama.
Se sintió tonto, torpe, casi un adolescente desmañado. Volvió al sillón y se derrumbó en él. Se tenía que sosegar. Cuándo lo iba a engañar? Si sólo estaban separados en el trabajo.

Virginia apagó el secador. Mientras se peinaba no podía dejar de tejer una madeja de supuestos. Cómo iba a remontar ahora la situación? En este momento, un mar de dudas crecía entre ambos. Marcos ya no le iba a creer y lo entendía. Si hubiera sido al revés, ella le hubiera armado un escándalo. Se sentía sola, alejada de su amor, insegura. Era una trampa. Y si alguien los quería lastimar? Si esto estaba urdido por alguien que los quería perjudicar? Y si era una mujer? Otra mujer? Le corrió un temblor álgido por el cuerpo. Marcos la estaba engañando y la quería culpar a ella? Le sudaban las manos y sintió un repentino malestar. Náuseas. Y ella tan segura de su noviazgo. Pero cómo? Cuándo se ven? Si están siempre juntos… Será alguien de su oficina? Y por qué tiene su número de celular? Sintió frío. Se tenía que serenar. Tenía que hablar con él, pero no sabía cómo hacer, ni siquiera sabía si la iba a escuchar.

Virginia se vistió, tomó el celular y se sentó en el sillón del living junto a Marcos que ni siquiera la miró. Cabizbaja, con la mirada fija en el teléfono que tenía entre las manos dijo:

- Estuve pensando… Lo voy a dar de baja.

Marcos giró la cabeza hacia ella y bajó el volumen del televisor.

- Me parece bien –le respondió.

La rodeó tiernamente con su brazo y luego de besarla en la frente agregó:

- Si querés, te acompaño.

Virginia apoyó la cabeza en su hombro y, con los ojos entreabiertos, ambos sonrieron, satisfechos el uno del otro.

martes, 29 de marzo de 2011

ASI

Cuando subo al colectivo ya está sentada, generalmente del lado de la ventanilla. Supongo que viene desde lejos. Munro, quizás.
No hay día que no me llame la atención. Ha sabido ser morocha y no creo que tiñera su cabello. SÍ debe haber teñido su ropa, como lo sigue haciendo ahora. Se nota que sus vestidos tienen su mano. Hoy lleva un amplio solero azul. Azul lavanda, como sus ojos. Batik. Apuesto a que el batik de esa tela lo hizo ella misma.
Su cabello llega hasta la cintura. Lacio. Limpio. Plateado. Orgullosamente plateado. Sin hebillas. Sin moños. Sin gomitas. SIN.
Trae arrugas en el cuello, en las manos, en los brazos, pero no en la cara. En la cara tiene sonrisas. Muchas sonrisas.
A diario la miro y paso el resto del viaje imaginando su vida. Me pregunto cuándo se habrá hecho el tatuaje del tobillo, ese que muestra naturalmente junto con sus sandalias de cuero marrón.
Usa aros largos, siempre plateados con piedras de distintos colores. Collares de tiento o de hilos con nudos atrapando maderitas de las más diversas formas. Pulseras tejidas y anillos. Tiene uno de madera oscura, siempre. Apuesto a que está relacionado con el amor. Igual que el carnal tatuaje de su muñeca.
Trae anteojos redonditos como los de John. Lennon, obvio. Cristales celestes. Habitualmente va leyendo y nunca puedo saber qué lee. Forra sus libros con papel madera y en el papel suele escribir notas mientras viaja. No parecen ser notas sobre el libro sino sobre el momento. Como si tomara una “instantánea”, como fotos que va pegando en un álbum. Escribe con lápiz. Lápiz de madera. El lápiz y el libro los guarda en una cartera tipo morral que cruza del hombro derecho hacia la cadera izquierda. Una cartera tejida con nudos en hilo de matambre. La tejió ella. Estoy segura.
También, un monedero con monedas y un par de billetes doblados en cuatro, un celular pequeño pero viejo, de los que no tienen mp3, ni mail, ni facebook, ni twitter. Además, un pañuelo de tela, una llave, una sóla llave sin llavero y un frasquito. Eso es todo lo que vi y no creo que lleve nada más.
Es delgada y fuerte, de estatura media y dedos largos y enjutos. No se maquilla, sólo un par de veces le vi rosados los labios. Las uñas, cortas y pintadas de color. A veces, tiene dibujos en la uña del dedo índice de su mano izquierda. No usa corpiño, no parece necesitarlo. No abriga ataduras de ningún tipo. Tiene por lo menos un hijo, porque la escuché hablar de sus nietos en algún viaje.
Debe hospedar unos sesenta o sesenta y cinco años en su sutil y lánguida figura. Y una sensualidad de veinticinco en cada poro de su piel.
Amable, tranquila, con mucha paz pide permiso en un colectivo repleto de fastidio y baja en Plaza Francia.
Cuando lo hace, miro por la ventanilla y admiro su cabellera al viento que se mueve junto con su largo vestido. Libre.
Cuando yo era niña, mi abuela solía preguntarme como quién quería ser cuando fuera grande. Si en este momento tuviera diez años y mi abuela me consultara una vez más, extendería mi brazo firmemente y con marcada osadía señalaría a esta mujer y diría con firmeza: “ASI, COMO ELLA”.

miércoles, 9 de marzo de 2011

NUEVO EDIFICIO. VIEJO ANHELO.

En el año 1988 ingresé en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. En esos años, por mis venas, además de sangre corría una gran disposición por la participación social. Fue así como además de dedicarme a estudiar me interesé por otros temas de la actividad educativa. Traía puesto ya poco más de un año de militancia en la UCR, así que fue lógico mi acercamiento a la Franja Morada. Mi lugar de inserción fue la oficina de Gremiales del Centro de Estudiantes. En ese entonces estaba muy revolucionado el alumnado por el cambio de plan de estudios (Plan G, si mal no recuerdo). En una PC con disquetera simple de 5 y ¼ cargábamos luego del DOS, un aplicativo para informar correspondencias con el plan anterior. En un pinche de almacén me dejaban los pedidos y cuando salía de cursar pasaba el resto de la mañana emitiendo equivalencias que dejaba ordenadas por número de registro en un bibliorato para que fueran entregadas cuando yo me iba a trabajar.

Además de los temas académicos ya de por sí agitados, se mascullaba sobre la escasez de aulas, todos protestábamos porque en los horarios pico cursábamos parados y preocupaba el estado edilicio de algunos sectores de la facultad.

Por ahí daba vueltas una maqueta mostrando cómo quedaría la facu luego de una reforma de la que ya hacía unos años se venía hablando.

Tiempo después fui consejera directiva por el claustro de estudiantes y el tema seguía en el orden del día pero no avanzábamos nada. Recuerdo largas discusiones y negociaciones por la recuperación de espacios como la playa de estacionamiento de Córdoba y Uriburu. Intereses creados, burocracias, acuerdos políticos, etc. se mezclaban con la necesidad, con el proyecto de crecimiento, con la evolución, con el compromiso.

Recuerdo también haber caminado con un par de arquitectos los pisos del edificio central y los del edificio de la rotonda mientras ellos tomaban medidas e ir anotando a modo de relevamiento, vidrios rotos, ascensores inutilizados, goteras y aulas inundadas. Cómo se llamaba la arquitecta? No me acuerdo. De su nombre no me acuerdo.

Junto a tantos otros con quienes compartí el compromiso con la Universidad Pública, soñé con el edificio nuevo. Pero no soñábamos con ladrillos, sino con la dignidad de la educación. No queríamos grandes pasillos, sino el espacio de acceso a la formación. No soñábamos con puertas y ventanas, sino con poner en marcha el motor del progreso. No soñábamos con bancos y pizarrones, sino con el desafío de hacer frente a los cambios que va planteando la sociedad. Nunca soñamos con el arancel para reducir la matrícula y “aprovechar” el espacio existente, sino con la Universidad Pública y gratuita para todos.

Dijo alguna vez Eduardo Galeano algo así como que "la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar."

Y caminamos... Eran los 90, la época de las relaciones carnales, la fantasía del primer mundo, el consumismo como valor fundamental. Y nosotros éramos unos muchos pocos encendidos que perseguíamos la utopía y decíamos “Vamos a andar!”.

Hoy, más de 20 años después, se inaugura por fin el edificio nuevo. Seguramente de este logro se van a colgar muchos. Los que pusieron la plata, en primer lugar. Los que llegaron ayer a la rotonda, los que pusieron la firma a último momento, los que se sacaron la foto... Pero esto es trabajo de años de una generación que ingresó a la universidad con el regreso de la democracia. Es el anhelo de quienes abrieron nuevamente las puertas de la educación a la población en su conjunto, es el esfuerzo de docentes, graduados, alumnos, no docentes, que luchan día a día por el rol de la universidad en la sociedad. Pero, por sobre todas las cosas, este logro debe ser el orgullo de esa generación, de los que lucharon hasta el final. Debe ser el sabor dulzón en la boca y la paz en el alma por el compromiso llevado a cabo.

Eramos muchos los que soñábamos, dije. Pero, parafraseando a Bertolt Brecht, algunos luchamos por esto un día y fue bueno. Otros luchamos durante un año, y fue mejor. Otros luchamos muchos años, y fue muy bueno. Pero otros, siguieron luchando y lo harán toda la vida. A esos, que son los imprescindibles, les doy las gracias. Gracias por la utopía, gracias por “andar”, gracias por llegar.

sábado, 19 de febrero de 2011

CORDON DEL PLATA

El cordón del plata visto desde Las Vegas, Potrerillos.
Atrapada en tus colores
observo tu belleza infinita.
El verde de arbustos prepotentes,
el sol, entre el gris de tus piedras,
de óxido de hierro el rojo,
y el marrón de tu seca tierra.

Sentada en el declive de tu arrogancia
veo los pliegues de luces y sombras
de estas montañas sin elegancia
que a la fuerza y con afán se empeñan
en albergar sauces, cardos, cortaderas
y altos álamos que el viento frenan.

El atropello de tu carácter, inefable,
burla sequías con rápidos voraces
que lloran historia de traición y conquista,
de libertad y hermandad,
de hombres con pasión e iniciativa,
con coraje y sangre altruista

Adentrados en las nubes
de tus eternos picos nevados,
afloran tus venas, veloces como fieras.
Y con su caudal de lágrimas
riegan y alimentan el valle orgulloso
de esta costilla furiosa de la cordillera.

sábado, 15 de enero de 2011

EN PAMPA Y LA VIA

Me siento cansada, como si me hubiera pasado un tren por encima. Me cuesta moverme. El cuerpo me pesa y no tengo intención de hacer nada. Gastada a los treinta, así me siento.
Creo que hasta la voluntad me falta. No sé si quiero estar acá, acostada, pero no tengo fuerzas para levantarme.
Ya no lo voy a llamar. Puede estar tranquilo.
Estoy flaca, me veo delgada, tengo los pómulos prominentes y me dan impresión mis propias manos. Ni hambre tengo. Si al menos pudiera tener el valor de incorporarme.
Me siento aterida, entumecida y abúlica. Tengo miedo, le temo a este letargo.
No puedo olvidar mis recuerdos, las imágenes del pasado viajan frente a mis ojos. No se detienen en ninguna estación, pero siempre me falta el último párrafo. Quisiera extraviar la memoria. Siento que estoy en una sala de cine, viendo una película de mal gusto sin poder irme de allí. Es un freak en el que todos se ríen de verme llorar y hacer el ridículo.
Debería haber un poco de luz en este cuarto, a ver si el grotesco deja de girar ante mí. Un haz de sol tal vez me ayudaría a reponer energías, pero no tengo ganas de ir hacia la ventana... A dónde están las ventanas?
Sé que viene a verme, pero ya no me interesa, creo que hasta estoy mejor así. Hizo bien en dejarme. No importa con quién esté ahora. Si no es mío no me está traicionando. Y eso es un alivio.
Tengo frío.
Su crónica visita me fastidia, no me deja enterrar su fantasma. Siento sus pasos, sus pisadas arrastradas mientras me ronda. Y su presencia me hunde, me sumerge y naufrago otra vez en esa evocación sin colofón.
Sé que llora. Lo estoy escuchando. Mi mamá le dice que ahora es tarde para llorar. Y quisiera gritarle, pero ni eso puedo hacer. No sé si por extenuación o por impotencia. Por agotamiento o porque ya no vale la pena.
Tengo frío. Tengo los huesos fríos. Mi ropa está húmeda y sucia. Yo estoy sucia. Me quedé con su mugre, con su trampa. Fui su desecho y ahora soy su despojo. Me dejó sucia. No sé cuánto hace que estoy en esta posición. No. No me duele nada, sólo el alma. A veces quisiera llorar, pero ya ni lágrimas me quedan
No sé qué quise hacer. No sé si fue mi intención. Alguien me robó el desenlace. Lo último que recuerdo es el cachetazo que le dí en la esquina de Pampa y Libertador.
Ya no tengo nada, ni siquiera un final. Me cuesta moverme. El cuerpo me pesa. Siento que cargo toneladas de tierra sobre mí.
Por qué todos me traen flores? Me siento cansada, como si me hubiera pasado un tren por encima.

martes, 11 de enero de 2011

AYER NOMAS...

Ayer nomás, papá me estaba cantando tu “Canción del jacarandá”. Aún tengo su voz joven grabada en mi cuarentón corazón de niña.
Ayer nomás, la señorita Silvia nos invitaba a tomar el desayuno en el jardín al son de la “Canción de tomar el té”.
Ayer nomás, me levantaba temprano para ir a la escuela y escuchaba en la radio a Magdalena, desayunando con la “Canción del correo”, la “Canción del estornudo” o “El show del perro salchicha”.
Ayer nomás, intentaba aprender a tocar la guitarra, y aún recuerdo mi primera clase en Re mayor y dominante de Re, la “Canción de Títeres”, y la lección para toda la vida me caigo, me caigo, me voy a caer, si no me levantan, me levantaré.
Ayer nomás, tomaba la merienda en compañía de “Doña Disparate y Bambuco” volcando la leche carcajada de por medio.
Ayer nomás, pasábamos una noche completa con mi prima muy chiquita cantando “Manuelita” y ella pidiendo “de buevo” eternos bises de medialengua.
Ayer nomás, adolescente y efervescente, con la democracia recuperada en un puño me llenaba la boca con tu “Balada de Cómodus Viscach”, porque era época de diferenciarse de quienes comieron tierra para que no se los coman crudos. Con “La canción de caminantes”, porque ya no había guerra, pero seguía la lucha. Y recibía a tanto sobreviviente volviendo de esa guerra, cantando al sol “Como la cigarra”. Y pedía con tu “Oración a la justicia”, que la señora de ojos vendados se quitara la venda para ver tanta mentira.
Ayer nomás, iba al cine a ver la Historia Oficial, y a llorar “El país de no me acuerdo”, para no olvidarlo jamás.
Ayer nomás, estaba embarazada de Ezekiel y acariciaba la panza casi susurrando tu “Canción de la vacuna”. Y resultó ochomesino. Y lo cuidamos entre la piel y la camisa durante días, con el mismo son. Y cuando estuvo en casa, y tenía cólicos o angustia, se calmaba cuando escuchaba apenas decir el brujito de Gulubú.
Ayer nomás, nacía nuestro segundo hijo, Joakim, y un erróneo diagnóstico de hipoacusia nos tuvo en vilo un par de meses y le cantábamos “El reino del revés” de una lado y otro de su cuna, a ver si giraba la cabeza según quién cantaba.
Ayer nomás, estaba leyendo en un blog amigo tu defensa de la “ñ” que también es gente.

Y hace un minuto nomás, como lo hago todas las noches, dormí a mis niños, tan chiquitos como lo era yo cuando llovían flores del jacarandá, con la "Canción de bañar a la luna”. Y aún estoy llorando.

Gracias, María Elena, por haber acompañado mi vida, de punta a punta, para jugar, para reír, para soñar, para crecer.

"Enciendansé, las nuevas luces del viejo varieté, puede volver..."

Hasta siempre.