domingo, 28 de agosto de 2016

DOMINGO

Los domingos de mi infancia eran ceremoniales. No en todas las épocas se seguía el mismo ritual, pero siempre tuvieron esa cosa de repetir hábitos según el momento. Pasamos por la época del reciclado de la casa, aquella otra en la que venían los abuelos al mediodía, la del techado del patio, la del taller en casa y la de tenele paciencia a papi que dejó de fumar.

Estos ciclos no eran cortos, duraban dos o tres años, hasta que surgía algo que hacía cambiar la rutina y, rápidamente aparecía el nuevo protocolo del domingo. Pero había dos cosas que no cambiaban nunca: pastas y fútbol.

Recuerdo particularmente una etapa en la que papá, que había viajado mucho por trabajo, estaba trabajando en casa intentando recuperar el tiempo de todos esos años de subir y bajar de aviones casi sin respiro.
Se levantaba muy temprano los domingos y si había Fórmula 1, prendía el televisor, sino, desayunaba leyendo. Eran momentos de vacas flacas, como decía él, así que no se compraba el diario. Se releían libros de la biblioteca o alguna "Selecciones" vieja.

A media mañana preparaba el mate y nos venía a despertar. Ni les cuento la bronca que nos daba a mi hermana y a mí salir de la cama, sobre todo porque el motivo de levantarse era porque había muchas cosas para hacer.

El mate lo seguía mamá mientras los dos preparaban las pastas y el tuco. Como no había mucho dinero para salir a comprar, todo se hacía en casa. El sábado a la tarde se hacía el dulce y a la noche se horneaba el pan. Amaba la temporada de membrillos. Con la pulpa espesa se hacía el ladrillo de dulce firme, con la pulpa filtrada, mermelada y con la cáscara y las semillas, jalea.

Los domingos, el tuco familiar se empezaba muy temprano entonces, el olor de las tostadas se confundía con el de la cebolla picada y el vapor de la pava para el mate con el chirriar del aceite.

Si no llovía, era día de lavar las sábanas. El lavarropas que teníamos no sólo no centrifugaba sino que tampoco cambiaba el agua sólo. Para enjuagar, había que sacar la ropa, desagotar con manguera, volver a llenar y poner a funcionar el lavarropas otra vez. Después, había que retorcer a mano, sacudir para estirar y que no quedaran arrugas y colgar en la soga. La soga era un invento sofisticado de mi padre con un sistema de poleas que permitía fácilmente bajar la soga, tender y luego subirla muy alto sin ningún esfuerzo. Hacer eso con las sábanas requería trabajo en equipo y quedaba siempre para un domingo de sol.

Si teníamos suerte y en la semana se cortaba algún litro de leche, las pastas de ese fin de semana eran sorrentinos o ravioles de ricotta. Cuando el viejo terminaba de amasar y mamá consideraba que era hora de bajar el fuego del tuco, se apagaba la radio y se encendía el tocadiscos. Siempre hubo mucha música en casa, fundamentalmente tango y jazz. Pero esta época era de diversión. Papá quería disfrutar de la familia y sonaba Rubén Blades o Chico Novarro, por ejemplo. Y lo ponía a todo volumen y además, cantaba y bailaba por toda la casa. "Tengo una bolita que me sube y me baja, Ay! Que me sube y me baja..." o "Bodeguero... qué sucede... En la bodega se baila así, entre frijoles papa y ají... Toma chocolate... Paga lo que debes.."

Cada tanto probaba el tuco con un pancito y seguía cantando con la boca llena y tamborileando con los dedos en cuanto mueble le quedaba de paso. Y si te cruzabas en su camino, te hacía bailar también. Minutos largos después del mediodía, cuando toda la casa estaba patas para arriba y el tuco llevaba más de dos horas al fuego, mamá llamaba a poner la mesa. Un poco te deprimía entrar en la cocina y ver harina por todos lados, las hornallas salpicadas de tomate y un sinfín de cacharros en la pileta para lavar. La vieja protestaba porque me pisás la harina y me la llevás para todos lados y papá la agarraba de las manos y la hacía girar ensayando un rock&roll de los ravioles.

Entre enojos y carcajadas nos sentábamos a almorzar. Si había partido temprano se comía rapidito. Como esta era la época del Metro y el Nacional, dos veces al año el viejo me agarraba del hombro con cariño y me decía: "Flaca, avisale a mami que después la ayudás con la cocina. Vamos a ver al Rojo, hoy empieza el campeonato".