domingo, 13 de septiembre de 2015

UNA DE CONVOY


Mi abuelo no sabía muchas cosas, pero todo lo que sabía, me lo enseñó. Me enseñó a jugar al ajedrez, a pasar pastina en las juntas de los azulejos, a podar el jazmín con tijera, a pelar la manzana sin que se corte la cáscara y a recortar las plumas a los teros para evitar que se escapen. Y lo mejor que me enseñó fue a respetar al otro.

El Lolo era inmigrante español. Gallego. Ya les conté en otro post cómo llegó a la Argentina siendo niño. Aquí creció, aprendió a leer, a escribir y a dibujar. Vivió en Sarandí, se hizo hincha de Independiente y se enamoró de mi abuela Yolanda.

En aquella época, la abuela era de Racing, pero cuando yo nací ya era del Rojo. Cosas de la época. La recuerdo preparando rauda el almuerzo para que no se hiciera tarde para el partido pero no la recuerdo yendo a la cancha. Quizás, en algún lugarcito, tenía guardados sus colores originales.

A la abuela le gustaba cantar y bailar. Era muy divertida. Solía limpiar y cocinar con el "Winco" a todo volumen. Una vez me dijo que cuando ella era joven, "los bailes de Racing eran mejores". El abuelo sabía esto, estoy segura, pero nunca le decía nada.

Cuando se jubiló, se mudaron a Barracas. Dejaron la casa con jardín por un departamento sobre Martín García. Cuarto piso a la calle. "Yolanda, cerrá la ventana del balcón, 'hacélfavó', tanto ruido de coche no se escucha la radio". Al Lolo le cortaron las alas como a los teros, para que no se escapara. Pero esa es otra historia.

Los domingos que jugábamos de local, los abuelos se venían para Avellaneda. La abuela se quedaba en casa y yo me iba a la cancha con el Lolo a la platea de vitalicios. Cada partido me presentaba a la misma gente: mi nieta mayor, es del Rojo. Y se le inflaban los escuetos bigotes. Teníamos como un ritual a la salida de la cancha. Caminar por Alsina hasta Belgrano y ahí tomar el 24 o el 11 hasta Güemes.
A veces, a la abuela le dolía la cintura y no podía venir. Entonces, caminábamos hasta Mitre para tomar el 17. Si jugábamos con Racing, le dolía la cintura. Si ella sabía que me volvía con el abuelo, hacía milanesas con bocadillos de acelga. Y flan. Porque también sabía que estábamos contentos.

El sillón verde, en Sarandí.
En Sarandí tenían un enorme sofá verde oscuro con dos almohadones peludos con los que me gustaba jugar y no me dejaban. Frente al sillón, había una mesita redonda de mármol muy chiquita, con tres patas de madera. En Barracas semejante mueble, quedaba ajustado. Antes de la cena, era costumbre que el abuelo agarrara la Spica para escuchar 'La oral deportiva', que en ese momento era aburrida para mí. Cuando el abuelo prendía la radio, yo me sentaba en el piso entre el sillón y la mesita y me ponía a escribir.

Recuerdo un regreso a Barracas luego de una goleada de Independiente a Racing, cuando le fui a dar la radio al abuelo antes de cenar me dijo: hoy no, Galleguita. Vení, prendé la televisión, dan 'una de convoy'. Después, la abuela sirvió las milanesas y me quedé a dormir ahí.

Lo más importante que me enseñó el abuelo, fue el respeto por el otro. Y ahora los dejo, me voy a ver una de convoy.

Para mi abuelo, de su galleguita. Ese abuelo de quien me acuerdo cada día, pero más, cuando gana Independiente.