martes, 31 de diciembre de 2013

Brindis 2014

Se va terminando el año y es un buen momento para brindar. Por lo vivido y por lo que vendrá. Levanto mi copa entonces y brindo por el 2013 que termina. Brindo por el regreso de la Libertad. La Fragata, digo. Y para que la honremos. A la libertad, digo.

Brindo por nuestras vacaciones, las que han sido las mejores hasta hoy. Brindo por nuestros paisajes, por nuestras montañas, por nuestros lagos, por nuestros bosques, por nuestros caminos. Brindo por nuestros ahumados y nuestras cervezas. Por nuestros dulces y nuestros chocolates.

Brindo por la esperanza, por la sencillez, por la coherencia. Brindo por la serenidad, la no violencia, la paz. Por la solidaridad, por la humildad, por el respeto. Sobre todo brindo por eso de hacer lío. Brindo por un papa que levante esas banderas, que sea argentino es apenas una anécdota. Lo mismo digo de Máxima. Igual por la corona no brindo, lo mío siempre fueron las brujas, jamás las princesas.

Brindo por el agua, para nunca nos falte, pero que tampoco nos sobre. Brindo por la naturaleza, para que perdone nuestros desmanes y deje de la lado la venganza.

Brindo por la furia, el odio y la revancha, para que abandone nuestros corazones y se traduzca en brazos que abrazan, en manos que trabajan y almas que comprenden.

Brindo entonces por todos los muertos que nos dejó el agua y la furia, porque no sean uno más o uno menos. Brindo por sus familias y por nuestros gobiernos. Los de hoy, los de antes, los de mañana. Para que se hagan cargo y ninguno más “se quiera ir”.

Y hablando de hacerse cargo, brindo por Nico y Marce, por el amor, por el coraje. Brindo por haber visto entrar a mis hijos al colegio por la misma puerta, de la mano. Y por sus notas, por su dedicación, por nuestro orgullo indisimulable. Brindo por Pedro que terminó séptimo y para que el año que viene termine primero.

Brindo por las denuncias, para que no terminen en nada. Brindo por la corrupción para que se haga justicia. Brindo por los denunciantes para que no hagan falta, y por los corruptos, para que al menos tengan vergüenza y no veamos sus nombres en ningún cuarto oscuro.

Brindo por los que se fueron este año y nos dejaron su recuerdo eterno. Por Walter Malosetti, Lou Reed y su magia infinita. Por nuestros grandes actores Franklin Caicedo, Tony Vilas, Carmen Vallejo, Duilio Marzio, Elena Tasisto, Patricia Castell, Aldo Barbero, Julia von Grolman, Juan Carlos Calabró, Juan Manuel Tenuta, Nya Quesada y Nelly Omar por todos los clásicos de cine y teatro que nos permitieron disfrutar. Y por los grandes de Hollywood que extrañaremos otro tanto: Esther Williams, Eleanor Parker y Peter O’Toole. Por otros grandes artistas como Alejandro Urdapilleta que me ha hecho reir tanto. Por Manuel García Ferré que acompañó mucho más que mi infancia. Por Aída Bortnik y Elsa Bornemann. Por Tom Clancy. Por Clorindo Testa . Por la absoluta memoria de Nelson Mandela y por Hugo Chávez. Por la justicia divina para Martínez de Hoz, para Videla y también para Thatcher.

Brindo por el deporte, por la clasificación al mundial, por la Davis que otra vez no fue, por el descenso que lloré y que aún no puedo creer. Brindo por el público visitante para volverlo a ver y por los dirigentes para que se hagan ver.

Brindo por el transporte, para que los viajes no sean al más allá, porque el boleto todos lo podamos pagar. Y brindo porque valga la pena pagarlo y no que nos dé pena el que lo paga.

Brindo por el año sin Tinelli en la tele, por toda la buena música que tuvimos y por el uso de las redes incluyendo mi Twitter inaugurado en septiembre.

Brindo por el mundo, por el fin de los golpes de estado y del terrorismo. Brindo por todos los presidentes, los que se fueron y los electos. Por la salud de la nuestra, que la prefiero en cadena antes que ausente y ajena.

Un poco más materialista, también brindo por mi minipimer de acero y por mi iPhone nuevo. Ya que estamos, un poco individualista, brindo por mi curso de StandUp, por los shows, por los que vinieron y además aplaudieron. Brindo por la linda gente que conocí: Por Leandro, Arjona y la gente muerta. Por Lily y la dieta del membrillo. Por Ariel y el serenito de los chinos. Por Hernán y los gordos. Por Mario y la vida que es una fiesta. Por Pablo, Diego y Nico que lo hicieron posible.

Brindo por el centenario de la Facultad de Ciencias Económicas, por todo lo que eso para mí implica, por lo vivido, por el recuerdo y por tanta gente que me dio gusto ver en el reencuentro.

Brindo por mi psicoloca que no sé si me dio el alta o se aburrió, pero que verdaderamente es una “grosa”.

Y Brindo por supuesto, por los 30 años de democracia, que son casi tantos como los que tengo de militancia. Brindo por lo que hicimos y por lo que nos falta. Por la famosa utopía que nos sirve para avanzar.

Brindo por la familia, por el amor, por los amigos. Por las mamis copadas, por los vecinos y por mi gran equipo de trabajo.

Y ahora sí, brindo por 2014. Por que nos encuentre hermanos, por que el de al lado no sea el enemigo sino sólo el que piensa distinto y suma. Brindo por la disidencia y por la diferencia.

Brindo por Ari, por sus proyectos, por su perseverancia, por sus modelos a escala. Por que siga siendo mi compañero de locuras, por el cine, los viajes, la tecnología y los mates. Por que sigamos discutiendo, con franqueza. Porque sigamos delirando, con simpleza.

Brindo por mis hijos, porque son mi horizonte. Porque sean felices porque puedan soñar.

Brindo por los amigos. Por los de siempre, por los que se suman, por los que me aguantan. Brindo por las cenas, por los vinos, por los chats, por cada post de Facebook y por las fotos de Instagram.

Brindo porque en 2014 en diciembre no me toque el puré de manzanas, se hacer la rusa o cualquier otra ensalada.

Brindo por mi nuevo trabajo, por un nuevo equipo, por renovadas ganas.

Brindo por tener menos este año. Menos calor, menos gastos, menos inflación, menos piojos y menos para limpiar.

Brindo por el fútbol, por el Rojo, por el ascenso. Por la camiseta, por el orgullo, por la historia, por el viejo y por el abuelo. Brindo por Brasil, por el grupo F y por que me alcance la plata para comprar infinitas velas.

Brindo por el futuro, por la libertad, por la coherencia, por el respeto. Brindo por los ideales, por las pasiones, por los sueños.

Brindo por mí, por vos, por nosotros. Por los que ya no están pero estarán siempre.

miércoles, 9 de octubre de 2013

AL MAESTRO, CON CARIÑO.

Tenía poco más de veinte años cuando mi vida como estudiante de la Licenciatura en Administración y empleada de una AFJP tuvo un giro inesperado.

Cursaba entonces la materia Competitividad Organizacional. El aula solía desbordar de alumnos inscriptos y de oyentes que, más allá del plan de estudios, pugnaban en la puerta para entrar sólo por el placer de escuchar a “ese” profesor aunque no estuvieran en lista “oficial”.

Un día éramos tantos que se dificultaba escuchar entre ruidos de butacas, entradas, salidas y vueltas de hoja de cuaderno. El profesor interrumpió la clase y se puso a hablar acerca del interés o no que teníamos sobre el tema. Rápidamente se formó un debate. Acalorado debate, recuerdo. También recuerdo que terminé casi gritando y agitando los brazos, parada sobre una butaca, enojada con el profesor, recordándole que muchos estábamos allí para aprender sin siquiera estar inscriptos, únicamente por tener la oportunidad de escucharlo y no sólo leerlo en sus libros, y que esa discusión "no tenía sentido".

Me prestaba atención apoyado en el escritorio, con los brazos cruzados sobre el pecho y las manos llenas de tiza. Me dejó hablar y cuando terminé se dio media vuelta. Dibujó un gráfico en el pizarrón que modelizaba estructuras de poder y niveles de conversación organizacional.

Terminó de dibujar sin decir ni una palabra y con la clase absolutamente muda, se sacudió las manos de tiza y empezó a contar una historia que decía algo así:

“Había una vez un señor que tenía una casa en la playa. Se levantó temprano una mañana y vio que cerca de la orilla había alguien que se movía rápidamente. Se acerca y ve que es un joven que se agacha, recoge algo de la arena y lo arroja al mar. Se acerca un poco más y ve que la arena estaba llena de estrellas de mar y le pregunta al joven por qué hace eso, quien le responde que está saliendo el sol, y que las estrellas de mar van a morir si no logran regresar al agua. El hombre se sorprende y le dice: pero son cientos de estrellas, lo que hacés no tiene sentido. Entonces, el joven vuelve a agacharse, toma una estrella de mar y la arroja al agua. Lo mira y le dice: para esa sí tuvo sentido”.

El profesor terminó la historia, nos miró a los ojos y se fue de la clase. Lo corrí hasta la puerta de la facultad, toda una travesía a las nueve de la noche, y lo alcancé sobre Av. Córdoba subiéndose a un taxi. Seguía enojada y le quería hablar. Me dijo que no podía en ese momento, sacó una tarjeta de su bolsillo, y me dijo: Llamame mañana.

Arrugué la tarjeta y la guardé en la mochila. Sentía que había perdido una clase. Al día siguiente lo llamé, más por orgullo que por expectativa de que me fuera a atender. Su secretaria contestó el teléfono y me dijo: 'Está en una reunión, no puede hablar ahora. Dejame tu nombre y tu número y él se comunica'. Lo hice, aunque estaba segura de que nunca me iba a responder. Pero me equivoqué. Media hora después me llamó y acordamos que pasaría por su estudio para conversar.

Me contó, café de por medio, que solía provocar ese tipo de debates como parte del curso y que, entonces, alguna vez, “alguien” tomaba el toro por las astas y cambiaba el nivel de discusión encausando la misma. “Querés formar parte de NUESTRO equipo?”, me dijo.

A Alberto Levy.
A partir de hoy, Profesor Emérito
de la Facultad de Ciencias Económicas
de la Universidad de Buenos Aires.




Alberto Levy ES mi profesor. Aún hoy soy su alumna, porque es un profesor eterno.

El que no se cansa de compartir, el que ha puesto a disposición más de una vez su biblioteca personal, el que lee decenas de libros por mes y recomienda los que valen la pena, el que motiva, el que no para de estudiar, el que publica en su facebook artículos de interés para comentar, el que sigue ideando, creando, innovando. El que se reinventa continuamente.

Alberto Levy ha sido mi mentor. Alberto Levy es mi amigo.

Soy Adriana Fernandez. Una de sus estrellas de mar. Para mí todo tuvo y tiene sentido. Gracias, AVI. Gracias, PROFESOR.


domingo, 9 de junio de 2013

GALLEGUITA CON CARNÉ

Soy de Avellaneda. Del sesenta y ocho. De la época en la que el DNI te lo daban recién a los ocho y la foto de perfil con el pelo atrás de la oreja te la sacaba un milico. En la foto del DNI tenía el cabello a la altura de los hombros, un espantoso flequillo peinado para el costado y los dientes grandes y separados. Lo sé porque esa misma foto es la que aún tiene mi vieja en la billetera. En cambio de la otra foto, la del carnet de socia del Rojo, me acuerdo. La llevo en el corazón. Tengo presente el día en que me la sacaron. Fuimos caminando hasta la sede por Mitre como tantas otras veces. Una cuadra de la mano de mamá. Una cuadra a caballito de papá. En la sede esperaba el abuelo. Estaba de espaldas mirando las vitrinas. Entré corriendo y le grité: “Lolo!!!” En un cuartito con cortina, un tipo con la camisa arremangada y un pucho en la boca me sacó la foto. De frente, con el pelo largo y en la cara, sonrisa de oreja a oreja para que se vieran los dientes chiquitos y desparejos.

- Vení, galleguita… Ahora que tenés ‘carné’, vamos a recorrer la sede. Por las escaleras, así contamos las copas.

Y me fui a upa del Lolo, a respirar años de gloria, con mi enterito de hilo tejido a rayas y el comprobante de SOCIA en la mano.

Tenía cuatro años y hacía calor.

Mi hermana seguramente dirá que no puedo acordarme, pero yo sé que si. Como me acuerdo del disco chiquito que me ponía el abuelo con las canciones de la cancha. Esas mismas que nombraban a jugadores que ni siquiera vi jugar… “Santoro, Monges y Pavoni, Ferreyro, Pastoriza y Acevedo… Mura, Savoy y Artime, Yazalde, Bernao y Tarabini... Independiente, de Avellaneda… el campeonato qué bien te queda”.

Como me acuerdo de la banderita de plástico que tuve cuando fuimos a recibir al equipo que volvía de Córdoba con la copa del Nacional del ‘77. Con ocho en la cancha, con fuerza, garra y corazón trajimos esa copa.

Crecí esperando los miércoles y los domingos para escuchar el partido o para ir al estadio. Cuando no podía ir, aguardaba sentada en la escalera los “manise” que me traían en una bolsita de papel y que había que pelar.

Recuerdo las manos gastadas de mi abuelo frotándose una contra otra cuando no ayudaba el resultado y los enojos de mi viejo cuando aún ganando no jugábamos bien.

Pasé mis veranos en la pileta de la cancha, en la colonia de vacaciones. La misma a la que iban hinchas de Racing o de Boca, porque “la nuestra era mejor”. Y a veces el abuelo me venía a buscar. Y en lugar de volver en micro, volvíamos caminando. Lo hacía sólo para pasar con el pecho erguido por delante del cilindro y decir: “tanto ladrillo y ni sombra nos hacen”.

El abuelo caminaba lento y constante, arrastraba los pies, miraba para abajo y hacía un chasquido con la boca cada tres o cuatro pasos, pero cuando hablaba del Rojo se volvía ágil y se le iluminaba la cara.

Racing era el enemigo, pero vaya uno a saber por qué, él disfrutaba de los partidos contra Boca. “El bocha siempre le hace un gol a Gatti, galleguita, siempre”.

Y un día el Lolo fue vitalicio y cambió de platea, pero no de costumbres. Me llevaba de la mano, compraba maníes y se frotaba los dedos. No gritaba los goles, solo decía ‘GOL’, así, con mayúsculas lo decía. Y levantaba los brazos por encima de la cabeza con los puños cerrados y el pulgar para afuera. Los goles los gritaba yo. Con alma y vida. Y él, gallego tosco y cariñoso, me palmeaba la espalda.

Si no nos encontrábamos, llamaba para preguntarme si había visto una jugada del Burru o el gol de Percudani en Japón.

Y un día me llamó por teléfono, justo antes de subir a una ambulancia.

- Galleguita… me estoy yendo a la clínica. Es un chequeo, nomás. Termina el mundial y vamos a la cancha. Brindisi nos va a sacar campeones otra vez.

El abuelo nunca salió de la clínica. Murió días después, el 9 de julio del 94. Pero tenía razón, Brindisi nos sacó campeones. Otra vez.

Pasaron los años y tuvimos algunas glorias más. Y con cada gol y cada copa he mirado al cielo para dedicárselo al Lolo. Ahora también.

Ahora que estamos ahí abajo en la tabla de los promedios me acuerdo de él. Y de las copas que contaba en las vitrinas de la Sede. De las banderitas de plástico. Del disco chiquito de vinilo. De la pelada del Bocha que vi avanzar.

Fecha tras fecha pienso que esto es un mal sueño. Me aferro a la posibilidad numérica como esperanza de condenado a muerte. Me indigna pensar en la alternativa de que otros pierdan. Hago memoria de todos los partidos que tendríamos que haber ganado. El que estaba pendiente del Apertura y podía lograr que empezáramos el campeonato fuera de zona roja. El penal que erró el Tecla en el primer partido contra Newell’s justo cuando Racing perdía por goleada contra Rafaela. El que empatamos con Quilmes, que contaba doble, igual que con Unión. Ya no sé cómo es ver un partido sin la calculadora en la mano.

Fecha tras fecha pienso que esto es un mal sueño. Que me voy a despertar y que me va a llamar el abuelo para decirme que Brindisi nos va a sacar campeones otra vez. No está muerto quien pelea. Y la vamos a pelear. Hasta quedarnos sin aliento. Porque somos Independiente, el orgullo nacional. Y así será siempre, aunque nos vayamos a la B.

El abuelo ya no está. El viejo tampoco. Ya no vivo en Avellaneda. Se fueron rompiendo todas las banderitas de plástico. Y me golpea esta dura realidad. El domingo que viene voy a comprar maníes con cáscara. Si, si señores. Yo soy del Rojo. Desde la cuna y hasta la eternidad. Sí, Lolo, siempre voy a ser la galleguita con carné

viernes, 1 de marzo de 2013

MISMA PUERTA

Para mis hijos, que ya son grandes.
Para mis primos, que son apasionados.
Para todos los que se atreven, que son valientes.
Las puertas siempre merecieron mi atención. Desde mi infancia. Tenía cuatro años cuando nos mudamos de la casa pequeña en la que nací a la casa grande de la que me fui treinta años después, el mismo día en el que me casé. Esa casa grande, además de un gran patio y un lavadero, tenía un baño, dos dormitorios, una cocina y un living comedor. Todas las puertas, incluyendo la de entrada a la casa, daban al living. Uno se sentaba a comer y podía contar cinco puertas. Mi madre las dejaba todas abiertas, inclusive la del baño, “para no sentirse atrapada”, decía. Quizás sea ese recuerdo. O un trauma por haber leído a edad temprana “Alicia en el país de las maravillas”.

Recuerdo que lo leí durante unas vacaciones de invierno. Cuando comenzaron las clases, nos pidieron que hiciéramos un dibujo alusivo a lo que habíamos hecho en esos días. Pinté toda la hoja de celeste, y dibujé allí una puerta en un extremo y en el otro una llave. La maestra me preguntó qué era y le dije que era la llave de la puerta flotando en lágrimas y tuve que rehacer el dibujo. Como dijo El Principito, “Las personas mayores nunca son capaces de comprender las cosas por sí mismas, y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”.

Las puertas son una invitación. Detrás de una puerta hay un mundo, conocido o no, pero un mundo. Para alguien con una curiosidad tan grande como la mía, pocas cosas son tan interesantes como una puerta.

Son las dueñas de un secreto, sólo ellas saben lo que encierran. Son las dueñas de la intimidad, las poseedoras de un poder que muchos ansían, las administradoras de las confidencias, las cómplices de lo clandestino, son amas y señoras del anonimato. Las puertas son anfitrionas de una velada, el comienzo de una aventura, el pasaje a lo nuevo, a lo diferente, al futuro, al pasado, a la transformación, a los recuerdos.

Las puertas se abren o se cierran. Y eso es determinante. Hay un antes y un después. No somos los mismos luego de cruzar.

Mis hijos van al mismo colegio, en un edificio grande ubicado en una esquina. El jardín de infantes tiene ingreso por la avenida, y el primario por la calle perpendicular. Ayer comenzaron las clases y entraron juntos, por primera vez, por la misma puerta. Ya son grandes, los dos. Ahora se van a encontrar en los recreos, o en el baño, se van a pedir ayuda, van a discutir por algo, se van a alegrar por los logros del otro. Pero están juntos, en el mismo camino.

Hoy se casó mi primo, el del medio. Los observé largamente mientras ellos escuchaban al juez y pensé en la puerta de su casa. Hoy cuando la crucen van a hacerlo juntos por primera vez como esposos. Y ser esposos es una puerta que abrieron. Ahora se van a encontrar en la terraza, o en el baño, se van a pedir ayuda, van a discutir por algo, se van a alegrar por los logros del otro. Pero están juntos, en el mismo camino.

No todos pueden pasar, juntos, por la misma puerta, hay que ajustar la trocha, crecer conectados, saber que uno cuenta con su par, mirarse a los ojos y confiar, compartir el espacio, el secreto, la intimidad.

Hay que ser valiente, apasionado y grande para entrar por la MISMA PUERTA.