sábado, 18 de agosto de 2012

AMARGO

Llueve. Hace días que llueve. Para mí, meses. Recorro la casa con la mirada y no encuentro vestigios del futuro. Mi agenda sólo tiene hojas en blanco, el teléfono no suena, tras la puerta no hay diarios ni de ayer y en el buzón sólo hay cuentas por pagar.

Revuelvo el café que ya debe estar frío por quinta vez. No me acuerdo si le puse azúcar. Me duele la mano por sostener la cabeza. Me duelen los labios por morder tanto vacío.

Las ventanas están mojadas, empapadas. Las macetas, inundadas. Y mis sueños anegados. Busco en vano un ancla que evite este naufragio, una evocación de mis fantasías que me amarren a la vida. Escudriño hasta en el último de mis recovecos y nada hay, nadie me reclama.

Mil preguntas me recorren y las respuestas zozobran ante un huracán de dudas. Mil preguntas me azotan y las palabras se hunden en mi llanto. Semblanza amarga la de esta madrugada. Ni vocales tengo para un panegírico.

Algún trueno perdido me rescata y como manotazo de ahogado desentierro mis proyectos para verlos sumergirse una vez más. Resucito un par de planes y los vuelvo a empujar hacia la oscura profundidad de la utopía.

El cielo está rojo, irritado. No distingo nubes. No distingo formas. Una masa escarlata se desangra imperturbable sobre la ciudad, perseverante, estoica. Y yo sigo sentada, con la mano sosteniendo la cabeza, mordiendo el vacío que hay en mi ser, con los ojos rúbeos. Y lloro. Hace días que lloro. Meses.

Revuelvo el café, por sexta vez. No le puse azúcar. Lo sé.