domingo, 24 de abril de 2011

AMEN

No la vi subir. Cuando levanté la mirada ya estaba ahí. Es alta y corpulenta. Me hace evocar a una mujerona alemana o rusa de la época de la segunda guerra. Tiene el cabello teñido, me parece demasiado oscuro para ser su color natural. Lo lleva muy corto y desprolijo, como si se lo hubieran desmechado con los dientes en un ataque de furia. Un gesto adusto, severo, se dibuja sobre su tez gris sin maquillaje, como si hubiera sumergido la cara en un pote con cenizas. Las orejas descubiertas, grandes, desproporcionadas, son como manijas. En cada lóbulo, un aro redondo color peltre incrustado en la perforación. Ridículos, como si le quedaran chicos, o como si los tuviera puestos desde el día que nació. Los labios, también grises, están ajados, arrugados cual si se los hubieran abollado. Le crecen pelos blancos en el mentón, un mentón amplio, ancho, abultado, tan carnoso que contrasta considerablemente con el aspecto huesudo del resto de su cara en la que se esconden pequeños e insignificantes ojos cuyo color no llego a apreciar.
Viste un traje de franela gris, demasiado grueso para esta época del año. Lleva el saco sin abrochar y le queda corto de mangas. De cada brazo asoman los puños de la camisa marrón chocolate que usa abotonada hasta el cuello y por adentro de la pollera. La falda es recta y larga, varios centímetros por debajo de la rodilla y el tajo del ruedo está cocido. En los pies, unos batallados mocasines negros. En el brazo izquierdo, sobre el pliegue del codo, cuelga una cartera marrón, de tira corta, sin cierre, de esas que usaba mi abuela en la época de Evita, que abrían y cerraban como una bisagra y hacían “clic” al presionar una parte con otra. Sus manos son enormes, toscas, diría que inadecuadas para cualquier tipo de caricia. Quizás sean la parte más sobresaliente de su cuerpo. No tiene anillos y las uñas están limpias y cortísimas. En la mano derecha lleva una especie de collar con cuentas. Si no fuera porque no le veo la cruz, diría que es un rosario, o un denario. Como sea, la proporción entre el collar y sus dedos hinchados es absurda. Va pasando las cuentas una a una entre su pulgar e índice y, a la vez, mueve los grises labios rotos a velocidad inusitada pero sin emitir sonido alguno.
Cada tanto, levanta la cabeza y la gira espasmódicamente a un lado y a otro como si buscara algo o a alguien.
En la estación Lisandro de la Torre, el señor que se encuentra sentado enfrente mío se levanta y, antes de que pueda abandonar el asiento, la mujerona comienza a abrirse paso a codazos y empujones hacia el centro del vagón. Varios se quejan de pisotones y se escuchan reclamos por sus modos.
Como si no escuchara nada, se sienta justo delante de mí. Pone la cartera sobre su falda, guarda el collar-rosario y saca un viejo y pequeño libro con tapas de cuero negro y con el mismo movimiento de sus labios, dejando escapar un siseo inaudible, comienza a leer.
Antes de llegar a Retiro, el tren se detiene y por altavoz indican que la formación quedará detenida durante una hora en adhesión a un reclamo gremial. Entre todos los pasajeros circulan comentarios de incertidumbre y bronca.
Yo no puedo sacar los ojos de encima a la mujer de gris. Desde que escuchó el aviso ha quedado en la misma posición, con el libro abierto sobre su regazo y la mirada puesta en él. Sólo dejó de mover los labios. Transcurridos uno o dos minutos, levantó la cabeza y achinó los ojitos. Dirigió la mirada hacia el centro del vagón, como quien quiere hablar a todos y a nadie a la vez y con un vozarrón tanguero, áspero y grueso dijo: “SON TODOS UNOS HIJOS DE REMILPUTA. VAGOS DE MIERDA. OJALA LES DIBUJEN EL ORTO A BALAZOS. QUE LOS ENCIERREN A TODOS Y LES DEN DE ALMUERZO LO QUE CAGUEN EN LA CENA. A VER SI ASI LES 'VUELVEN' LAS GANAS DE TRABAJAR. VAGOS. VAGOS DE MIERDA. MIERDA. MIERDA.”
Cerró el libro con un golpe seco que aún retumba en mis oídos. Acarició la cruz dorada de la tapa, se persignó y dijo Amén.

domingo, 17 de abril de 2011

PRISIONEROS

Hacer el amor en horarios desacostumbrados siempre le daba seguridad. Un extraño placer que no tenía que ver con lo sexual sino con el tener al otro con ella, fuera de planes, sentía confianza en sí misma, un orgasmo de garantías. Salió del baño envuelta en su bata blanca, con la toalla en la cabeza y el rostro arrebatado por el calor de la ducha. En su cuarto, sentado en el borde de la cama, moviendo las piernas incesantemente estaba su novio, con su celular en la mano. El cuerpo de Marcos parecía enajenado y sus ojos confundidos. Sin embargo, con un tono muy sereno le dijo que había vibrado el celular y le preguntó: “quién es Pablo?”. Virginia le respondió: “No sé”.

Y la verdad es que no sabía. Marcos se levantó y, con el semblante oscurecido caminó hasta la puerta del cuarto. Antes de salir, dudó. Luego se dio vuelta y antes de seguir caminando arrojó el celular sobre la cama. En medio de un extraño silencio Virginia tomó el teléfono para comprobar que tenía un mensaje de texto que decía “No te pude ubicar. Llamame cuando puedas. Pablo”.

No conocía el número. No lo tenía en la agenda tampoco. No conocía a ningún Pablo. Se sintió perturbada, desconcertada. Sacó la toalla de su cabeza y desenredó el cabello. Marcos encendió el televisor y eso, mínimamente, la tranquilizó. No se había ido, estaba en el living. Aliviada pero aún presa de un amargo desconcierto, se sentó en la esquina del colchón y comenzó a ir hacia atrás y hacia delante tontamente con las flechas del móvil. Se hallaba atacada, invadida. Su estructura de seguridad tambaleaba. Quien era ese Pablo que aparecía virtualmente y desacomodaba su acomodada vida? Lo más probable era que se tratara de un mensaje equivocado. Pero no lo iba a contestar para avisar. Si Marcos la veía escribiendo se iba a enojar. No quería verlo disgustado sin motivo. Y si el tal Pablo insistía? Y si volvía a enviar un sms? Peor aún… y si llamaba? Cavilando prendió el secador de pelo.

Marcos subió considerablemente el volumen del televisor, como para no escuchar ni siquiera sus propios pensamientos que lo atormentaban. Quién era ese Pablo que aparecía virtualmente y desacomodaba su acomodada vida? Probablemente se haya equivocado de número. Pero no se lo iba a decir a Virginia. No le iba a dar la oportunidad de excusarse de esa forma. Ahora su cuerpo estaba quieto, inerme, pero su interior no. El la ama y sabe que es correspondido, pero no puede evitar pensar en la posibilidad que otro intente, por lo menos, acercarse a Virginia. Hundido en el sillón, los ojos fijos en la pantalla sin mirar, la respiración pausada y la mente agitada, no podía evitar que su imaginación le prodigara una tras otra instancias desagradables. Y si él es un idiota? Si es un “cornudo”? Vaya a saber con quién almuerza o con quién viaja cuando regresa del trabajo… Debería pasarla a buscar por la oficina a diario. Y si alguno de sus amigos la vió? Se deben estar riendo todos de él. Un “cornudo”… Pensaba y sus manos se iban crispando. Transpiraba por todos los poros de su piel. El ruido del secador de pelo lo aturdía. Se estaba secando el pelo o hacía ruido para hablar con Pablo? Se levantó como expulsado del sillón e irrumpió en el dormitorio. Virginia secaba su cabello y el celular seguía sobre la cama.
Se sintió tonto, torpe, casi un adolescente desmañado. Volvió al sillón y se derrumbó en él. Se tenía que sosegar. Cuándo lo iba a engañar? Si sólo estaban separados en el trabajo.

Virginia apagó el secador. Mientras se peinaba no podía dejar de tejer una madeja de supuestos. Cómo iba a remontar ahora la situación? En este momento, un mar de dudas crecía entre ambos. Marcos ya no le iba a creer y lo entendía. Si hubiera sido al revés, ella le hubiera armado un escándalo. Se sentía sola, alejada de su amor, insegura. Era una trampa. Y si alguien los quería lastimar? Si esto estaba urdido por alguien que los quería perjudicar? Y si era una mujer? Otra mujer? Le corrió un temblor álgido por el cuerpo. Marcos la estaba engañando y la quería culpar a ella? Le sudaban las manos y sintió un repentino malestar. Náuseas. Y ella tan segura de su noviazgo. Pero cómo? Cuándo se ven? Si están siempre juntos… Será alguien de su oficina? Y por qué tiene su número de celular? Sintió frío. Se tenía que serenar. Tenía que hablar con él, pero no sabía cómo hacer, ni siquiera sabía si la iba a escuchar.

Virginia se vistió, tomó el celular y se sentó en el sillón del living junto a Marcos que ni siquiera la miró. Cabizbaja, con la mirada fija en el teléfono que tenía entre las manos dijo:

- Estuve pensando… Lo voy a dar de baja.

Marcos giró la cabeza hacia ella y bajó el volumen del televisor.

- Me parece bien –le respondió.

La rodeó tiernamente con su brazo y luego de besarla en la frente agregó:

- Si querés, te acompaño.

Virginia apoyó la cabeza en su hombro y, con los ojos entreabiertos, ambos sonrieron, satisfechos el uno del otro.